-¿Otro libro sobre la Corte? ¿Para qué?

En marzo de este año, tras el acto de inauguración del “año judicial”, Irina Hauser abordó a uno de los jueces de la Corte Suprema y le comentó que había empezado a escribir un nuevo libro, que necesitaría cotejar algunos datos. En 2016 había publicado Los supremos, donde enfoca el período que sobrevino a la mayoría automática del menemismo, una suerte de refundación que impulsó Néstor Kirchner con un tribunal que conjugó consenso, diversidad, prestigio. El magistrado, que con sus guardaespaldas encaraba hacia la salida por un pasillo, se encontró con el anuncio y reaccionó con esas dos preguntas cargadas con desdén e indignación, apunta Hauser. Al rato entendió dos cuestiones. “A las juezas y los jueces no les gusta nada que los observen con espíritu analítico, ni que vean su detrás de escena y sus costuras”. Esa es la primera. La segunda es que tenía que escribir este otro libro.

Rebelión en la Corte retrata, como destaca ya en la portada, a “los Supremos en la era Macri”, los cinco jueces que conforman el Tribunal, sus personalidades, historias y objetivos, entreverado esto con las combinaciones sinuosas de confluencias y cortocircuitos que desembocan en sus fallos. “Es un período medianamente breve donde pasó de todo, y eso de algún modo permite contar cómo se comportan estos sujetos que componen el poder judicial habitualmente –dice Hauser, mientras una sopa de verduras se cocina en el departamento en que vive, en Palermo-. La gracia para mí es poder transmitirlo de una manera un poco novelada, a través de esto que se llama periodismo narrativo. Y es un desafío tan grande contarlo así como conseguir buena información. Juntar esas dos cosas, entonces. Con el tiempo me di cuenta de que nadie hace esto, porque les tienen miedo. Entre los periodistas y la ciudadanía hay como un temor reverencial un poco infundado, pero fruto de esta imagen que ha logrado el poder judicial a lo largo de la historia. Es interesante poder romper esa imagen y contar cómo se cocinan todas las miserias ahí adentro”.

Cuando Cristina Fernández de Kirchner terminó su mandato, Ricardo Lorenzetti llevaba once años de permanencia y casi nueve como presidente en la Corte; para diciembre de 2015 el tribunal se completaba con Elena Highton de Nolasco (la primera mujer en acceder allí durante un gobierno democrático, y a un par de años de llegar a la edad jubilatoria de 75), y con Carlos Maqueda, “peronista pura cepa y gran cultor del perfil bajo”. Apenas asumió su mandato y con la ilusión de tener una Corte leal, Mauricio Macri se despachó con el intento de nombrar por decreto a dos nuevos jueces, Carlos Rosenkrantz y Horacio Rosatti: ma’ qué República ni República. Se armó un lío considerable, y por más que Lorenzetti planteaba públicamente que eran bienvenidos, puertas adentro otro era el cantar. “De hecho el plan era que si intentaban entrar sin pasar por el Senado no les iban a tomar juramento –recuerda Hauser-. La Corte puso esa condición y eso forzó que tuvieran el acuerdo, unos meses después. Pero los dos, Rosenkrantz y Rosatti, aceptaron ese intento de entrar por la ventana, al principio. Podía presumirse que a partir de esa situación irregular no iba a ocurrir nada bueno”.

Hauser cuenta con detalles de lujo la jornada del golpe palaciego, 11 de septiembre del año pasado, cuando Lorenzetti se disponía a cerrar una reunión de plenario y escuchó que Rosenkrantz, parco, le dijo que quedaba un tema más: “Yo quiero ser el nuevo presidente de la Corte”. La vida te da sorpresas: con Highton y Rosatti ya tenían todo cocinado. Hasta el portal de la Corte, el Centro de Informaciones Judiciales, quedó bajo la órbita de Rosenkrantz. Luego sobrevendría una reconfiguración de poder para las votaciones con el armado de la “mayoría peronista” compuesta por Lorenzetti, Rosatti y Maqueda, que recuperaría el CIJ y frustraría aquella idea de tribunal alineado automáticamente con el macrismo. El capítulo que enfoca en Rosenkrantz se llama “El Emperador”: “Su llegada instaló una severidad que potenció la paranoia reinante”, señala Hauser, que lo bosqueja con la amenaza de sumariar a uno que encontró fumando en un pasillo y traza sus conexiones con las empresas y corporaciones más grandes del país. El centrado en Higthon se titula “Las Elenas”, y entre otras cosas desgrana las gestiones de la jueza para que la carrera de su hija prospere en los tribunales. Esta periodista nacida en 1971, que trabaja desde hace 22 años en este diario, hace algo infrecuente y nada fácil: narra con fluidez los vericuetos judiciales, trabaja las ambiciones y las intrigas palaciegas para impulsar sus relatos, utiliza los intereses en pugna, sus razones y tensiones para traccionar la lectura. 

