En una escuela media de Balvanera, un alumno de 17 años, que había recibido varios talleres de Educación Sexual Integral (ESI) le contó a su mamá todo lo que había escuchado en el colegio sobre violencia de género y la convenció de irse de la casa, para escaparse de su marido violento. En la clase de Formación Etica y Ciudadana de una escuela de La Boca, en la que se abordaron temas de ESI, un estudiante contó que un tío falleció de una de las enfermedades llamadas “oportunistas” del sida. Le detectaron el virus muy tarde y falleció en muy poco tiempo. “Murió sólo como un perro. Es refeo cómo se estigmatiza a las personas que tienen VIH. Me quedé sin ninguna pertenencia de mi tío, y yo que me llevaba bien, lo requería. Sólo me quedan los recuerdos. Mi tía no es mala, pero pensaba que, quemando sus cosas, mataba el virus. Tenía miedo. Ahora que sé cómo se transmite, voy a hacer que ese prejuicio desaparezca”, reflexionó el alumno. Historias como éstas se suceden todos los días en aulas o pasillos de aquellas escuelas de la ciudad donde la Educación Sexual Integral atraviesa sus contenidos en todas las materias. La ESI, esa sigla tan popular en los últimos tiempos pero que todavía tiene la capacidad de generar temores en algunos padres y autoridades escolares, o confusiones respecto de asociarla directa y unívocamente a “hablar de sexo”, provoca cambios profundos en las vidas de quienes la reciben. Aquí, algunos relatos explican para qué sirve la ESI.
La decisión estaba tomada pero no sabían cómo hacerlo sin exponerse a una reacción violenta del padrastro del alumno de Balvanera. “Le dimos números de teléfono y direcciones de lugares donde podían contener a su mamá y orientarla en cuanto a la manera y el momento en que debían irse. A él lo apoyamos y lo acompañamos durante todo el proceso. También lo felicitamos por su valentía. Y, claro, lloramos de emoción cuando nos contó que finalmente su mamá, su hermanita y él, vivían tranquilos en un lugar sin insultos, amenazas ni golpes”, cuenta Nerina, una de las docentes.
Esta situación no es una rareza. Después de abordar cuestiones de género, estereotipos, violencias contra las mujeres, puede pasar que una chica se angustie y se anime a contar que fue abusada o que está sufriendo algún tipo de violencia. También “es frecuente que una vez terminado el taller de ESI se acerquen lxs jóvenes para hacer preguntas que por alguna razón no hicieron en el transcurso del taller. Preguntan mucho sobre la eficacia de la anticoncepción de emergencia, generalmente llamada ‘pastilla del día después’. Sobre el momento oportuno para tomarla, consecuencias, etc. También consultan sobre situaciones violentas vividas con sus parejas y las pasos a seguir y lugares de consulta y derivación. Muchas veces consultan sobre abuso sexual intrafamiliar”, cuenta Silvia Kurlat, educadora y orientadora en Sexualidad Humana, presidenta hasta hace dos meses de la Asociación Argentina de Educadoras y Educadores Sexuales.
La ley y los cucos
La ley 2110 de Educación Sexual Integral de la ciudad fue sancionada en 2006. Las denuncias y reclamos por la falta de decisión política y financiamiento para su aplicación se vienen sucediendo desde entonces. Durante una importante toma de colegios en 2017, los centros de estudiantes lo plantearon como uno de los reclamos más fuertes, junto con la necesidad de un protocolo de actuación en casos de violencia de género (ver aparte). Desde entonces, la bandera no volvió a bajarse, pero para muchos todavía la sigla ESI sigue siendo un misterio o un cuco. Una parte de la comunidad docente todavía considera al “sexo” como sinónimo de “sexualidad”. “Las autoridades y algunxs docentes temen que los talleres de ESI puedan contribuir a estimular la sexualidad de los alumnos de manera de promover relaciones sexuales precoces. Sabemos que en realidad es al contrario. A mayor información científica, actualizada, en lenguaje claro, más tardíamente se inician las relaciones sexuales y en mejores condiciones”, dice Kurlat.
