Ezequiel Adamovsky, licenciado en historia, profesor e investigador del Conicet, abordó al gaucho para hacer su nuevo libro. Y lo abordó, casi en una operación total de sentidos, por algo nada menor. Por algo sustancial, dicho mejor. El --el gaucho-- o su arquetipo se ha transformado, según el autor, en la “encarnación de la Nación”, por sobre todos los demás tipos sociales que habitaron el suelo argentino. Así consta en la introducción de “El gaucho indómito. De Martín Fierro a Perón, el emblema imposible de una nación desgarrada" (Siglo veintiuno editores). Y así lo sigue explicando él, ante Página/12. “Lo de ´indómito´ es porque me interesaba rescatar el momento en el que el gaucho se transforma en un héroe popular en la Argentina de fines del siglo XIX, antes de que su figura fuese capturada por la derecha nacionalista. También quería señalar que, incluso luego de que la derecha lo retomara como emblema para sus propios propósitos, siguió siendo un símbolo políticamente muy inestable e incontrolable. Siempre, hasta hoy, se lo pudo recuperar desde visiones críticas del poder y del capitalismo. Es una figura verdaderamente indomable”, sentencia el autor que, para dar con el cometido, se metió en los entresijos de folletos baratos que leía el bajo pueblo hacia fines del siglo XIX. También de diarios, revistas, obras de teatro, de cine, e incluso de historietas de la época. “El criollismo permeó todas las expresiones de la cultura nacional, pero me gustaría reparar en los folletos porque acá no se preservaron. Por suerte, un antropólogo alemán los salvó del olvido, y están en Berlín”.

--¿Por qué eligió recortar el período abordado entre el Martín Fierro y Perón, más allá de ciertas expansiones hacia atrás y hacia delante?

--El libro llega hasta el peronismo porque allí se notan bien las potencialidades políticas de un emblema que la derecha estaba intentando controlar, pero que así y todo se las arregla para canalizar otras visiones alternativas, incluso antagónicas. Por otra parte, luego del peronismo el gaucho pierde algo de su atractivo como figura principal de la rebeldía, cuando la reemplazan otras --el cabecita negra, el peronista-- que sin embargo se presentan como encarnaciones actuales del criollo mal arreado de antaño.

--¿Qué factores lo llevaron a encarar esta temática?

--Mi interés por el criollismo popular viene de un proyecto más general en el que estoy embarcado hace años. Quiero entender cómo afectaron las diferencias de color de piel y de origen étnico en la conformación de las identidades de clase en Argentina. Llegué a este tema buscando dónde podría haber aparecido una reivindicación de lo criollo/moreno en tiempos en los que de esas cosas no se hablaba de manera abierta. Y me llamó la atención la insistencia con la que se describía a los héroes gauchos como personas de tez morena, o se los presentaba en historias que los asociaban a afroargentinos, mestizos o indígenas. El criollismo popular mostraba aquello que los discursos oficiales buscaban invisibilizar, cuando planteaban que la Argentina era blanca y europea.

--¿Y en lo subjetivo qué cuestiones primaron?, ¿cuál es su relación “imaginaria” con el gaucho, digamos?

--No diría que haya tenido un acercamiento por algo personal o subjetivo. Llegué al tema medio sin buscarlo, por el interés en la diferencias de color entre los argentinos. Con ese tema sí tengo quizás una vinculación más íntima. Crecí en un barrio obrero de José C. Paz y de más grande viví en San Miguel, el noroeste del Gran Buenos Aires. En el propio paisaje humano noté desde chico que había una diferencia visible entre la gente del lugar en el que yo vivía, y la que veía cuando visitaba la ciudad de Buenos Aires. Y por otra parte, que había una tensión entre la minoría de origen “gringo” que dominaba el comercio y las profesiones en esa zona con los “negros” de la clase baja, que vivían en los barrios más periféricos. Eso estaba muy a flor de piel en las conversaciones cotidianas cuando era chico. Creo que es algo que, para los que vivieron siempre en capital, es menos evidente. Contacto personal con el criollismo popular tuve poco, aunque sí llegue a ver una representación de Juan Moreira en un circo itinerante de mala muerte que pasó por José C. Paz cuando yo era niño.

--Como arquetipos de ese “criollismo popular” que indaga, encara dos casos puntuales: el del payador nacido en Merlo, Martín Castro, y el del músico, compositor y poeta sanjuanino Buenaventura Luna. ¿Motivos?

--Martín Castro fue todo un hallazgo. Es un personaje al que nadie había dedicado una investigación académica hasta ahora, un payador de origen criollo y muy modesto que, a través de la voz del gaucho, llegó a plantear una contrahistoria “indigenista” de la Argentina ya en 1928, mucho antes de que algo así se planteara en el campo intelectual. Es una figura fascinante. Buenaventura Luna era un poco más conocido porque fue una figura central del folklore en los años treinta y cuarenta. Pero su trayectoria de vida, de militante del bloquismo sanjuanino a locutor y folklorista en Buenos Aires y peronista luego de 1945 me permitía explicar mejor el vínculo entre criollismo y peronismo, y las resonancias que ambos podían tener en una persona de tez morena y migrante interno como lo era él mismo.

