Basada en la vida y los crímenes del célebre asesino serial del título, Ted Bundy: Durmiendo con el asesino afronta un problema inevitable: el de la credibilidad. Autor, según se supone, de un mínimo de treinta asesinatos en el lapso de un lustro a mediados de los '70, Bundy es imposible de creer. Capaz de devenir asesino serial después de haber tomado cursos de psicología y abogacía. De ir a cenar a casa de su novia tras violar y decapitar a una joven estudiante universitaria. De huir de prisión dos veces en menos de un mes. De burlarse públicamente de sus carceleros. De guiñar un ojo a cámara durante el juicio por un doble crimen atroz. De conquistar, gracias a su apostura, seducción y simpatía -además de su elegantísimo moñito- a decenas de chicas que fueron al juicio como quien va al concierto del rock star favorito.
Joe Berlinger, realizador de Ted Bundy: Durmiendo con el asesino, estrenó a comienzos de año Conversaciones con asesinos: las cintas de Ted Bundy, producción original de Netflix que puede verse en esa plataforma. Típico documental que reconstruye a la figura protagónica estilo “rompecabezas”, en base a testimonios de protagonistas y un invalorable material de archivo, Las cintas de Ted Bundy es algo así como “Todo sobre Ted”. Para su primer film de ficción, el experimentado Berlinger (autor del documental de Metallica, además de un montón de otros sobre casos policiales dudosos, falsos culpables y reprobables procedimientos judiciales) elige ver a Bundy desde la mirada de su novia de toda la vida, Elizabeth Kloepfer, sobre la base del libro de su autoría, The Phantom Prince: My Life with Ted Bundy.
Como tantas de sus víctimas, Liz (Lily Collins) se enamora de ese muchacho (Zac Efron, perfecta elección de casting) porque es buen mozo, agradable y entrador. Un príncipe azul de Seattle, 1969. No le irá mal a Liz con el nuevo novio: fuera del “trabajo” éste no se comporta como ningún monstruo. Ted es un tipo civilizado, sabe diferenciar las cosas. De hecho. será un padre sustituto bueno y cariñoso para su pequeña hija Molly. El problema para Liz consiste en ver de pronto la foto de su novio, sospechado de secuestro, en la tapa del diario. O algunas ausencias inexplicables, así como la visita de algún detective. Lo que no se ve son crímenes: respetando el punto de vista elegido, Berlinger no los muestra, ya que Liz no asiste a ellos. De hecho, la mayoría de ellos no están probados: lo que hay son indicios acusatorios y una confesión postrera.
A partir del primer arresto, el relato cambia de punto de vista, pasando a una falsa tercera persona, compuesta por una variedad de enfoques. Entre ellos, los del propio Ted y de Carole Ann Boone (Kaya Scodelario), antigua novia cuya existencia Liz ignoraba, y que ocupará un primerísimo primer plano durante la etapa del juicio (con un remate que no debe contarse, pero que deja boquiabierto). A propósito, el juez es John Malkovich, otra adecuada elección de casting. Y aparece por allí Haley Joel Osment, el exniño de Sexto sentido, convertido en un barbudo con sobrepeso. Realzada por la inteligente elección de esa mirada colateral, Ted Bundy: Durmiendo con el asesino padece de algo frecuente en los casos de documentalistas “pasados” a la ficción: es dramáticamente correcta, pero algo fláccida. Recién la escena final, un cara a cara entre Liz y Ted durante una visita a prisión, tiene la clase de intensidad que al resto del metraje no le sobra.