Los supremos tallaron estos años sobre asuntos decisivos: escuchas secretas, caudales de dinero para jubilados o trabajadores o empresas, vías para encarcelar dirigentes o para liberar represores. Dice Hauser: “Contar a través de las historias te permite mostrar cómo es la cabeza de un poder del Estado tan crucial como la Corte, que está compuesta por seres humanos de carne y hueso y que, a la vez, se mueven de manera tal que pueden estar construyendo la base de nuestra historia”.

DONDE NADIE SE QUIERE METER

Dice Hauser que son apasionantes las complejidades y el surgimiento de lo inesperado en la Corte, las dinámicas que se generan entre los cinco miembros. “Uno decía ‘bueno, los nombra el macrismo’, pero luego resultó que Rosatti, en la gran mayoría de los casos, pareciera que no vota en esa dirección –señala-. Tanto es así que Elisa Carrió, que fue la que había fogoneado su nombre, después le reprocha que está siendo desleal al gobierno. Lorenzetti había logrado generar una especie de liderazgo sin precedentes, se dudaba entre si era un político o un juez, si quería o no ser Presidente (de la nación), un tipo que había logrado que lo apoye gran parte de la corporación judicial, negociaciones con el poder empresarial y político. Se puso en contra del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner en el momento más apropiado para hacerlo, y de pronto se encuentra con que desde adentro le jaquean el poder. Y lo toma totalmente desprevenido; de hecho Elena Highton, su compañera como vicepresidenta durante once años, participa de eso. El día que lo destituyen la trata de traidora, una enormidad dentro de la Corte, imaginate la escena: ¡Vos eras mi amiga!’ Lo ponen a Rosenkrantz, que es el tipo más parecido a Mauricio Macri que pueda haber, y uno decía ‘bueno, esto se va a travestir de acá a la eternidad’. Y no, porque al poder real no lo ejerce Rosenkrantz, la microfísica del poder ahí es mucho más compleja, y uno no termina de entender qué día lo ejerce quién. Hay un estado de sospecha permanente entre los cinco integrantes, que todo el tiempo van generándose mecanismos para caer bien parados, mientras resuelve cosas muy importantes”.

Se intuye que estos conflictos de intereses desembocarán en que cada tanto aparezca alguien con cosas para contar, con datos e indicios para buscar. Y que esos tironeos contribuyan para darle sustancia e intrigas a los textos. ¿Sucede algo así?

-Cada tanto surge alguien interesado, sí. Pero a la vez eso te obliga a tener mucha atención y rigor en el chequeo de las cosas, porque también circulan muchas operaciones. Hay que ir viendo y analizando cada personaje en particular, qué interés tiene, qué temas mueve, qué está buscando… Es bastante complejo.

Está resultando un año trajinado, este, para Hauser: por las mañanas es parte de La inmensa mayoría, en Radio con Vos, y por la noche es columnista en Minuto Uno, en el canal de cable C5N. Su especialización en la justicia, cuenta, fue un poco casualidad, coyuntural, pero a la vez venía fogoneada por “la mística del periodismo de investigación”. Empezó en este diario como pasante de Sociedad, fue editora de Universidad y cuando desembocó en Política sus opciones fueron Casa de Gobierno o Tribunales. “La única persona que había escrito sobre la Corte y me gustaba era Horacio Verbitsky –recuerda-. No sé si elegí mucho este tema, o si más bien era lo que había. En ese momento no existía lo que ahora llamamos ‘periodismo judicial’, una denominación que fue acuñándose con los años. Y fue complicado, porque este no era un diario bien visto en este ámbito. Imaginate: iba la chica de Página/12 a golpearles la puerta. En el libro anterior cuento que fue difícil entrar en ese mundo, hacerme de fuentes. Tenía que ir buscando recursos distintos a los clásicos, porque a veces me quedaba esperando tres horas en un pasillo mientras desfilaban los periodistas de los grandes medios delante de mis narices. Recurría a ascensoristas, ordenanzas, secretarios de segunda línea. Fue un gran ejercicio, porque con los años fui ganando un lugarcito. Y de hecho terminé poniéndole el cuerpo y la cabeza a un ámbito al que en general los periodistas le temen. La Corte es un lugar en el que nadie se quiere meter. Yo me metí y me la banqué”.

¿Tuviste quejas o reclamos por algo de alguno de los libros?

-Quejas no. Sé que están más molestos con este. Este es bastante más picante, por las cosas que ocurren dentro. No es que me llamó un juez o jueza; son más bien terceras personas que envían algún mensaje. Y entiendo que queda muy al desnudo el papel de algunos jueces en particular, con algunos temas que los medios habitualmente no muestran. Te doy un ejemplo, sin que esto quiera decir que recibí llamados al respecto. Una de las cosas que molestan es poner a la vista que desde la Corte surgió una co-responsabilidad en el armado de toda una arquitectura jurídica contra los funcionarios del gobierno anterior, para que muchos de ellos terminen presos, y otros gravemente acusados. En el libro cuento que a la doctrina Irurzun no la escribió Irurzun: se escribió en la Corte. Sucede que ahí dentro hubo algunas personas que conservaron algún nivel de racionalidad y de mirada política un poco más fina, y eso se frenó. Pero ese texto es prácticamente el mismo que después fue desglosando el camarista Martín Irurzun en sus fallos.

