El compositor Mario Davidovsky murió en Nueva York, donde vivía desde los 60, el 23 de agosto pasado. Había nacido en Médanos, provincia de Buenos Aires, el 4 de marzo de 1934. En Argentina se formó con Guillermo Graetzer hasta que a fines de la década de 1950, en la misma época que Mauricio Kagel partió a Europa, emigró a Estados Unidos. Allí estudió con Aaron Copland y Milton Babbit y entre otras cosas fundó, junto con el gran director y clarinetista argentino Efrain Guigui, la Composer´s Conference, evento internacional que perdura hasta el presente. Fue profesor de Composición en Columbia Princeton y Harvard.
Davidovsky fue el creador obras paradigmáticas, como la serie Sincronismos para instrumentos o ensambles instrumentales y electrónica. Con una de ellas, la sexta, obtuvo el Premio Pulitzer en 1971. “Una de las grandes curiosidades de esa obra es que está imbricada en un complejo entramado de sonidos electrónicos y figuras de la escritura instrumental que recuerdan fuertemente a una música de Anton Webern. Pasada por un prisma deformante, el compositor inserta en un momento una cita del himno nacional argentino. De este modo rompe fuertemente con la idea de un compositor ultra racional, formalista”, explica Jorge Sad Levi, compositor y admirador incondicional de la obra de Davidovsky. “Su música está surcada por una multiplicidad de líneas de fuerza estilísticas en las que el tiempo, la temporalidad de su discurso se organiza por constantes acercamientos y alejamientos de las articulaciones del habla”, agrega Sad Levi.
Al conocerse la noticia del fallecimiento de Davidovsky, el compositor norteamericano Joshua Fineberg escribió: “Es difícil imaginar un mundo sin Mario Davidovsky en él”. La influencia de Davidovsky en la creación musical contemporánea, que en la Argentina es evidente en la obra de Julio Viera, es inversamente proporcional al reconocimiento e interés por su música que los ciclos estables de música contemporánea de nuestro país le han dispensado. “En los último años, las únicas oportunidades de escuchar su música acá fueron en el Centro de Experimentación del Teatro Colón, para la celebración de los ochenta años del compositor, y las Ladino Songs magistralmente dirigidas por Federico Gariglio dentro del ciclo 60 x 60 del Fondo Nacional de las Artes en 2018. Eso a casi veinte años del importante apoyo a la difusión, escucha y análisis de su obra que dieron Francisco Kröpfl y Julio Viera desde el Laboratorio de Investigación y Producción Musical del Centro Cultural Recoleta”, explica Levi Sad.
“Cierto día de 2011, Mario Davidovsky me contó que en su pueblo amaban muchísimo la música, pero como no tenían la posibilidad de juntar un grupo grande de músicos se habían reunido con un contrabajista y una cantante. Con ese trío, con él al piano, leían óperas de Verdi. La anécdota me emocionó profundamente, hoy comprendo por qué”, cuenta Levi Sad y concluye: “Porque con ese pequeño ensamble eran capaces de representarse mentalmente el poder de una gran orquesta en el foso. ¿No será esa imagen la que mejor explique la maravillosa infinidad de colores y articulaciones que Davidovsky ha conseguido a lo largo de su obra, con dispositivos instrumentales reducidos, cuya proyección en nuestro interior se amplifica al infinito?”.