La mujer más hermosa del mundo maquillada en rosas azulados se incorpora temblando de miedo. Pubis Angelical apenas está empezando y Graciela Borges rehíla con el aura de Hedy Lamarr. No es la primera vez que Hedy revolotea en la cabeza de alguien que busca una cara que la extrañe, son los parecidos necesarios. Quien la evoca ahora, como antes Puig, pensó en Gal Gadot, la Wonder Woman del cine, la Miss Israel que a los dieciocho se sacó la corona y se puso al servicio de las Fuerzas de Defensa de su país. Gal será Hedy y Hedy tendrá su biopic en 2020. Mientras tanto Venecia prologa su Festival de cine edición 76 proyectando Extase (Gustav Machatý, 1932) la película en la que Hedy desnuda tiene un orgasmo.
Un primer desnudo integral y un primer orgasmo para la historia que inventa leyendas reales, como la de Mussolini mandando a pedir una copia urgente para él y, años después, la del primer marido de Hedy –Friedrich Mandl - comprando y quemando cuanta copia pudiera arañar. Con Mandl la casó su papá (después se casó cuatro veces más) para calmar aguas por ser “la chica del orgasmo” (tenía diecisiete años cuando lo filmó), y fue ese marido fabricante de armas quien la esclavizó, encerró y del que se escapó por una ventana. La escena de su fuga de tintes sexuales con su asistenta y de somníferos, valen otra biopic. Hedy nació en Viena, se llamaba Hedwig Kiesler (el nombre nuevo se lo puso Louis B. Mayer cuando firmó para MGM en 1937) y fue una estrella emblemática de Hollywood. Por ella Blancanieves tiene la piel blanca como la nieve y el pelo negro como alas de un cuervo y por ella Gatúbela es como es. La diosa de la pantalla, la desnuda vestida con un collar de perlas, o la apenas vestida de White Cargo que firmaba autógrafos, la amiga de Howard Hughes y de George Abtheil, con los que compartía experimentos fallidos y saberes científicos, hacía cálculos y bocetos adentro de un tráiler entre toma y toma y era una inventora tiempo completo en las noches de algunos días. Durante la Segunda Guerra, y para los Aliados, Hedy, que quería que su mamá viajara segura desde Londres, inventó un sistema de comunicaciones de salto de frecuencia. Sí, su invento es el origen del GPS, del Bluetooth y del Wi-Fi. Nunca obtuvo ninguna ganancia. Los militares de los Estados Unidos no la tomaron en serio, no quisieron admitir que una mujer –y además, hermosa estrella de cine– hubiera inventado una tecnología que pudo haberle sacado años a la guerra.
En los noventa, cuando llegó el primer auge de la telefonía móvil, alguien recordó aquel invento con forma de esfera de reloj y le dio un premio consuelo. “Su mente valía el doble de su rostro y era tal vez la cara más bella del cine y del mundo” dijo Alexandra Dean, la documentalista de Bombshell: la historia de Hedy Lamarr (2017). “Era casi la única actriz inteligente”, dijo sorprendido en su misoginia Jorge Guinle, el playboy brasilero del Copacabana Palace que coleccionaba romances con suerte despareja y que asediaba con joyas a Veronica Lake, Ava Gardner, Lana Turner, Rita Hayworth y a la jovencísima Marilyn. A Hedy le regaló un Picasso azul.
¿Cómo pasamos tanto tiempo sin hablar solo de ella? le pregunta una adolescente a una amiga que la busca desnuda para estampársela en la remera de su próxima banda. Ofreciendo al azar rincones de virtuosa tentación Hedy la mira en silencio, le bebe al sueño el sudor solicitado y encuentra el lugar para oír el murmullo que habla de ella.