El escritor “transplantado” -categoría que define en la magnífica Varados en Río como “una especie de explorador en un mundo del que sólo nos llegan noticias lejanas”- prefiere la heterodoxia de Manuel Puig y cuestiona el “pandillismo” literario de Roberto Bolaño. No es la primera vez que Javier Montes está en Buenos Aires. En 2008 escapó de las siniestras navidades en Madrid, la ciudad donde nació, para pasar un mes en la Argentina. Ese modesto destierro en el paraíso porteño se extendió un año por circunstancias del amor. Para esquivar la tristeza de la ruptura amorosa, la escala siguiente fue Río de Janeiro, donde terminó viviendo dos años. “Espero no quedarme varado en ningún sitio más porque he dado muchas vueltas por la vida, he viajado mucho. Para un escritor, Buenos Aires es una especie de meca, como para un judío ortodoxo ir al Muro de los Lamentos”, compara el escritor, traductor y crítico de arte, seleccionado por la Residencia de Escritores Malba (REM) para vivir y escribir en esta ciudad durante cinco semanas, que se presentará hoy jueves a las 18.30 en la Biblioteca del Malba (Figueroa Alcorta 3415).
Montes (Madrid, 1976), autor de las novelas Los penúltimos, Segunda parte y La vida de hotel, considerado por la revista Granta como uno de “los mejores escritores jóvenes en español”, presentó un proyecto de escritura para su estadía en Buenos Aires que por “las muchas vueltas de la vida y la escritura” ya terminó sobre una pionera del feminismo y del nudismo, Luz del Fuego, una brasileña moderna y outsider. Ahora está escribiendo una pequeña novela, El misterio de la obra sin autor. Un crimen para entender el arte contemporáneo. “Desde Duchamp, no se sabe si el arte murió, resucitó, lo descuartizaron o está en coma. Pero algo ha pasado; es un crimen terrible que no se ha desentrañado”, plantea el coautor de La ceremonia del porno, escrito junto a Andrés Barba, que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo.
-¿El autor muere, como lo planteó Michel Foucault?
-No me conviene que se muera (risas). Como parece que la novela y los autores hemos muerto miles de veces, pero las novelas siguen creciendo y multiplicándose como cucarachas y los autores como conejos, deduzco que no. Que deben estar vivos y coleando todavía.
-En Varados en Río aparece una especie de detective cultural que sigue las pistas de los escritores que vivieron en Río de Janeiro, como Rosa Chacel, Manuel Puig, Elizabeth Bishop y Stefan Zweig. Es un narrador anfibio: pertenece al mundo de la ficción, pero con interpretaciones que son más ensayísticas. En El misterio de la obra sin autor, ¿trabajás también con un narrador anfibio?
-No exactamente. Varados en Río es un libro aleatorio en todos los sentidos de la palabra: el puro azar, el descubrir cosas con las que no contabas a lo largo de la escritura, y la aleación entre géneros. En el libro que estoy escribiendo ahora no participé de los hechos; todo sucedió entre 1917 y 1918, con lo cual me pilla un poco a desmano. A veces hay que dejar que el narrador no sea tan intrusivo, que no hable en primera persona, y contar en la vieja y querida tercera persona. Soy un lector movido por el placer, mis lecturas no suelen ser sistemáticas. Siempre le pido a un libro que sea generador de placer desde el primer minuto. Hay un enanito, heredado de la escuela o de la tradición judeo-cristiana, que me dice: “Pero sigue leyendo; estamos hablando ni más ni menos que de un genio”… Pero el enanito, al final, no me hace acabar un libro que no me esté gustando.
-¿Ese enanito ha aparecido con grandes obras de la literatura, con autores como Joyce, Dostoievski, Proust o Flaubert?
-Los he leído, pero no me gustan mucho. Tengo mi ración de Dostoievski cubierta para los próximos cuarenta años. El Ulises de Joyce no es mi tipo; los libros son como los novios: hay gente que es estupenda, que lo tiene todo, que le gustaría a tu madre, que tus amigos te dicen que te conviene, pero tú no te ves. Es el famoso: “No sos vos, soy yo”.
-El narrador de Varados en Río se queja irónicamente de El gaucho insufrible de Roberto Bolaño. ¿Es una manera de cuestionar a la “vaca sagrada” literaria de estos tiempos?
-Sí. A Bolaño lo he leído con atención. Me parecen grandes libros los del principio: Estrella distante, Nocturno de Chile, La literatura nazi en América… Los detectives salvajes me interesa la primera mitad, pero confieso que no lo terminé. No me gusta de Bolaño esa voluntad de impartir doctrina, ese pandillismo que detesto. La literatura para muchos de nosotros ha sido una vía de escape, y de liberación del patio del colegio y de las jerarquías. Bolaño en vida tuvo una actitud pública de impartir doctrina, de decir quién sí y quién no, y eso me molesta de cualquier escritor. La lectura que se ha hecho desde Estados Unidos como un heredero de los rebeldes, de los beatniks, me da una pereza infinita. Los beatniks me parecen unos pesados; no compro beatniks. Ni cuando tenía la edad. O esa manera que tiene Patti Smith de leer a Bolaño como un maldito, cuando él no buscó el malditismo. Lo odiaba. Él quería triunfar y me parece muy bien, porque cuando uno escribe quiere ser leído y querido.
-Por contraposición a Bolaño, tenés una gran empatía hacia Manuel Puig, a quien considerás el mejor novelista de la literatura argentina del siglo XX, ¿no?
-Soy alérgico a los cánones, pero Puig le hace a la novela en castellano cosas que no se habían hecho nunca. Hay escritores como Shakespeare o Cervantes que lo que hacen es tan innovador y se asimila tan rápido que luego se tarda en comprender lo novedosos que fueron en su momento. Puig fue de los primeros en mezclar “alta” y “baja” cultura, y entendió que en el melodrama y las telenovelas había algo. Los grandes popes de su tiempo se le reían en la cara, como Mario Vargas Llosa, que aún hoy sigue escribiendo artículos y habla de Puig como una “literatura light”. Puig no tenía la ambición de otros escritores latinoamericanos de convertirse en “el gran autor latinoamericano”. Muchos escritores del boom se erigieron en la conciencia moral y la voz intelectual que representaba a sus países. Cualquier cosa que pase en Perú hoy, lo primero que hacen en España es mandar un reportero para ver qué dice Vargas Llosa. Que Puig no fuera por esta vía me interesa. Cae la noche tropical es una novela cumbre del siglo XX en castellano. Me gustan los heterodoxos y los outsiders; los escritores que te permiten descubrir territorios nuevos y maneras de ver el mundo que no habías apreciado.
-Rosa Chacel, en Varados en Río, representa a la exiliada de la Guerra Civil que no se puede integrar en Brasil. ¿Qué consecuencias ha tenido esa guerra para la vida cultural española?
-Todos los españoles deberíamos estar muy amargados por haber perdido casi el siglo XX entero. El debate sobre la memoria histórica vuelve una y otra vez. El problema de una guerra civil es que los bandos que crea se perpetúan. En la transición se optó por una especie de “pacto de silencio” que dejó por las cunetas miles de muertos sin su tumba. Sacar a Franco del Valle de los Caídos, el mausoleo faraónico que se hizo en las afueras de Madrid, es como sacar al conde Drácula del ataúd. No hay manera, siempre hay una traba legal.