Seguro que ustedes se ya se mataron buscando en el diccionario qué significa “reperfilar”. Fue el verbo que usó el ministro Hernán Lacunza
para anunciar, entre furcio y furcio, que el Gobierno de Mauricio Macri no puede pagar la deuda a la que se hizo adicto.
A esta altura de la mañana ya saben, además, que la droga del dólar se terminó y Macri nos invita a compartir las delicias del síndrome de abstinencia.
“Tenemos 59 días por delante hasta llegar a las elecciones: que transcurran de la mejor manera es mi responsabilidad como Presidente, pero no depende solo de un gobierno”, dijo Macri antes de botar un barco en Tandanor. Una alusión al ganador de las PASO Alberto Fernández, a quien el Presidente y el Fondo Monetario Internacional parecen querer marcarle el camino en caso de que gane las elecciones y Dylan reemplace a Balcarce en la Casa Rosada.
En español, “reperfilar” no existe. “Perfilar” significa perfeccionar o retocar, o arreglarse antes de ir a una fiesta. O “establecer los aspectos particulares de una cosa”.
Perfil en inglés es “profile”. En ese idioma sí existe algo parecido a reperfilar. “Reprofile” significa “perfilar de nuevo”. Pero en economía el significado es mucho más preciso. Se trata de renegociar la deuda con el Fondo Monetario Internacional sin quitar capital cuando hay un vencimiento al que no se puede hacer frente.
Como es el FMI y no una academia de la lengua la que define “reprofile”, hay una historia que ayuda a entender mejor las cosas. El verbo fue usado para “reprofile” la deuda griega. En 2011 estaba claro incluso para los negociadores europeos como Jean-Claude Juncker que Grecia no podría pagar lo que debía. El miedo de esos negociadores era que si Grecia declaraba la moratoria y entraba en default formal estallara una crisis financiera. Se llevaría puestos a los bancos, sobre todo a los de Europa. James Nixon, entonces economista jefe del banco Societé Génerale, dijo que el contagio sería inevitable. Después de Grecia caerían Irlanda y Portugal y se formaría una enorme bola de nieve de pérdidas bancarias. Entonces los negociadores ortodoxos descartaron opciones como la reducción del capital o la quita de intereses. Les quedaba una instancia: que Grecia les pidiera a los acreedores más tiempo para pagar. Eligieron esa vía. Y la implementaron juntos los bancos europeos y el Fondo. Entregaron dinero a cambio de políticas de austeridad monitoreadas con severidad.
Ocho años después, la economía griega es un 25 por ciento más chica de lo que era. Perdió la cuarta parte del producto. El desempleo está en un 19,5 por ciento. Llegó a alcanzar un 28 por ciento. Todavía siguen funcionando los comedores populares para esquivar el hambre. Unos 300 mil griegos emigraron. Los trabajadores que conservaron el empleo no tienen resto para ayudar a sus padres. Las políticas de crecimiento todavía no comenzaron. La austeridad fiscal sigue.
Fue una hecatombe, palabra griega que originalmente describía el sacrificio religioso de cien bueyes y quedó como sinónimo de catástrofe que genera una gran mortandad.
A veces las palabras anuncian tragedias. No solo griegas.