Existen movimientos en la primera plana de la política nacional a partir del reacomodamiento de las distintas fracciones de capital en pugna por la hegemonía del bloque dominante. Operando como telón de fondo se encuentra la acefalía, la falta de nitidez en la identificación política de un espacio directamente orgánico a la alta burguesía local. El intento de ubicar representantes propios en la gestión del capital total (o sea, en el Estado) es el paisaje en el que discurre la disputa entre las distintas fracciones del bloque. La pregunta, desde la óptica de todo colectivo que se vea representado con el desarrollo económico inclusivo, es qué participación les exige esta contienda. Se presentan aquí algunos elementos de análisis en esa tarea.
Puede pensarse que los dos rivales principales en la batalla electoral nacional se encuentran abocados a aquello que prevén será su principal dificultad de gestión. En cuanto al Frente de Todos, al mantener su disputa con el capital financiero internacional, requiere colectar activos políticos con la finalidad de enfrentar el escollo que necesariamente le impondrá la administración del frente externo. De allí, la búsqueda de cuadros que, de mínima, se presenten como moderados.
El caso de Juntos por el Cambio vislumbra un sendero manifiestamente diferente. Puesto que representa directamente al capital financiero internacional, fue en busca de un cuadro articulador que le permita tallar en las reformas regresivas que no pudo sacar en su gestión. Allí radicará el rol de un hábil gestor y profesional de la política como el senador Miguel Ángel Pichetto.
Sin embargo, planteados los dos lineamientos fundamentales de ambos espacios, los matices necesarios son los que hacen jugoso un diagnóstico. El proyecto de Juntos por el Cambio se trata de uno altamente conflictivo para las distintas fracciones del capital intervinientes en el bloque de poder, puesto que no encuentra aún forma de garantizar el elemento constitutivo del movimiento del capital: la acumulación. En términos concretos, una vez puesto en duda el ciclo de endeudamiento perpetuo, y ralentizada la valorización financiera por el latente peligro devaluatorio y licuación de ganancias en dólares, salvo escasos nichos (entre ellos, algunas ramas del sector energético, agro y servicios financieros), no aparecen posibilidades de encauzar un sendero de acumulación de capital. Forzando salarios a la baja y sin proyecto industrial alguno, no quedan más que espacios de acumulación ligados a ventajas comparativas estáticas, que no sólo son incapaces de traccionar demanda dado su escasa elasticidad producto/empleo, sino que incluso difícilmente alcancen para lograr crecimiento en una fase de desaceleración de la economía mundial. La manifestación política de ello fue el dificultoso derrotero del armado electoral de Juntos por el Cambio, con representantes directos de grupos económicos locales demandando otro tipo de intervención, e incluso y abiertamente, otras caras para la fórmula presidencial.
La dificultad de la garantía en la acumulación, para el caso del Frente de Todos, encuentra otros determinantes. Gran parte de su electorado, los sectores populares, le demandarán, habida cuenta del grave perjuicio sufrido en esta última etapa, recomposiciones de ingresos. En un marco de holgura externa, dicha recomposición permitiría rápidamente una mejora en los niveles de actividad económica, poniendo a trabajar al multiplicador keynesiano. Pero el actual no es, justamente, un momento en el cual el frente externo permita un "simple" estímulo de demanda.
En este marco de limitaciones se inscriben las recientes declaraciones de Emmanuel Álvarez Agis, ex vice ministro de Economía y uno de los referentes en materia económica de Alberto Fernández. Básicamente, Agis sostuvo dos cuestiones centrales:
1. Dado que los procesos inflacionarios en Argentina son, en el presente, fundamentalmente fenómenos de costos, es menester generar consensos entre los distintos actores de la economía para establecer referencias claras en los tres precios más relevantes: salarios, tipo de cambio y tarifas. El primero de ellos sobresale, pues es el que en mayor medida determina la forma que el capital y el trabajo se apropian del excedente económico (al menos si momentáneamente desestimamos el nivel de tarifas como forma de salario indirecto y las reasignaciones intercapitalistas y entre estos últimos y asalariados que producen las variaciones del nivel de tipo de cambio). Por lo tanto, arribar a acuerdos sectoriales de precios y salarios que morigeren la disputa entre trabajadores y empresarios, atemperaría el movimiento general de los precios relativos de la economía.
2. En ese marco de estabilidad de precios, incrementos en la productividad laboral permitirían crecimiento en el salario real sin afectar la actual distribución funcional del ingreso. Es decir, Agis planteó una alternativa de crecimiento económico que no perjudicara el poder adquisitivo de los asalariados ni la rentabilidad empresarial: incrementos nominales apenas por encima de la variación de precios (estabilizados por el freno a la puja distributiva) y acordes al crecimiento de la productividad. Estas afirmaciones, a tono con el corrimiento hacia el centro que expresa el Frente de Todos, consideramos resulta insuficiente, centralmente por dos elementos.
En primer lugar, para obtener un aumento de la productividad laboral es necesario realizar inversiones en bienes de capital que mejoren los procesos de trabajo; para que la inversión sea rentable y por lo tanto plausible, se requiere reactivar la demanda de consumo para garantizar la efectivización de las ventas, condición que necesariamente debe ser precedida por una distribución progresiva del ingreso en favor del trabajo, lo cual alteraría indefectiblemente el actual reparto del producto generado entre las clases sociales. Es decir, en el análisis de Agis, no aparece el determinante inicial que permitiría comenzar a incrementar productividad, solamente se lo presupone.
En un segundo orden, el diagnóstico de Agis no menciona factores fundamentales que se desprenderían de una reactivación económica en un país periférico como la Argentina en una coyuntura como la presente, donde su restricción externa actuando ya desde el 2012 se encuentra ahora seriamente agravada luego de un profundísimo proceso de endeudamiento. Dada la alta elasticidad ingreso de las importaciones, la mejora del nivel de actividad es sabido que afectará la balanza comercial, tanto por la importación de bienes (de capital, intermedios y de consumo) como por la sangría vía turismo. En consecuencia, la mano de la política seguramente requerirá finas gestiones del comercio en caso de que se pretenda hacer estos ejes compatibles.
Pero este tipo de gestiones comerciales (donde se incluye una reformulación de los derechos de exportación), sumadas a la regulación de la cuenta de Capital y a las políticas de fortalecimiento salarial ineludibles para reactivar la demanda, que en conjunto pueden habilitar la recomposición de la tasa de ganancia de los sectores más demandantes de empleo, necesariamente lesionarán intereses particulares de esos activos políticos que la estrategia de la moderación fue a buscar para garantizar la gobernabilidad, o para cimentar la principal flaqueza del espacio, tal como se había referido. Por lo dicho, si alguna vez se habló de sintonía fina, la actual debiera ser finísima dados los límites que impone la materialidad como los intereses que se quieren conciliar.
* Sociólogo UBA, Maestrando en Economía Política Flacso.
** Economista UNRC, Maestrando en Economía Política Flacso.
*** Historiador UNC, Maestrando en Economía Política Flacso.