Sin condenas firmes y con el argumento de “concretas posibilidades de fuga” y de “posibles influencias para entorpecer la investigación”, muchos ex funcionarios fueron detenidos. La música que los medios del poder y el gobierno querían escuchar a todo volumen.

ROSENKRANTZ SIN GUILDENSTERN

“A veces, cuando los hechos van quedando un poco separados no los ves, pero de pronto empezás a encadenarlos y te das cuenta de algunas monstruosidades”, dice Hauser, y se refiere por caso al derecho laboral, o a la legislación sobre derechos humanos. “Porque además implicó ir tirando por la borda toda la construcción que habían hecho en los diez años anteriores estas mismas personas que integraron el tribunal y sin razón aparente para cambiar la jurisprudencia –apunta-. Excepto que la política fue para otro lado, que en este momento está más cerca del poder empresario que de los derechos. Me shockearon los fallos de distinto tipo contra trabajadores, donde aparecen historias detrás de batallas judiciales terribles. Gente que por ahí perdió casi todos los dedos, que lucha quince años hasta llegar a la Corte y le dicen ‘no, no tiene razón’. El proceso con los derechos humanos fue un poco más visible, cómo fueron desandando todo lo hecho; el sumum fue el fallo del 2x1 a favor de un genocida, con la amenaza latente de que lo intentaran replicar otros. La respuesta social fue impresionante y el Congreso sacó enseguida una ley interpretativa en ese momento, que ayudó a que no se aplicara la jurisprudencia; pero además hubo una gran reacción en tribunales inferiores, que en general no la quisieron aplicar, y también eso fue novedoso. Porque la propia Corte tardó un montón de tiempo en dar marcha atrás con esta decisión”.

Fue Rosenkrantz quien motorizó el 2x1, el más interesado en que prosperara. “Yo creo que se llevó una sorpresa, porque quedó mucho más expuesto de lo que imagino que suponía –dice Hauser-. Por un lado está su ambición personal, quedándose a cargo de la Corte, pero a la vez está su falta de tacto, porque lo consagran y le quitan el poder en tres minutos. Y por otra parte quedó muy expuesto en una serie de conflictos de interés; él es un hombre que venía de la actividad privada, de ser rector de la Universidad de San Andrés, y de tener un estudio jurídico que atendía a grandes empresas. Y calladito calladito empieza a firmar expedientes que tienen una u otra relación con sus viejos clientes, viejos de no hace tanto. En cualquier país civilizado sería un escándalo de proporciones. Como adicional, en algunos fallos muy concretos quedó en evidencia que desde la oficina de él o de algún lugar muy cercano salía información anticipada de cosas que estaban por ocurrir. Esto generó mucho lío adentro”.

¿Debería haber más juezas en los tribunales más encumbrados? ¿O cupos, como hay para los cargos legislativos?

-Cuando Kirchner reformó toda la normativa de designación de jueces estableció la representación de género; lo que sucede es que no se especifica un número, una cantidad. Las mujeres están hoy sub representadas en la Corte, claramente. Y a mi modo de ver, la única mujer que hoy representa esos intereses ahí no lo hace bien. Es un problema. No sé si es un cupo lo que tendría que haber, pero sí debería haber mayor representación femenina. Aunque la presencia de mujeres no garantiza la defensa de sus derechos, porque hay juezas que han sacado fallos horribles. Carmen Argibay había empezado un trabajo en busca de un cambio cultural que va a llevar mucho tiempo, porque el poder judicial es el más conservador de los poderes, por donde lo mires; ese trabajo de Argibay se abandonó, y es más, a mucha de la gente que lo hacía, la sacaron. Hay muchas cuestiones que siguen estando naturalizadas: a una mujer que hace una denuncia por violencia le siguen preguntando por qué llevaba la pollera corta, eso sigue pasando. Fijate qué paradoja: para llegar a un cargo determinado a las mujeres por ejemplo les preguntan, o les preguntaban hasta no hace mucho: “¿Ya cerró la fábrica? ¿De dónde va a sacar tiempo para dedicarse a esto? Si usted se tiene que ocupar de las tareas del hogar…” Otra paradoja: en la creación original de la Oficina de la Mujer en la Corte, y la Oficina de Violencia Doméstica, estuvo un varón. Creo que es un trabajo conjunto. Pero a la vez, con tantos años escribiendo sobre esto, no tengo dudas de que el famoso techo de cristal existe en la justicia.

¿Quién es el mejor escritor de la Corte, para vos?

-¿De fallos? Rosatti. Que es escritor, además, y le dedica mucho tiempo a la escritura. A los fallos más relevantes, o a los que más le interesan, los escribe él. Me parece que les saca un poco de ventaja a los demás. Me agrada a veces descubrir para dónde va la cabeza de Rosatti. En su momento sacó un libro sobre el prejuicio basado en Frankenstein; el prejuicio es algo que contamina todos los estamentos del poder judicial, todo su discurso. Que haya un juez dispuesto a reflexionar sobre ese tema, y además tomando ese libro, me pareció genial.