Our Boys comienza con una llamada telefónica. Los lejanos sonidos de un secuestro se filtran en una línea cargada de interferencia y confusión. Esos fragmentos de un suceso determinante para la historia de Jerusalén en aquel verano de 2014 son el eje de la miniserie que estrenó HBO hace apenas algunas semanas. Tres jóvenes israelíes fueron secuestrados el 12 de junio de ese año mientras regresaban a su casa desde la zona de Cisjordania. Sus mensajes clandestinos y entrecortados alertaron a la policía y encendieron una fiebre colectiva de rezo y desesperación por un esperado retorno con vida. Pero las noticias del hallazgo de los cadáveres, apenas días después, despertaron el luto y la ira de toda una comunidad. Our Boys condensa los hechos que dispararon la cruenta guerra de Gaza del 2014 en apenas unos minutos, instalando la clave de su representación: ¿cuál es el último límite de la venganza?
Las múltiples voces que presiden la construcción de la serie son un claro indicio de sus búsquedas y reflexiones. Hagai Levi (creador de The Affair), en colaboración con Joseph Cedar, realizador judío ortodoxo, y Tawfik Abu Wael, guionista y director palestino, consigue abrir el relato a sus complejas aristas humanas bajo el velo de un thriller político. El hilo conductor es Simon (Shlomi Elkabetz), un agente de la Shin Bet, la Agencia Israelí de Seguridad, encargado de seguir la investigación de esas muertes y rastrear las posibles represalias. Su presentación es elíptica y distanciada, como una pieza más en ese engranaje de humores sensibles y tensiones a flor de piel. Junto con él se perfilan otros actores que gravitarán en los acontecimientos: un joven judío con conexiones terroristas convertido en informante; un adolescente presionado por su familia para asistir a la Yeshivá, y Mohammed, un chico árabe que pelea con su padre por un viaje a Estambul y se aventura a la zona judía de Jerusalén para conseguir trabajo. Las fronteras internas de la ciudad se convierten en indicios de una geografía atravesada por ancestrales tensiones y venganzas pendientes que amenazan con estallar a cada instante.
Our Boys combina con precisión las herramientas del policial de procedimiento con la impronta documental a la que aspira para reconstruir los sucesos de aquel momento. La cámara recorre las calles de la ciudad, cuando se anuncian las muertes de los jóvenes israelíes a manos de Hamas, y condensa en ese vértigo de los inestables encuadres el estado de ánimo de la población, el oportunismo de los agitadores, la expectativa represiva de las fuerzas del orden. Los destinos de los personajes que se verán involucrados en los sucesos se tensan en una narrativa que enlaza con paciencia las causas y las consecuencias de esos crímenes y sus vindicaciones. Hay una escena que es clave en ese sentido: el regreso de Mohammed a la zona árabe de Jerusalén luego del anuncio de los asesinatos de los tres chicos israelíes. Su presencia en la calle, el precipitado abordaje de un tren a casa, los ecos apenas audibles de su idioma reverberan en ese territorio hostil como una fuerza irrefrenable. Los rostros que desde lejos lo observan, los cuerpos que exudan una furia contenida, la inquietud que el plano sostiene hasta lo insoportable son el mejor termómetro de una situación que desborda todo discurso.
Los hechos asumen un inquietante cariz cuando se pone en marcha la esperada venganza. Simon modula con sus superiores los efectos de la difusión de las muertes en la prensa, el despertar de un odio enraizado que auspicia una futura masacre, las inesperadas consecuencias de esos enfrentamientos apenas contenidos en la obligada convivencia citadina. Pero un misterioso secuestro y un crimen espeluznante hacen inevitable un giro en la investigación: ¿quiénes están detrás de esas represalias? Los directores Joseph Cedar y Tawfik Abu Wael convierten los bosques de la ciudad en un territorio de horror indecible que solo se intuye a través de las expresiones de los investigadores, de la incertidumbre de los familiares, del dolor de la angustiosa espera. La inteligencia en el uso del fuera de campo contribuye a la estrategia con la que se construye el relato, armado pieza a pieza en paralelo con la investigación: ¿es todo lo que está a la vista lo que realmente ha sucedido? ¿O hay algo inescrutable más allá de lo aparente?
Lentamente Our Boys se convierte en una consciente exploración de todo lo que acontece en los territorios de Israel y Palestina, y que gravita sobre los sucesos del 2014 en Jerusalén. La fragilidad de la convivencia, el racismo arraigado, la hipocresía de la sociedad, la beneplácito de las fuerzas del orden y la complicidad de los medios de comunicación expresan un estado de cosas que no se agota en una investigación criminal sino que se remonta a siglos de enfrentamientos irreconciliables. Lo interesante de la puesta en escena es cómo establece con más ahínco los evidentes paralelismos que las abismales diferencias. La mirada de Simon sobre los propios se vuelva aguda y autoconsciente a medida que avanza su cercanía con la verdad. El espejo es cada vez más siniestro y oscuro, y los límites de lo que se puede hacer en nombre de la justicia se tornan cada vez más difusos.
Our Boys no pugna por una pretendida objetividad sino por la justa distancia en la representación. Aquellos sucesos, todavía cercanos en el tiempo, encuentran su caótica disposición en un relato que no pretende aclararlos a costa de su simplificación. La espesura de su construcción es la expresión más ajustada de la imposibilidad de regirse con los resortes más recurrentes del género. Desmontar el thriller desde sus bases, descubrir que no todo efecto tiene su única causa, que no todo personaje una única motivación, que no todo horror una tranquilizadora explicación, es el mejor camino para la exploración de la realidad desde la ficción. En el recorrido de sus diez episodios, la serie se propone una cercanía dolorosa que eluda la explotación sentimental y la diatriba moral. Transitar por esa angosta línea es su más clara ambición.