Antes de que el público termine de acomodarse, la escenografía de Pundonor ya lo ha ubicado en situación de clase: pizarrón verde gastado, luz de tubo, tarimita de autoridad y un escritorio que parece estar desvencijándose ahí desde antes de Foucault. El aula es el mensaje: el SABER no ocupa confort. Será por eso que son tan sobreactuadas en sacrificio las instalaciones de las universidades públicas, derrape a conciencia de lo que en las escuelas primarias (saber en miniatura) se considera abandono de estudiante, un crimen. ¿Será que para pensar hay que sufrir?

Sin embargo hay un detalle, casi un error. La puerta por donde ingresará la profesora tiene un cartel luminoso que dice “Salida”. Una señalización más teatral que académica ¿Para qué venimos al teatro? ¿A que nos den una clase? ¿A encontrar una salida? Las preguntas pertinentes y las no tanto explotan en el aire sin parar en esta extraordinaria “función de filosofía”. No hay respuestas, no hay respiro pero por suerte la puerta se abre: “Para los que no me conocen, yo soy la profesora Claudia Pérez Espinoza…” Abandonad toda calma: acaba de hacer su ingreso un ejemplo viviente de la materia que enseña. Ella es, en cuerpo y pose, una introducción a Foucault. También abandonad toda certeza: lo que viene es tan divertido como desgarrador.

Vigilar y Vigilar

La profesora (única actriz en escena) tiene un cometido doble: por un lado, dar su clase. Y por otro, dar explicaciones sobre un episodio que ha ocurrido fuera de cuadro en el cuatrimestre anterior. Su imagen estuvo bardeada en las redes. O para decirlo a la antigua: le tocaron el pundonor. De ahí en más, lo único que queda es derrapar con la ayuda de las instituciones. Cayó en un cuadro depresivo, como quien entra en el marco de un cuadro del deshonor y luego de aceptar someterse a tratamientos y valerianas; luego de recuperar su imagen subiendo las típicas fotos de felicidad en redes, las autoridades le dieron una oportunidad. O sea, estamos ante su primera aparición luego de una licencia psiquiátrica. “Vamos a desplegar cómo funciona en el sujeto la maquinaria del poder y de qué manera lo moldea convirtiéndolo en un engranaje que reproduce a su vez la maquinaria” dice la profesora. Y la actriz y dramaturga Andrea Garrote, cumple con lo que acaba de anunciar.

La Pérez Espinoza, con su trajecito, sus zapatos de taco y su carterón, con el broche del pelo que se ajusta o se suelta según sus estados de ánimo, es la personificación del/la docente argentina con dedicación exclusiva. O semi. Pero atención: ni caricatura ni estereotipo sino una “una anatomía política del detalle”, con sus tics, sus tonos y también con sus desvíos, todo poéticamente calculado.

Cuenta Andrea Garrote que desde que estrenó Pundonor hace poco más de un año, siempre a sala llena, suelen convocarse grupos de profesorxs y también estudiantes que vienen a reconocerse. “A veces reservan de a 15 para festejar el final de un cuatrimestre. Hasta me han llamado para dar una clase de Foucault en más de una cátedra.”

¿Y vos?

Les respondo que no puedo decir nada, que soy dramaturga. Una vez, me llamó aparte una mujer que se presentó como “Soy profesora de sociología y la esperé para decirle algo” Imaginate. Temblaba pensando que había metido la pata con algún concepto. Y no, era para mostrarme que ella tenía en su cartera exactamente todo lo que mi personaje cuenta que tiene en la suya. Varias veces me pasó eso. El otro día dos profesores que me esperaban para comentar la obra. Los dos pelados, con los mismos anteojos y poleras, y atrás de ellos el afiche donde había un tercer pelado que es Foucault…

¿Cómo se te ocurrió esta idea de hacer teatro con una clase teórica?

Venía con muchas ganas de hacer un monólogo, y me dije, me lo voy a escribir yo. Primero por una necesidad de hacer un teatro que exponga temas cercanos, con personajes y problemas contemporáneos, reconocibles por mí y por el público, como pasa con esta profesora. Nosotros no tenemos aquí una industria de la ficción, nos viene todo hecho desde afuera. Tenemos derecho a reconocernos en el teatro. Pero también quería evitar un gran problema que tiene los monólogos y que muchas veces los vuelve aburridos, que es la falta del presente escénico.

¿En qué sentido?

En general en un monólogo alguien te cuenta algo de una historia que ya pasó. En cambio la clase, si bien es monólogo, está sucediendo en este momento. Hay suspenso, la acción se puede disparar para cualquier lado y el público reacciona en tiempo real a los estímulos de la ficción. Siempre puede pasar algo más.

