En el comienzo es el duelo, y en el final también. El tono es lo más difícil de discernir. No es una elegía, no es melancolía. No es lirismo. Probablemente sea una profunda tristeza. Resuenan ecos de una sensibilidad trabajada, de una inteligencia algo catastrófica, siempre caminando por los bordes de la autodestrucción. Es entonces la literatura, los ecos de historias extrañas y hermosas aun en su horror vital, lo que viene al rescate de la narradora y la pone otra vez con los pies sobre la tierra, aleja la depresión, las obsesiones. Porque ella es, esencialmente, una lectora.
Cuando Sigrid Nunez, escritora de muy bajo perfil de Nueva York, autora de varias novelas y de Sempre Susan, (una memoir de Susan Sontag), ganó el National Book Award el año pasado con El amigo, todos creyeron que fue a causa del perro. El gran danés Apollo que, poco a poco, se va comiendo el escenario de este drama shakespeareano asordinado. Puede ser. Al fin y al cabo, es al único al que se llama por su nombre en la novela. La relación de la mujer y el perro, gigante herido. Pero ¿cómo se llega a esta situación?
Un escritor se suicida. No sabemos cómo. Su gran amiga, la narradora, resignada amante que ha visto desfilar sucesivamente a Esposa Uno, Dos y Tres por la vida de su amigo, amén de innumerables jovencitas que fueran sus alumnas, empieza a dar vueltas alrededor de su propio vacío. La ausencia de quien fue su amigo y mentor literario en su juventud, aquel que bastaba que mencionara un libro, un disco, una película, para que ella y sus compañeras (Esposa Uno entre ellas, corrieran tras ese libro, ese disco o esa película), le resulta intolerable. Empieza el duelo infinito. Entonces, le meten el perro. Esposa Tres le dice que tiene que hacerse cargo de un gran danés algo viejo y artrítico por voluntad del escritor muerto. No es que él lo haya dejado por escrito. Esposa Tres aduce que cuando hablaban del perro, él consideraba que ella era la mejor opción para hacerse cargo en un hipotético futuro. Ella se resiste: siempre tuvo gatos. El escritor se lo había encontrado abandonado en un parque. Enorme y enigmático. Un perro que, en su silencio, acusaba algún grave maltrato. Una esfinge. La situación tiene ribetes absurdos. Ella vive en Manhattan en un departamento diminuto donde además, no se admiten perros Y, sin embargo, no puede más que hacerse cargo. Con el perro maltrecho, tan deprimido como ella por el duelo, la narradora de esta historia entrará en un periodo oscuro, al borde de la locura. Pero una locura consciente, y llena de bibliografía.
El perro, al principio, sólo está sumido en su propio duelo. No ladra. A veces aúlla. Por lo demás, sigue haciendo su vida de perro. Es un perro gigante pero no es torpe. Ni malo. De a poco, él y ella se volverán una extraña pareja. La vida de la narradora de El amigo girará en forma absorbente alrededor de Apollo. El amigo muerto, el amigo fiel. “¿Creo que si me porto bien con él, si actúo de desinteresadamente y me sacrifico por él, creo que si quiero a Apollo, -bello, envejecido, melancólico Apollo-, me despertaré una mañana y encontraré que él no está y a ti en su lugar, de regreso de la tierra de los muertos?”, reflexiona en uno de los tantos diálogos íntimos con su amigo muerto.
Ahora bien: entre Apollo, el escritor suicidado y la narradora, además de duelo, amor y amistad, hubo y hay otra cosa que es lo que le da sustento a todo este juego de ajedrez atrapante y enredado.
Desandando el camino: Sigrid Nunez es hija de una madre alemana y un padre chino-panameño que trabajaba sin parar como cocinero de hospitales y los fines de semana en restaurantes. De esa amalgama y ese sacrificio salió una hija lectora tiempo completo que se las arregló para estudiar en la universidad de Columbia. En los años 70 entró a trabajar como asistente editorial de The New York Review of Books donde conoció a Susan Sontag, una amistad decisiva en su vida. También es decisiva su experiencia dando clases en universidades como Princeton, Columbia, Boston, California. El contacto con los estudiantes a lo largo de los años, los cursos de escritura creativa, el lento proceso de ver cómo la literatura va perdiendo peso y sentido en la vida del mundo global y tecnologizado, son cruciales para entender El amigo.
De a poco el verdadero drama detrás del duelo se va desenvolviendo. El escritor puede ser un escritor real no muy conocido a quien Sigrid Nunez en una entrevista de The New York Times describe como un amigo que se suicidó. Y puede ser un escritor reconstruido a partir de rasgos imaginariamente recreados de celebridades como Harold Brodkey, John Updike o Philip Roth, por caso. Nos enteramos que poco antes de suicidarse, el escritor había dejado de dar clases. Nos enteramos que un grupo de estudiantes se sentían acosadas por él. Nos enteramos de su reacción irascible y autoindulgente, machista y ciega. Poco a poco, mientras en el fluir de la historia de amigo/amiga/perro desgrana pistas acerca de textos con perros como Mi perra Tulip, de J. R. Ackerley, Desgracia de Coetzee (donde también hay un profesor universitario en problemas) o La insoportable levedad del ser de Milan Kundera, Sigrid Nunez va deslizando subrepticiamente, astutamente “su” agenda: los estragos de la corrección política. La desaparición del sexo de los textos escolares y de los textos que se escriben en los talleres literarios académicos. El estilo chato y anodino con que todo empieza a ser contado. El divorcio entre literatura y tecnología. El divorcio entre la literatura y el pasado. La malversación de las políticas literarias. La negativa a leer la tradición por parte de los alumnos. Los excesos de las victimizaciones. ¿Por qué tengo que leer un libro que no me habla a mí?, se quejan. Exigen una empatía que ellos mismos no derrochan.
Frente a este mundo desconcertante para alguien que entregó su vida a los escritores, que creyó en Rilke (autor risible para las nuevas generaciones), no queda más que refugiarse en los brazos (o las ancas) de un perro que no habla pero, a su manera, escucha.
El amigo plantea el duelo por una forma de relacionarnos con la literatura, los autores y las escrituras. Una forma donde el lector iba en búsqueda de hacer suyo un mundo, un tiempo, aceptando su enorme peso, su capacidad de transmitir y traccionar la belleza y la energía de atrás hacia adelante; una forma de tener memoria, pasado y presente. Ese mundo parece extinguido. Los “estudiantes” –el futuro de los lectores- no quieren abrirse a las experiencias; quieren que su propia versión de la empatía (una predeterminada y moldeada por sus propias subjetividades) sea la vara de medida de las lecturas. Quieren que los libros me hablen. En definitiva, no quieren leer. Quieren ser leídos. Y este es el verdadero motivo del duelo. Y el verdadero motivo de este libro emocionante y tan lúcido como Susan Sontag. Además del perro gigante y mudo, por supuesto, que aparentemente no lee ni puede ser leído, pero que al escuchar leer en voz alta, se apacigua. Y así consigue algo de calma para su propio y eterno duelo, algo parecido a la sabiduría.