De un tiempo a esta parte el cine francés parece haberle encontrado cierto gusto a los dramones edificantes disfrazados de comedia. La nave insignia de la tendencia es el sonoro éxito de Amigos intocables (Olivier Nakache y Eric Toledano, 2011), que tuvo una remake local en 2016 (Inseparables, de Marcos Carnevale) y otra estadounidense en 2017 (Amigos por siempre, de Neil Burger), todas ellas estrenadas acá con gran respuesta del público. Por ese camino también avanza Un hombre en apuros, de Hervé Mimran, en busca de seducir al mismo público y con todo a favor para conseguirlo.
Los elementos de la fórmula son sencillos. A saber: un hombre que carga con un impedimento físico que afecta su salud de manera determinante debe encontrar la forma de sobreponerse. En su camino va provocando circunstancias que serían terribles si no fuera porque el guión se encarga de ponerlas en clave de humor (incluso físico), rodeando al protagonista con una red de personajes que recorre el arco dramático completo, desde los villanos que se la complican, los seres queridos que lo acompañan y los imprescindibles alivios cómicos que ayudan a aligerar lo que de otra manera acabaría siendo un melodrama de esos para llorar a moco suelto.
Acá se trata del CEO de una compañía automotriz top, un tipo exigente al límite de la grosería, que mantiene una relación distante incluso con su hija y por quien todos manifiestan un respeto al límite del temor. Un hombre poco agradable que sufre un ACV no bien comienza la película. Y si bien sobrevive, el ataque le deja secuelas severas en las funciones del habla que afectan su manejo del lenguaje. Mezcla las palabras, invierte las sílabas como si hablara una versión francófona del “vesre” lunfardo, o lisa y llanamente dice cualquier cosa, pero creyendo que habla de manera correcta. Que la película esté basada en el libro autobiográfico de Christian Streiff, ex CEO de Airbus y Peugeot, no hace más que confirmar que se trata de una fórmula.
Un hombre en problemas utiliza la instancia de la rehabilitación para concederle al protagonista una oportunidad para reconstruir también su identidad, para revisar el vínculo con sus afectos y la gente que lo rodea. Para decirlo con palabras exactas, la posibilidad de la redención. Como alegoría de eso mismo, el guión aprovecha la figura de la fonoaudióloga que lo asiste para subrayar la cuestión en torno a la identidad, haciendo de ella una mujer adoptada que en su adultez necesita encontrar a la madre que la trajo al mundo y la abandonó. Es cierto que las metáforas son aquí bastante simples, pero aún así el film consigue en varios pasajes eludir el artificio sobre todo a través del buen trabajo de los protagonistas, Fabrice Luchini y Leila Bekhti. Es su eficacia la que mantiene a flote la nave, sacándole el máximo provecho a los compartimientos emotivos del relato, para que cuando haya que llorar el público llore, y cuando tenga que reír, se ría.