En el mismo sentido reflexiona Lucía Schiariti, capacitadora docente en Educación Sexual Integral. “Todavía socialmente, en muchas familias (e incluso muchos docentes) siguen siendo pregnantes las ideas de sexualidad asociada a sexo, a relaciones sexuales, a aparatos reproductores. Y entonces no se entiende bien qué y cómo se trabajará. También estamos trabajando para desarmar la idea de que ESI es un taller, una jornada, la ‘clase’ de ESI. Con docentes, lo que trabajamos es que la ESI es una mirada, una perspectiva que se asume, y sirve para encarar todas las prácticas educativas”.
También sucede que más allá de los sectores más progresistas que siguen el impulso del feminismo y la “marea verde” que inunda las aulas e instala sus debates, en otros adolescentes “sigue habiendo confusión, y si no trabajás temas de salud sexual y/o género (sean estereotipos o violencia) entonces no parece ESI. Trabajar vínculos, la afectividad en general, no termina de asociarse con la sexualidad. Y no se visibiliza parte de lo que sí se está haciendo”, agrega Schiariti.
Por ejemplo, cuenta Valeria, una docente, que un día la clase de inglés en segundo año giró en torno al análisis de publicidades y los estereotipos de belleza instalados en la sociedad. Al principio muchos repitieron belleza y perfección como sinónimos. También hablaban de ojos claros, cabellos despampanantes, alturas llamativas, extrema delgadez, entre otras descripciones. Luego eso se fue poniendo en cuestión. Para ir cerrando, les contó que esa clase estaba enmarcada dentro de la Ley de Educación Sexual Integral. Justamente, al decirlo, un alumno respondió “pero no hablamos de sexo”. “Y tenía razón, claro. Pero seguiremos trabajando en ESI para que dejen de pensar que es sólo hablar de sexo. Ese día tocó el timbre y en vez de estar desesperadxs por ir al recreo, un clima de profunda introspección reinó en el curso”, agrega Valeria.
Es que la ESI incorpora la perspectiva de género en las aulas, una categoría por la que todos, todas y todes estamos atravesados y de la que no se puede permanecer inmutable.
Las reacciones
Las reacciones de la clase, sin embargo, no siempre es la esperada. Suele haber algunas chicas o chicos más informados o familiarizados con la problemática y otros que siguen anclados en figuras tradicionales y conservadoras en relación a los roles de género, por ejemplo. “La ESI también irrumpe en las aulas sorpresivamente y nos obliga a tomar decisiones y no omitir lo que surge”, apunta Leticia, docente de una escuela media de Lugano. Ese fue el caso frente a una discusión entre un chico y una chica, que se agredían verbalmente con comentarios ofensivos que visibilizaban la concepción estereotipada de la mujer. “Ante el intento de mediar y favorecer la reflexión acerca de cómo se estaba tratando a una compañera, la interpretación del estudiante involucrado fue: 'Profe ella me provoca ahora que está usted porque sabe que defiende a las mujeres'", cuenta.
Cuando se trata de capacitar a docentes en los contenidos de la ESI, las respuestas y predisposiciones no son homogéneas. “En instancias de capacitación, una docente de primaria relató que estaban ingresando sus estudiantes al aula, pero venían con 'demasiada' energía. Les pidió que se detuvieran, y estuvo a punto de decirles 'entren primero las nenas'. Pero recordó lo que veníamos trabajando en encuentros anteriores y entonces dijo: 'Entren primero quienes tienen algo rojo… Ahora quienes tienen zapatillas blancas…' y así siguió. Haberse dado cuenta de que la primera forme de organización volvía sobre formas binarias habilitó la posibilidad de empezar a desarmar prácticas que suelen repetirse en las escuelas sin cuestionamientos, y refuerzan modelos cisnormativos y sexistas”, cuenta Schiariti.
Otro docente de Taller de una escuela técnica comentó que una alumna, a quien él quería “ayudar” a mover un motor, le dijo “gracias profe, pero yo puedo”. A partir de ese comentario, se dio cuenta de cómo solía hacer diferencias entre chicas y chicos en sus clases, y está empezando a modificarlo.
De eso se trata, de mover, modificar, movilizar; de empezar a forzar la máquina al punto de que haya transformaciones, como dijo alguna vez una feminista.