--¿De qué manera pivoteó sobre esa contradicción esencial que atraviesa al gaucho entre el vago-mal entretenido y el héroe nacional?

--Bueno, originalmente, “gaucho” refería a personas que vivían en los márgenes de la ley. En las guerras de Independencia se invierte ese valor, y pasa a hablarse de los “gauchos patriotas” que ganaban batallas contra los realistas. La cultura argentina heredó esa ambivalencia: Sarmiento los detestaba, pero a su vez se veía poderosamente atraído por ellos. Cuando Lugones propone en 1913 que Martín Fierro sea el gran poema nacional, muchas voces se declaran en contra, porque suponía entronizar a un vago y mal entretenido. Y eso se continuó luego con las ambivalencias de Borges y todavía en la actualidad.

--¿Es ésta la mayor contradicción, la mayor paradoja de la historia social argentina?

--Diría que es el síntoma de la mayor tensión que recorre la construcción de la nación en Argentina. Que tengamos como héroe nacional a una figura que enfrenta a la ley del Estado, que nos dice que su facón es más justo que la ley de los de arriba, nos dice mucho sobre las dificultades que nuestras élites han tenido a la hora de construir una visión hegemónica acerca del “nosotros”, acerca de quiénes somos y de dónde venimos. Que tengamos como prenda de unión nacional a un personaje que nos habla de nuestras desuniones es toda una paradoja, índice de que, en verdad, hay visiones en pugna acerca de lo argentino que están lejos de estar llegando a una reconciliación.

--De allí lo del “emblema imposible para una nación desgarrada”...

--Exactamente.

--De todas las apropiaciones hechas sobre el gaucho ¿cuál le parece la más genuina, si es que cabe plantearlo así, y cuál la más “forzada”?

--De todas, la más forzada es justamente la nacionalista. Es muy gracioso ver las piruetas retóricas que tienen que dar las Fuerzas Armadas en los años treinta, cuando empiezan a usar a Martín Fierro como prenda para un discurso nacionalista y autoritario. ¡Justo a Martín Fierro, que es un desertor, que se la pasa acuchillando milicos, que habla pestes del ejército y que, cuando menciona al patriotismo, es para decir que los uniformados no tienen nada que ver con eso! El gaucho, y Martín Fierro en particular, se prestan muy mal a esos discursos.

--¿Y hoy?, ¿Qué sería un gaucho hoy?, ¿está más cerca del chacarero ricachón y paternalista de la pampa húmeda o del peón mestizo que vive en los márgenes y cultiva ese “criollismo popular” que trata en el libro?

--Los empresarios rurales siempre tratan de apropiarse de la figura del gaucho. Pero también hoy continúan las apropiaciones plebeyas, por dar un solo ejemplo, en el culto al gauchito Gil, que era también un matrero. Para mí, la figura del gaucho nunca tuvo nada que ver con la del empresario rural. Nada más alejado.

--¿Cómo puede ser leída la figura del gaucho en clave de género, en épocas de florecer feminista?

--El criollismo popular fue un movimiento cultural abrumadoramente masculino. Es interesante que en tiempos de la poesía gauchesca previa, en la década de 1830, se refiriera constantemente a las “gauchas”, que eran personajes desafiantes que tenían voz. Eso se perdió en el auge del criollismo: los personajes son varones. Sólo quedan las chinas, siempre mudas y al margen. El criollismo participó en el reforzamiento de un cierto tipo de masculinidad tanto popular como asociada al nacionalismo que fue indudablemente patriarcal. Pero aún así su costado subversivo es tal, que puede dar lugar a apropiaciones feministas, como la que hace Gabriela Cabezón Cámara en su última novela (“Una nena muy blanca”), que es poderosísima.

--¿Qué aporte cree haber generado a la historia social, más allá de lo dicho hasta acá?

--Creo que mi aporte con este libro consiste en una interpretación nueva sobre el criollismo y su papel en la formación de la nación argentina, y un mapa sobre el fenómeno que ilumina muchos aspectos poco conocidos. Por ejemplo, la dimensión "racial" que ponía en juego, o el modo en que animó una especie de "revisionismo histórico" popular previo al que plantearon los intelectuales.

--Al margen, o no. ¿Cómo está vivenciando en lo personal el estado de la cultura, de la sociedad y de la política hoy, en la Argentina?

--Con bastante bronca, la verdad. En lo que a mí me toca como investigador del Conicet, la agresión que venimos sufriendo en todo el sistema de ciencia y tecnología me genera bastante amargura. No sólo por la falta de financiamiento y la caída brutal de salarios que tuvimos, sino también por los ataques públicos a los que nos someten para justificar los recortes. En lo social y político, me cuesta creer que estemos otra vez volviendo a políticas y modelos que ya fracasaron en el pasado. Me preocupa que nos encaminemos a un nuevo bipartidismo parecido a los que hay en Europa o Estados Unidos, con una fuerza de derecha y otra de centroderecha (o de centro, en el mejor de los casos) como únicas ofertas. Igual, es un momento muy contradictorio, con cosas que también me parecen muy positivas y sorprendentes. Estamos presenciando una verdadera revolución con el surgimiento de este feminismo de masas que está sacudiendo algunos de los pilares de la sociedad y la cultura. Por ese lado, seguro seguirán viniendo cosas buenas.