Hace muchos años que trabajo en la búsqueda de justicia por los crímenes del terrorismo de Estado. Llevo toda mi vida laboral –más de 20 años- en ese camino, que elegí colectiva e individualmente.
En este tiempo, vi el dolor y el horror cara a cara, escuché miles de historias que parecen increíbles -pero lamentablemente no lo son-, presencié relatos de personas que contaron frente a jueces y juezas -demasiadas veces completamente indiferentes- las peores pesadillas que alguien puede siquiera imaginar.
Vi avanzar los juicios contra genocidas con obstáculos de toda clase, con defensas que justificaban las torturas, las violaciones y las muertes y se reían de quienes las sufrieron y de sus familiares. Pero también fui testiga de cómo, mientras muchos genocidas no aguantaban de pie una acusación –el caso más literal fue el de Luis Patti quien, en una puesta en escena como pocas veces presenciamos, escuchó los cargos en su contra acostado en una camilla-, quienes sufrieron el horror soportaron dignamente todo tipo de interrogatorios y revictimizaciones para obtener una justicia tardía y fragmentaria, pero igualmente necesaria.
Mucha de esa justicia, se consiguió durante años en que el Estado estuvo presente en esos juicios, diseñando políticas públicas para intentar reparar un mínimo de lo irreparable, e hizo la diferencia.
El gobierno macrista cambió eso radicalmente desde hace 4 años. Buscando destruir lo conquistado, intentó reinstalar la nefasta teoría de los “Dos Demonios”; vació áreas que eran importantes sobre todo para la contención de quienes sufrieron las peores atrocidades; intervino para que defensorxs y familiares de genocidas tuvieran una reunión con la Comisión Interamericana de Derechos Humanos -vaya paradoja y provocación, la CIDH que tan importante fue para agrietar la impunidad-; puso en dudas el número de desaparecidxs; justificó asesinatos horrorosos y equiparó homicidios estatales con hechos que no son de ninguna manera comparables, para volver a poner en duda el pasado; y hasta avaló la aplicación del 2x1 para genocidas. Podría enumerar muchísimos más, pero estos son buenos ejemplos del negacionismo promovido por este gobierno.
En esa misma línea, nada más ni nada menos que el secretario de Derechos Humanos, Claudio Avruj, hizo un llamado, en un diario que trabaja hace años para la impunidad de los genocidas, a crear una “Plaza de la Buena Memoria” en la que “nos encontremos todos”. Lo de Avruj fue, sin dudas, una nueva provocación del gobierno macrista a quienes sufrimos el terrorismo de Estado, a los organismos de derechos humanos y al pueblo argentino.
Es una invitación a desandar un camino que costó y cuesta mucho esfuerzo, amor y compromiso. Camino que empezó sin dudas con las mejores mujeres que tiene este país, las Madres y las Abuelas, enfrentándose al poder genocida durante la misma dictadura, y continuó con la lucha de gran cantidad argentinxs comprometidxs con la Memoria, la Verdad y la Justicia.
Probablemente Avruj no lo sepa, pero Argentina no necesita una “Plaza de la Buena Memoria” porque hace muchos años que no tiene una, sino decenas. Son las plazas de nuestras Madres y Abuelas y están en todo el país. En esas plazas todos los jueves un grupo de mujeres inmensas, acompañadas por muchxs otrxs, caminan a paso lento pero firme, construyendo Memoria. Y es justamente en esas plazas donde esas mujeres tenaces y valientes resisten, desde siempre, los embates de quienes pretenden instalar el olvido, la mentira y la desmemoria, incluso como política de Estado.