“Creo que encontré la obra”. Ese fue el mensaje que Adriana Salonia le envió desde España a Hugo Urquijo, después de descubrir entre la oferta teatral del off madrileño una puesta reciente del dramaturgo y guionista norteamericano David Mamet: La culpa. Así, de forma fortuita, la actriz encontró el material que buscaba hacía mucho tiempo para volver a trabajar junto con quien la llevó a debutar en teatro hace veinte años, cuando protagonizó Comer entre comidas (Collected stories), de Donald Margulies, con Lydia Lamaison. “Es un director muy importante en mi vida porque fue el primero que confió en mí cuando yo solamente había actuado en televisión y no tenía experiencia laboral en teatro”, asegura Salonia sobre Urquijo, con quien volvió a trabajar en Cuestión de principios, en 2009.

Volver a encontrarse era, entonces, uno de las razones para encarar el nuevo proyecto. Pero otros condimentos se sumaron. El protagonista de la historia compartía la segunda profesión de Urquijo: psiquiatra. Y Mamet era un autor conocido y admirado para ella. “Hacía rato que quería hacer un texto suyo, porque lo sigo desde que soy muy chica. Tengo un libro que él escribió, que se llama Verdadero y falso. Herejía y sentido común para el actor, donde reflexiona acerca de lo que es la vida del actor y sobre el grupo de pertenencia que siempre te da el teatro. Ahí habla también de la necesidad de volver a los orígenes y de recordar dónde uno empezó, más allá de los cinco minutos de gloria y fama que atraviesan la carrera. Por eso, siempre para los estrenos suelo regalarles una copia de este libro a mis compañeros”, cuenta la actriz, que realizó la adaptación argentina del texto, basándose en la versión española de Bernabé Rico, y que también ejerce el rol de productora por primera vez.

Estrenada en el teatro off-Broadway en 2017, con el título original The Penitent, la obra relata la historia de Daniel (Diego De Paula), un psiquiatra que es llamado a declarar en un juicio a favor de uno de sus pacientes acusado de asesinar a diez personas. Pero el profesional, amparado en el secreto profesional y en el juramento hipocrático, se niega a hacer declaraciones, y esa decisión lo lleva a enfrentarse con Eliana, su mujer (Adriana Salonia), con Julián, su propio abogado (Martín Urbaneja), y con el abogado de su paciente (Gabo Correa), y también, y fundamentalmente, con las corporaciones médica, mediática y judicial que elaboran todo tipo de teorías para desacreditarlo. De esta manera, la pieza abre múltiples debates en torno a los límites de la ética profesional y el grado de responsabilidad de un médico en las acciones de un paciente, pero además pone el foco sobre los entramados de poder que entran en juego con sus intereses y sus pujas especulativas.

“Me atrajo la manera en que esta historia habla de los males de este siglo”, señala Salonia, que en simultáneo acaba de estrenar La sequía, película dirigida por Martín Jáuregui, y donde comparte pantalla con Emilia Attias. “La obra revela lo que ocurre cuando el protagonista, tras haber tomado una decisión que considera correcta, tiene que enfrentarse con distintas reacciones, incluso con la corporación médica, que se supone que lo tiene que proteger pero es la que termina quitándole la matrícula. A su vez, se enfrenta a un diario muy poderoso que lo acusa de homofóbico y ese medio lo destruye. Entonces, ahí aparece también la cuestión de la manipulación de los medios de comunicación. Y eso me impresiona, al igual que lo que ocurre con el poder de la justicia. ¿La gente cree más en la verdad o en el abogado del traje más caro? ¿Hasta dónde la justicia es justa? Por otro lado, y no me resulta un dato menor, se muestra cómo las mujeres, por el lugar que estamos ocupando en este momento en la historia, somos las que más nos dejamos atravesar por este tipo de cuestiones. Por eso no es casual que sea Eliana, mi personaje, la que hace una transición y permite que todo lo que sucede la atraviese, aunque no sé si de la mejor manera. Pero es la que se hace cargo y la que se va dando cuenta de que la decisión de su marido es un error”.

-¿Por qué a ella le afecta tanto esa decisión?

-Las mujeres somos las primeras en darnos cuenta de algunos errores. Tenemos una mirada un poco más reflexiva acerca de la vida, y del valor que puede tener. Somos las que en este momento estamos encabezando una movida feminista, que es mundial y que no habría sucedido si no hubiésemos sido nosotras las que avanzamos con esto. Somos más permeables a comprender situaciones que los varones llegan a analizar después, y ponemos un poco más el cuerpo. El protagonista hace también una transición y hace su mea culpa hacia el final de la obra, y llega a eso de la misma manera que mi personaje, pero desde otro lugar. Y eso es lo que me gusta de esta obra, porque permite los quiebres y las transiciones, hasta que se desvela el misterio final en la última escena donde el relato se transforma en un thriller psicológico y eso hace que la pieza sea más inquietante.

-¿Cómo se explica la posición intransigente del protagonista?

-Creo que es la culpa y la desesperación que siente por no haber accionado para prevenir lo que ocurrió lo que hace que él se mantenga al margen, porque sabe que tanto la medicina y su juramento hipocrático lo protegerían de entregar las notas donde se puede revelar lo que realmente pasó en la sesión. Esa culpa insoportable es lo que a muchas personas las acerca a la religión, porque a veces esa es la única manera de atravesar un dolor. Y eso es lo que le pasa a él, que encuentra consuelo y apoyo en su rabino.

-¿Qué habría decidido Eliana si hubiese estado en esa situación?

-Ella habría hecho lo que le dice a su marido en la primera escena, cuando le cuestiona por qué no expresó su pena por las víctimas. ¿Qué pasa con la empatía hacia los que están sufriendo? Las mujeres somos más empáticas. Eliana le reclama que tiene que hablar del hecho de que su paciente mató a diez personas y no tomar una distancia tan fría frente a esas vidas humanas.

-Urquijo señala que este psiquiatra padece su tolerancia y su paciencia hacia el paciente como un defecto y no como una virtud. ¿Coincide con esa lectura?

-Me parece que el protagonista tiene esa gran virtud que tienen muchos psiquiatras, que es la de dejar a sus pacientes ser libres en sus propias elecciones. Pero, a veces, las virtudes pueden ser grandes defectos si no sabemos canalizarlas. Seguramente él confiaba mucho en el tratamiento que estaba haciendo con ese paciente. Por todo esto es que me parecía que Hugo era el director perfecto para esta obra, porque siendo psiquiatra iba a comprender el punto justo donde debíamos trabajar cada uno de los actores.

 

*La culpa puede verse en el Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543), los viernes y los sábados a las 22.15.