Viernes a la noche. En un cómodo sofá de su casa, la novelista, dramaturga y cuentista Virginia Ducler (Rosario, 1967) habla de su nuevo libro: una candente autoficción, donde se combinan detalles novelescos más o menos verosímiles con dolorosos testimonios de hechos vividos. La foto de tapa es un retrato de la autora por Carlos Saldi.

El punctum real de Cuaderno de V, de Virginia Ducler, es su memoria recobrada de los abusos sexuales que le habría infligido su padre perverso en la niñez. Un padre abogado especialista en derecho penal, que inició una querella contra su única hija mujer incluso antes de saber del libro, ni bien fue confrontado con el traumático recuerdo en una charla familiar. Sin embargo, en el libro de su hija escritora la denuncia jamás se antepone al trabajo transformador de la literatura. Ante todo, Virginia Ducler es escritora. Está sentada en su casa contándole a la cronista con asombrosa calma que la segunda audiencia del juicio está prevista para el 5 de septiembre, el día siguiente a la presentación del libro en Buenos Aires. El abogado defensor de ella es uno de sus hermanos. Cuenta Virginia que barajó unos naipes de tarot. Que la tirada cerraba siempre auspiciosamente con la Estrella. Pero que en el medio salía siempre la Muerte, la Muerte, la Muerte. La Estrella es la carta (piensa la cronista) cuyo arquetipo resulta imposible no asociar con Vica, el personaje que la representa a la autora en su libro: la Estrella, esa mujer desnuda entre el agua y el cielo, tan visible, tan transparente, tan expuesta, y tan serena a la vez. Suena el teléfono. Es su hermano, su abogado. "¿Qué?", exclama ella. "¡No!" El padre querellante ha muerto. Un fallo renal le impidió llegar al fallo judicial. "No lo puedo creer", repite la novelista. "¡Para nosotros era inmortal!" La escena es tan novelesca como verdadera, aunque parezca una pesadilla.

A quienes estén por acusar al libro de oportunista subido a la ola del #MeToo, hay que avisarles que la rememoración donde se originó fue hace tres años, y que la niña que se prometió a sí misma ser escritora para contar "las cosas feas que él me hace ahí abajo" (como le dijo a una incrédula o cínica madre por entonces) tuvo esa charla consigo misma hacia 1972. "La voz niña es rescatada en presente por la escritura", señala Virginia Ducler. "Toda mi vida me preparé para escribir esto. Salió de un tirón porque ya estaba escrito en mí".

Suena el teléfono. Es su hermano, su abogado. El padre querellante ha muerto. Un fallo renal le impidió llegar al fallo judicial.

El rol de la madre en esta historia es tan duro que la hija la "mata" en la ficción para poder contar su verdad. "Una noche soñé que mi madre le lavaba la camisa a la muerte": así comienza el relato, con el del único sueño realmente soñado del libro. Al lado de los contundentes pasajes confesionales, llenos de convicción y experiencia, los pasajes ficcionales (incluso los oníricos) dejan una dudosa sensación de artificio: coincidencias forzadas, símbolos muy unívocos, retratos femeninos demasiado grotescos, todo en función de alivio cómico o lírico. Cree Virginia (Dziévika en la ficción: "virgen" en ídisch) que con aquel sueño comenzaron a abrirse las puertas de la memoria, y empezó ella a sanarse de los ataques de pánico que comenzó a padecer después de los hechos, al olvidarlos. La madre limpiamanchas que hace desaparecer todas las huellas no es un invento. El gesto la vuelve una cómplice del marido, quien en vida cuidó siempre de dar una imagen "inmaculada" de sí mismo. (La palabra "inmaculada", que significa "sin mancha", surgió en la entrevista).

El libro se abre con una dedicatoria poderosa, prácticamente un conjuro, tal vez una de las más poderosas de la literatura: "Con este libro te otorgo, oh Padre, la semilla de la vergüenza, para que el calor humano alcance por fin tu nombre. Vica". A la luz de los hechos, lejanos y recientes, esa letra litúrgica se lee no sin cierto temblor. El tono evoca al del diálogo entre madre e hijo con que Juan Rulfo comienza Pedro Páramo, una novela corta cuyo estilo Ducler reconoce como influencia en su libro anterior, la nouvelle El sol (Casagrande, 2016) que incluye el texto experimental "La dispersión".

Huérfano de una familia diezmada por la guerra civil mexicana, Rulfo también exorcizaba crímenes y catástrofes. "Me casé con un demente", confiesa Ducler en El sol, casi como con una sonrisa. Pero en Cuaderno de V va por todo. Es un salto cuántico respecto de sus obras anteriores. El editor del sello porteño Mansalva, Francisco Garamona, respondió al envío del manuscrito con una premura y emoción bastante raras en el medio nacional. Esa respuesta profunda se multiplica en las lectoras que se identifican, se animan a hablar, le escriben a la autora contándole con gratitud que sienten que hablar las sana.

Lejos de hipótesis freudianas invalidantes que relegan el trauma femenino al rincón de la fantasía, ya denunciaban Ivan Boszormenyi-Nagy y Geraldine Spark en Lealtades invisibles (1973): "Tal vez ninguna era, en escala tan grande como la nuestra, haya producido en masa tantos niños traicionados desde la cuna". Si hay una tendencia literaria donde situar esta autoficción, es en la de memorias de niñez en los años sesenta y setenta, en la vena de la imposible de no devorar A Wolf at the Table, del estadounidense Augusten Burroughs.

Cuaderno de V es menos autocompasivo, más autorreflexivo: "Siempre estuve suelta, dispersa, atomizada en lo real. Para llegar hasta acá, aprendí a bucear en la Nada, a transformarme en todas las que hubiera podido ser", escribe Virginia Ducler, quien además es Licenciada en Letras, graduada en la Universidad Nacional de Rosario.