Queda mucho por hacer para Daniel Tarrab. Y así lo dice como respuesta a una pregunta un tanto capciosa, referida a si quedaba algo por hacer después de Astor. Capciosa no por su carácter irónico sino porque precisamente Otra mirada, el último disco de este compositor y pianista (llamado ) asume un tridente caro a los dientes sonoros del Tiburón: tango + jazz + música de cámara.
Tarrab, sin embargo, se desmarca de la analogía: “Piazzolla ha sido enorme y sigue siéndolo, cómo dudarlo. En su música, los gestos melódicos, las armonías y los ritmos son propios de él. Esa es 'su' invención, entonces acercarse a él es garantía de no inventar nada nuevo. Por esta razón tomé la decisión de alejarme cuidadosamente de toda sonoridad que pudiera remitir a su música”, contrarresta, ante la inminente presentación de su obra.
Será el sábado 24 a las 20 en el Centro Cultural Kirchner, junto a una compañía que, paradojalmente, también huele a Astor: Néstor Marconi en bandoneón, Pablo Agri en violín, Cristian Zárate en piano y La Camerata Argentina, todo bajo su dirección. “Congenio con ellos de maravillas”, confirma el músico, ya metido de lleno en el disco. Y lo justifica caso por caso.
“Son unos músicos infernales que conocen el género como nadie, y con una musicalidad tal que les permite ir a cualquier parte si la música está bien escrita y a partir de ahí embellecerlo todo. Marconi solía decirme que yo acentuaba 'raro', que no lo hacía ni como Salgán ni como Pugliese ni como Astor”, asegura el compositor, intentando refrendar su tesis inicial. “Y con Pablo (Agri) nos une una larga historia en el ámbito de la música de películas. Estuvo en cada una de las grabaciones que dirigí, batuta en mano, con orquestas enormes. Cuando hubo que grabar estos tangos, ¿cómo dudarlo? Se convirtió en mi copiloto. ¿Y Zárate? Bueno, Zárate me voló la peluca cuando lo escuché”.
Las otras miradas de Tarrab se dividen en ocho piezas, entre las que destaca dos. Una se llama “La lamparita”, compuesta para el film La puta y la ballena, cuya música le pertenece. “El director Luis Puenzo me pidió componer un tango legendario. En un primer momento, sentí una presión infernal y me dije 'este señor me está pidiendo un delirio absoluto, porque para que algo sea legendario debe contar necesariamente con el transcurso del tiempo'. Pero ese pedido, ese nivel de exigencia, me llevó a un lugar inesperado, que por supuesto agradezco”, cuenta.
La otra pieza "de elite" se llama “Encuentro”. “Esta es una canción de amor”, enfatiza. “Fuera de toda escena idealizada de un compositor en búsqueda de inspiración, estaba en la casa de mi pareja y, mientras ella estaba quién sabe haciendo qué, me senté en un tecladito fatal que teníamos ahí y me apareció la melodía de un tirón de principio hasta el final. No pude dormir. Al día siguiente me fui a mi estudio y lo armé”.
Tarrab, cuya vida artística, además del tango, derivó en una enorme producción de música para películas (Desde Felicidades, de Lucho Bender, hasta el cortometraje Anacronte, pasando por El arca, de Juan Pablo Buscarini), hizo sus primeras armas en el rock de los '60, cuando escuchaba a Almendra, Manal y los Beatles en un Winco de época. “Mi viejo escuchaba tangos en la radio AM de su Falcon sesenta y pico, y a mí no me interesaba en lo más mínimo”, evoca. “Después aparecieron otras músicas que me rompieron la cabeza: Bill Evans, King Crimson, Weather Report, Steely Dan, Pat Metheny, ¡Charly García! Una ensalada extraordinaria”.
Ensalada que el también contrabajista condimentó estudiando en la Berklee durante la década del '80. “Ahí me metí con el jazz, y estudié composición de música para películas. Así fue que, después de haber compuesto toneladas de música de muchísimos géneros diferentes, en la interminable búsqueda de mi propia voz, casi como un juego, empecé a tirar de un hilo y lo que aparecía eran giros melódicos tangueros. Evidentemente, había alguna raíz que no sabía que tenía”. Tal raíz le permitió, entre otros haceres, dirigir la Orquesta de Música Argentina Juan de Dios Filiberto, con el fin de interpretar de la música de sus películas en el "Homenaje a la música del cine argentino" realizado en 2011 en el Teatro Nacional Cervantes.
Respecto del jazz, dura lo que un pez en el aire en emparentarlo con el tango. “Son parientes cercanos, casi diría primos hermanos, porque ambos nacieron en los burdeles. Si bien rítmicamente son radicalmente diferentes y el espíritu que trasmiten también, las armonías son básicamente las mismas. Armónicamente, Gershwin y Troilo van de la mano”, sentencia este músico que revela algún detalle acerca de cómo ponerle música a las imágenes, otra de sus pasiones. “No tengo un método en particular. Cada película, según el género y según su estética, pide un tratamiento diferente. Quiero decir, algunas pueden ser orquestales con un abordaje del cine clásico y otras necesitan un abordaje más contemporáneo, por lo que son más atmosféricas. Todo vale si la película lo pide. Mi trabajo es leer entre líneas qué es lo que la película y el director necesitan transmitir para la narración”.