Las pasadas semanas, se celebró en Dublín una nueva edición de los prestigiosos Hugo Awards, uno de los más importantes galardones a la literatura de ciencia ficción y fantasía. Entregado por la Sociedad Mundial de Ciencia Ficción desde la década del 50, un breve repaso por laureados de antaño incluye a popes como Ursula K. Le Guin, Octavia Butler o Isaac Asimov; o ya en ediciones más recientes, a la escritora N.K. Jemisin, que hizo historia por inédita hazaña al conseguir el premio a Mejor Novela durante tres años consecutivos, amén de su aclamada trilogía La Tierra Fragmentada. Este año, volvieron las mujeres a destacarse, conquistando las máximas categorías. Mary Robinette Kowal ganó en la terna Mejor Novela por The Calculating Stars, primera entrega de su serie Lady Astronaut. Martha Wells se hizo del trofeo a Mejor Novela Corta por Artificial Condition. If At First You Don’t Succeed, Try, Try Again, de la malaya Zen Cho, se coronó como Mejor Relato Largo. Por su saga Wayfarers, Becky Chambers se destacó en Mejor Serie; y siguen las firmas femeninas de una edición que, muy seguramente, haya indigestado a los rábidos ex Sad Puppies (grupo de autores misóginos y racistas que, años pasados, echaron espuma cual pitbulls de pacotilla por considerar que “las mujeres y los negros nos quitan nuestro lugar”, intentando que los Hugo fueran a manos de hombres blancos hétero-cis, sin éxito).
Pues, en tan inclusivo panorama, un laurel en particular ha sido motivo de genuina emoción para numerosísimas personas a lo largo y ancho, que han visto validada su fecunda labor. Una labor que suele ser vilipendiada, cuando no lisa y llanamente ridiculizada… Y es que, como Mejor Obra Relacionada, el codiciado Hugo fue a parar a las colectivas manos de la colosal Archive of Our Own (AO3), web sin fines de lucro que oficia de plataforma para ¡cantidad! de fanfictions y obras hermanadas (léase fan-art, fanvids, podfics). Justificada favorita de geeks del globo, vale mencionar que, cual modernísima biblioteca de Alejandría, AO3 alberga a razón de 5 millones de obras, escritas en cuanto idioma venga a la mente (desde inglés hasta sindarin, esa lengua ficcional inventada por Tolkien); algunas de pocas líneas, otras tan extensas que harían palidecer al Tolstoi de La guerra y la paz; algunas malas -todo hay que decirlo-, otras de buenísima calidad.
Por si las mosquitas, se aclara: que los fanfics son relatos escritos por fans de series de tevé, libros, películas, videojuegos, que utilizan personajes, situaciones o ambientes descriptos en la historia original, canónica, los toman prestados y desarrollan su propia versión alternativa. Según encuestas varias, suelen ser mujeres cis o personas LGBTQ+ las que abonan con sus letras a estos mundillos expansivos, prolíficos y exuberantes, y lo hacen por auténtico amor al arte, sin perseguir ni céntimos ni fama, a base de esfuerzos colaborativos para editar, ilustrar, y así. Lo hacen a pesar de que, en muchos casos, por fuera de la comunidad, el género fanfiction ni siquiera se tenga por género literario, y sea a priori tildado de mero ejercicio amateur entre adolescentes cachondos, plumas de medio pelo con especial afición a la pornografía torpe. Un reduccionismo a todas las luces, habiendo -como hay- relatos que rechazan narrativas simplistas o representaciones dañinas en su afán por explorar a los personajes o a las historias de los que son declaradamente fans. Habiendo además sonados ejemplos de autores profesionales (Neil Gaiman o Meg Cabot, por caso) que han reconocido haber escrito sus buenos fanfics reimaginando Sherlock Holmes o, cómo no, Star Wars…
En el caso de AO3, la autoría de los relatos le calza a sus casi 2 millones de usuarios registrados, de distintas partes del mundo, que representan a más de 30 mil fandoms. Tan variopintos que lo mismo abordan el universo Marvel, Final Fantasy, Doctor Who o Star Trek, que títulos de Jane Austen o a los New Kids on the Block… Creada hace ya 12 años, la web cuenta con 225 millones de visitas por semana, sobrevive gracias a donaciones, y es -colmo de bienes- uno de los rincones menos tóxicos de internet. Acaso porque, desde sus orígenes, AO3 ha sido administrado y operado mayoritariamente por mujeres, que saben lo que es ser blanco de toxicidad en internet… Desde programadoras y bibliotecarias hasta contadoras y abogadas, todas autoras o lectoras de fanfics, fueron cientos de profesionales las que estrecharon lazos en salas de chat y blogs una década atrás, y decidieron crear un sitio verdaderamente libre e independiente. El nombre, de por sí, sirve de pista: An Archive of Our Own es un guiño, guiño a A Room of One's Own (Un cuarto propio), de Virginia Woolf.
“Si no fuéramos feministas y no estuviéramos verdaderamente comprometidas con la experiencia non-profit, ya nos hubiera comprado Yahoo! o Verizon. Pero siempre tuvimos claro que este espacio le pertenece a la comunidad, y lo diseñamos de modo tal que no sucumbiera a presiones comerciales, como sí le ha sucedido con otras páginas de fanfics”, cuenta la profesora universitaria Francesa Coppa, una de las fundadoras de AO3. Otra fundadora, la escritora Naomi Novik, dijo al recibir la estatuilla que “si algo prueba AO3 es que el arte no sucede de forma aislada sino de manera comunitaria”: “Por eso acepto este premio solo en nombre de los miles de voluntarios y los millones de usuarios que se han unido para construir este próspero hogar para el fandom, a sabiendas de que necesitábamos un cuarto propio”. Y el cuarto, le pese a quien le pese, evidentemente no para de crecer.