Desde París
La cumbre del Grupo de los 7 países más industrializados del planeta que se inicia este viernes en la localidad francesa de Biarritz es un abismo sin paracaídas y un concurso de groserías, burlas, narcisismos y provocaciones.
El jefe del Estado francés, Emmanuel Macron, tendrá que remar a todo pulmón para devolverle a la cumbre del G7 el espíritu con el cual el ex presidente francés Valery Giscard d’Estaing la creó en 1975. En aquel entonces Giscard quiso construir un ámbito de concertación. Comparado con los estertores que turban a varios de sus invitados, Macron se parece a un sabio que intenta frenar la vertiginosa velocidad del ridículo. Ocasiones ya no faltan. El G7 2019 es un concierto cacofónico entre opereta y guignol (obra de títeres).
No hay que ser muy imaginativo para escuchar la melodía cómica: Italia llega sin gobierno (el primer ministro, Giuseppe Conte, presentó su renuncia) y manchado de inhumanidad por su gestión de la crisis migratoria en el Mediterráneo (particularmente con el barco de rescate Open Arms), el presidente norteamericano, Donald Trump, acude con su idea de comprar Groenlandia bajo el brazo, una casi guerra con Irán en el Golfo Pérsico y otra guerra comercial con China, su gran aliado británico, el primer ministro Boris Johnson, viene con la firme intención de chantajear a sus socios europeos: o aceptan una renegociación de la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea o habrá un Brexit duro. A su vez, la canciller alemana Angela Merkel llega a Biarritz en pleno ocaso político y el líder canadiense Justin Trudeau aterriza en Europa debilitado por un caso de corrupción. Con estos ingredientes pimentados, más el crepúsculo ecológico del planeta como aroma dominante, el tema de la cumbre elegido por París ha quedado como esfumado: ”la lucha contra la desigualdades”.
De hecho, tal vez nunca se haya visto algo tan desigual y tan cómico en las altas esferas del poder mundial. Algunos dirigentes han conservado la inspiración para el diálogo y las posturas elegantes, otros son adictos a los portazos y los caprichos. Occidente siempre ha mirado con paternalismo a los países del sur. Quizá ahora la condescendencia cambie de región. Con solo pensar en que esa gente que quiere comprar Groenlandia y desencadena con ello una crisis diplomática con Dinamarca, otra que deja un barco en altamar con gente muriendo y otros más con unas cuantas iniciativas destructoras y con su legitimidad mermada, Occidente no protagoniza su ciclo más coherente. Como referencia está la pasada cumbre del G7 que se llevó a cabo en Canadá (Quebec). Donald Trump retiró la firma de Estados Unidos del comunicado final, le tiró un caramelo a la cara a la Canciller alemana Angela Merkel y luego acusó el Primer Ministro de Canadá, Justin Trudeau, de ser “deshonesto”.
Emmanuel Macron explicó que en en esta cumbre del G7 que se realiza entre el 24 y 26 de agosto (Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Alemania, Italia, Canadá y Japón) se tratará de “recuperar la savia de los G7, la de los intercambios y el diálogo”. Con la primera potencia mundial embelesada con una locomotora que arremete contra todo, la savia del diálogo sabe a café amargo. Los reparadores del mundo han perdido sus útiles y hasta su poder. El mundo de ahora no es el de 1975. Esos siete países que componen el grupo han perdido influencias. Juntos representan el 40% del PIB mundial y apenas agrupan al 12% de la población mundial. El G7 rehusó evolucionar y abrir el juego a otras potencias emergentes para terminar siendo un retrato de la impotencia y la comicidad de las relaciones internacionales. Eso es precisamente lo que explicó Emmanuel Macron hace unos días. El jefe del Estado argumentó que, antes, ”el orden internacional reposaba sobre la hegemonía occidental desde el el Siglo XVIII: en ese caso Francia, luego, en el Siglo XIX, Gran Bretaña y en el XX Estados Unidos. Pero esa hegemonía está hoy en tela de juicio”.
Cuando concluyó el cumbre del G7 en Quebec, Macron la calificó como “un teatro de sombras y de divisiones”. En 2019 le tocará a él ser el director de un teatro aún mas sombrío y fracturado. Macron admitió que no compartía con Donald Trump sus ideas sobre “el orden del mundo ni sus objetivos”. No obstante, no por ello servirá el juego trumpista de la confrontación permanente. Los temas no faltan: Irán y el impuesto instaurado por Francia a los gigantes de Internet, los GAFA (Google, Apple, Facebook, Amazon) son ya dos temas de ruptura. Sobre el impuesto a los GAFA, Trump habló en un twitt sobre “la estupidez de Macron”. No obstante, el presidente francés no ha renunciado a denunciar un “sistema loco” donde esas empresas evaden todos los impuestos. En cuanto a Irán, Macron se entrevistará estre viernes con el canciller iraní Mohammad Javad Zarif en busca de un acercamiento con Washington, idea que el Mister del gran Norte rehúsa tajantemente. Todas las tareas diplomáticas se esbozan con un trazo muy enredado y objetivos en tinieblas. Será difícil obtener algo. Quizá en esta modernidad trastornada el mayor logro esté en evitar el ridículo.