Si bien desde hace tiempo, prestigiosos intelectuales han proclamando el perjuicio psíquico que trae aparejado vivir en sociedades de consumo exorbitado, estas prédicas no resultaron efectivas. Tanto es así que, desde hace cinco décadas, el capitalismo parió un hijo muchísimo más injusto y cruel, el neoliberalismo. Un modelo monetarista que ha exagerado el dominio de aquella vieja divinidad capitalista, el Mercado. A él, los neoliberales le profesan una devoción tan intensa que persigue desalojar al Estado de su rol de mediador y garante de justicia social. Eso sí, ese Estado enflaquecido debe ser eficiente para devenir en un firme custodio de los intereses del poder establecido.

¿En qué nos podemos basar para declarar que este modelo además de injusto es cruel? En primer lugar, porque trata "por todos los medios" de ocultar la inocultable consecuencia de sus acciones: la injusticia socioeconómica que produce se refleja nítidamente en la existencia de una enorme concentración de riqueza en muy pocas manos. A diferencia del viejo capitalismo, aquí no interesa el número de consumidores sino el de unidades de consumo de los sectores de amplio poder adquisitivo. Pero esta particular "distinción" tiene un efecto secundario devastador: el empobrecimiento de las clases no privilegiadas permite condicionar propuestas laborales lindantes con la explotación; a mayor empobrecimiento menores exigencias de los asalariados para que se cumplan sus derechos laborales. Hete aquí una auténtica expresión de crueldad; un dispositivo sociocultural, cuyo eje nuclear es una encerrona trágica. Una situación con dos lugares contrapuestos; el victimario, amparado en su pretensión de impunidad, y la víctima desamparada de auxilio.

No queda duda que la crueldad neoliberal se adhiere íntimamente al colonialismo subjetivo, que se alcanza a través de medios masivos de comunicación que no resultan otra cosa que organizaciones empresarias invitadas de honor al banquete del poder establecido. Desde sus usinas se promueven supuestas verdades que solo persiguen el fin de disciplinar.

El neoliberalismo sí se ocupa de estimular el surgimiento de "emprendedores". Con este aliento a los emprendimientos expone su cinismo maniqueo de diferenciar entre ganadores y fracasados. El "emprendedor" de por sí se aleja ilusoriamente de formar parte del inmenso colectivo de los derrotados. Nos plantea una supuesta "meritocracia", pero olvidándose de la justicia social. Conduciéndonos así a uno de los peores pactos cínicos.

De esta manera nos vamos aproximando a uno de los aspectos aún más crueles del accionar neoliberal, la "aporofobia" (aversión a los pobres). Con este término, la filósofa Adela Cortina, trató de dejar muy en claro que el problema en Europa "no es el extranjero sino el pobre que molesta". Quizás, resulte un neologismo que bien puede provocar alguna confusión ya que nos conduce a pensar en un recelo exagerado hacia los más humildes ("fobos" alude a temor y huida) cuando en verdad la amplia mayoría de los que lo profesan manifiestan sentir "odio a los pobres". ¿Se necesita ser más elocuente para denunciar semejante acto cruel?. Los "aporofóbicos neoliberales" clamando desamparo para los desamparados.

Es interesante también distinguir entre los políticos neoliberales de los países poderosos de aquellos de naciones que se encuentran en vías de desarrollo, ya que estos últimos superan en cinismo a los primeros porque entre soberanía y colonialismo, con elocuente genuflexión, apuestan al sometimiento de sus pueblos.

Queremos dejar en claro que nuestra denuncia contra el neoliberalismo no significa desconocer que lo cruel también aparece con elocuencia en sistemas de gobierno dictatoriales y más sutilmente en aquellas administraciones contaminadas por excesiva corrupción. Pero en el caso del neoliberalismo su barbarie se oculta tras el velo de un posmodernismo civilizado, por lo que es necesario descubrirlo. Sobre todo porque la mayoría de los medios de comunicación parecen carecer de vocación de denuncia. A lo sumo patrocinan, de vez en cuando, el sonar de algunas sirenas gatopardistas.

También esta imputación se refiere a cómo debemos enfrentarnos a diario con estas consecuencias de la crueldad en quienes nos consultan y como nosotros mismos estamos doblemente atravesados tanto por esta desazón de nuestros consultantes como por nuestra propia inquietud ciudadana. Además esto, en la actualidad, se presenta en un marco de una débil acción y solidaridad del Estado hacia la Salud Mental. Esto también es un desafío en nuestra tarea.

Colectivo de profesionales de Salud Mental: Dramisino Hugo (Psiquiatra), Castro Miguel Ángel (Psiquiatra), Petraglia Marta (Psicóloga), Zappa Silvia (Psicóloga), Goscilo Claudio (Psicólogo), Sobrado Patricia (Psicóloga), Deprati Cristina (Psiquiatra), Cayupan María Del Carmen (Medica-Psicoanalista), Ohman Luis (Psiquiatra), Vallet Javier (Psiquiatra), Pisa Hugo (Psiquiatra), Carrera Paula (Psicóloga).