Los ciudadanos dieron una clase magistral sobre teoría de la información con su veredicto electoral en las primarias del pasado 11 de agosto, al demostrar que la información se crea en las prácticas sociales; no en los medios ni las redes. El voto funcionó en este caso como un enorme amplificador de la opinión social, que “leyó” la realidad con el mismo código en todo el país, sin creer en los demonios o discursos de odio que el aparato mediático dedicó a la oposición.
De norte a sur, en zonas rurales y urbanas, se coincidió en ignorar la chicana fácil y el marketing que confunde poder con realidad, que considera la información como pura inoculación; nunca como intercambio, como ida y vuelta. De allí que el argumento más trillado después del “palazo” sea el llamado a escuchar como respuesta. La escucha aparece así como pretexto y no como convicción sobre el funcionamiento del proceso informativo. Quedó expuesto que la comunicación no se limita a los medios, que la información es un proceso social (no un acto mecánico y unidireccional) y que el público es la fuente (y no la terminal) informativa.
Las diferencias entre las encuestas y el resultado responden al mismo patrón de diagnóstico. La coerción mediática creada por panelistas, tapas y portales noticiosos condiciona respuestas en los sondeos, pero los encuestados actúan después según sus intereses. Las caras desorientadas del día después de quienes pontifican desde el atril televisivo también ilustra el desencuentro entre el “acting” periodístico y el termómetro social.
El malestar popular tampoco puede ocultarse bajo una montaña de datos, mediante la saturación o manipulación emocional en el mundo digital. La batalla en las redes no reemplaza el mensaje del almacén. Nuevos mariscales de la derrota van a la guerra sin comprender que los robots y los algoritmos no resuelven el problema de la mesa familiar. Nada reemplaza la práctica social. Ni el lugar de emisión, ni el dispositivo de distribución o la marca del envase.
Las miserias no pueden taparse con “universos simbólicos” felices o promesas de futuro. Vale en este caso recuperar algunas ideas del filósofo francés Simondon, quien desarrolló una teoría crítica de la información, de alcances técnicos, biológicos y también sociales a partir de considerar que son los individuos y su transferencia amplificante en la comunicación, el modo en que las sociedades devienen mundo. Cada persona, como un ser único, está llamada a funcionar como un amplificador o modulador de una energía que ingresa y que se convierte en información que circula en su entorno en sintonía con lo real.
Los medios locales, pymes, cooperativos o comunitarios, con sus agendas territoriales, con su interpelación de proximidad, con su pertenencia identitaria, con sus redes, constituyen aquí una referencia necesaria y deben ser objeto de políticas que comprendan el ida y vuelta; los nuevos modos de circulación de la información. Justo se cumplen diez años desde que ese paradigma se puso como debate en la agenda nacional.
Sin desconocer la capacidad de los big media de construir escenarios de opinión, el veredicto de las PASO invita a no ignorar que la práctica social es el sitio donde lo real adquiere su estatuto de verdad. Algo se entendió, porque la agenda informativa se trasladó a las góndolas, pero debe tomarse nota de que otro modelo de economía y sociedad requiere también atender esos otros modos de gestión social de la comunicación.
El autor es docente de Derecho de la Comunicación UNDAV-UNM.