¡Y pasa de todo! ¿Cómo fue que elegiste Foucault?

Aunque no en profundidad, digamos que conozco los conceptos básicos de algunos planteos de Foucault. Pero lo que me interesó es una crítica de Marshall Bergman donde se preguntaba si lo que nos había develado Foucault sobre el poder, no estaba funcionando como una excusa perfecta para los intelectuales para la no acción. Porque hoy todos acordamos con que estamos atravesados por un poder que no es el del castigo sino un entramado, que está en el lenguaje, en Internet, en todas partes. ¿Cómo hacer para no quedar paralizados?

En esa trampa del sentido se mueve la Pérez Espinoza.

Ella es capaz de reflexionar sobre lo que le pasa, ejercita una especie de abuso de pensamiento que la lleva a la sabiduría y al disparate. De pronto interpela a sus alumnos con: “No hay transgresión. Porque en definitiva ¿qué es transgredir? Hacer aquello que no se espera que hagas. Pero cuidado, que no es tan fácil. Un orden, un sistema lleva implícita su ruptura.” Pero también hay una parodia a ese pensamiento teórico que se vuelve opaco, al punto de que no comunica. Me ha pasado en seminarios encontrarme con textos que te parece que entendiste y al segundo decís… ¿qué dijo? Ella se enreda en un momento con “la poética política y estética” citando a Blanchot. No es la parte donde el público más se ríe, es donde más me río yo.

¿Te inspiraste en algún modelo vivo?

Vengo de una familia de profesoras, mi madre y mis tías lo son. Y yo también doy clases en la UNA. Me encanta dar clase. Se suele ver como algo menor, asociado al fracaso. Como que si una actriz da clase es que no está trabajando de lo que es. Hay por detrás una idea de carrera bastante equívoca. La docencia para mí es un laboratorio de la interacción, como lo es la experiencia del teatro.

¿Tiene cosas tuyas esta mujer?

Muchas, el manifiesto contra los zapatos de taco alto, te lo puedo firmar yo. Y lo de mostar lo que tiene adentro de la cartera está inspirado en amigas mías que llevan de todo. A mi siempre me faltan cosas porque trato de salir con lo más mínimo.

A su vez, el personaje herido está de vuelta de muchas cosas. No se salva ni el progresismo, ni el psicoanálisis, ni las redes, el feminismo bien intencionado, las madres, las amigas… Hasta te la agarrás con las traducciones españolizadas.

Eso también es mío. Me gusta pensar en las palabras, por eso vuelve sobre la palabra pollera, la palabra bombacha…. A ella le gusta “apetecía” porque “parece un término griego escondido en las traducciones españolas que padecemos los latinos.” Y sí, quise llamar la atención sobre algunos dobles filos. Cuanto más psicoanalizado y progresista el contexto, más difícil dar explicaciones triviales para cosas triviales. Yo misma me he encontrado dando consejos a amigas llamándolas al orden, ese mirar como una suricata cuando alguien se sale un poco de la norma. Y que tiene más miedo de que derrape que actitud de escucha.

¿Qué reacciones del público te llamaron más la atención?

La pregunta por la locura. Me ha pasado de ir a reuniones donde había dos grupos que me pedían la respuesta para ver cuál había ganado la apuesta. ¿Está loca la profesora o ha sido todo un gran malentendido? ¡Yo no lo voy a decir!

Efectivamente, la pregunta sobre la salud mental de la profesora atraviesa al público incluso tiempo después de abandonar la sala. ¿Es una víctima del sistema o perdió el control? Como toda respuesta, una pregunta nos atormenta: ¿vinimos al teatro para dar un veredicto, a juzgar a los demás? Andrea Garrote, afortunadamente tiene respuestas más felices: “Creo que el teatro es una reserva ecológica de la humanidad, reservorio de ciertos vínculos, sociales, humanos, corporales que cada vez son más necesarios. Por ejemplo, si yo quiero actuar un personaje que tiene una gran autoridad, sé que no basta con mi actuación. La autoridad me la dan los otros actores que están en escena. Para que yo tenga algo, necesito que los demás tengan esa mirada sobre mi. La práctica teatral te permite entender que nadie porta un distintivo por sí mismo. Y eso pasa por ejemplo con la cuestión de género. En teatro el actuar hombre, el actuar mujer, es algo que está más cerca que lo que se ve en la vida real como propio de uno y de otra”.

Pundonor, es a la escena nacional, la recuperación de ese reservorio, todo lo contrario del peligro de inacción que preocupa a su autora. Un saber laico en el horizonte donde un Papa propone a los jóvenes que hagan lío, una mujer en bombacha que escribe en el pizarrón una orden que nadie va a cumplir: “Alumnos… ¡abandonen la materia!”