Un negocio, y dos hermanos. Uno se llama Abe, y es el expeditivo, el de espíritu vendedor, el que debió hacerse cargo de llevarlo adelante. El otro es Simon, y es más bien introspectivo, cada vez más metido en su mundo, encerrado en el edificio donde supo estar el local del ya olvidado emprendimiento familiar, que oficia a la vez de casa de familia. Ventiladores Clyde es el nombre del negocio, que supo prosperar en manos de Abe y a pesar de Simon, pero que finalmente fue perdiendo lugar ante los nuevos tiempos, ante un progreso encarnado en el advenimiento y la popularidad del aire acondicionado.
Ventiladores Clyde es también el nombre de la obra maestra del dibujante canadiense Seth, que ha pasado las últimas dos décadas de su carrera contando la historia de los dos hermanos y su negocio, una etérea pero contundente novela gráfica —un ladrillo de deslumbrantes 500 páginas— que Salamandra Graphic casi milagrosamente ha editado en castellano (y distribuido en las librerías locales) coincidiendo con la largamente esperada aparición en su idioma original. “Jamás pensé que iba a tardar veinte años en dibujar esta historia”, confesó Seth dos años atrás en Buenos Aires, invitado por el festival Viñetas Sueltas.
Por entonces estaba dando los últimos retoques a la vida de Abe y Simon, y Salamandra acababa de distribuir aquí su primer libro, originalmente publicado en 1996, el encantador La vida es buena si no te rindes. “Comencé Ventiladores Clyde en 1997, con la idea de que fuese mi segundo libro”, dijo entonces el canadiense. “Sabía que iba a ser un proyecto largo, pero inicialmente pensé que me iba a tomar unos cinco años, que era mucho para mí entonces”, bromeó quien desde entonces llegó a publicar media docena de libros antes de terminar de darle forma a un mundo que descubrió curioseando a través de la vidriera de un local polvoriento y olvidado de la ciudad canadiense de Toronto.
“Deben haber pasado veinticinco o treinta años desde que me asomé por primera vez al oscuro escaparate del edificio de Ventiladores Clyde, en la esquina de King con Sherbourne”, escribe Seth en el epílogo del libro. Y enseguida agrega: “Sí, fue un negocio real”. Tal real fue Ventiladores Clyde, que Seth inicialmente pensó en cambiar el nombre. Lo iba a llamar Ventiladores Boyd. Pero enseguida se dio cuenta que lo que había atisbado detrás de esa vidriera estaba tan olvidado, que no iba a ser necesario el cambio. Y acertó: en los viente años que ha venido dibujando la historia de los dos hermanos, adelantando capítulo a capítulo en su revista-libro Palookaville, nadie se le acercó a contarle nada sobre los Clyde.
“No deja de sorprendente, porque incluso de un negocio de antigüedades que aparece en mi primer novela apareció el hijo del dueño agradeciéndome haber recordado el negocio de su padre”, ha dicho Seth. “Pero lo único que queda de los Clyde parece ser mi libro”, se sorprende el dibujante, que asegura que el negocio que dibujó en sus viñetas es prácticamente el mismo que vio en aquella vidriera. “Hasta había dos cuadros, con fotos de señores de traje, que me hicieron pensar en los que luego serían los hermanos Clyde: preguntándome quiénes serían y qué había pasado con ellos es que fue ocurriéndoseme toda la historia”.
Vestido de traje, chaleco, corbata, sombrero e incluso guantes, Seth es casi un personaje de sus historietas. Así fue como se presentó en Viñetas Sueltas, dos años atrás, y esa imagen de alguna manera completó una obra obsesionada con el paso del tiempo y los recuerdos. “No soy un nostálgico, vivo en el presente y pienso siempre en nuevos proyectos”, aclaró entonces este hijo menor de una familia con muchos hermanos, que terminó viviendo en una casa cada vez más vacía, habitada por los recuerdos de quienes se habían ido a vivir su vida. Si a eso se le agrega la confesión de que esa casa familiar no solía recibir visitas, y que su madre debió ser tratada de depresión y su padre siempre estaba ausente, tal vez viviendo una doble vida, el trasfondo de la historia de los hermanos Clyde y la omnipresente oficina-hogar que guarda los secretos de sus vidas queda en evidencia.
Dividida en cinco capítulos, narrados alternativamente por cada uno de los dos hermanos, Ventiladores Clyde está a mitad de camino entre un monólogo de Muerte de un viajante y la inquietante atmósfera de las películas de David Lynch, de las que Seth prefiere Inland empire. El resultado es la meticulosa disección de un mundo propio, que es desarmado y vuelto a construir durante 500 páginas deliciosamente delineadas, en las que Simon y Abe despliegan sus sueños y pesadillas, mientras el mundo sigue adelante sin ellos, que no pueden librarse de sus fantasmas, del recuerdo de un padre ausente, de la presencia de su madre pese a que han debido internarla en un asilo de ancianos.
Tan exquisita es la construcción del mundo de Ventiladores Clyde, tan meticuloso el dibujo y el diseño del volumen, que es inevitable sufrir como lector ante la diminuta caligrafía elegida en la versión en castellano para llenar los globitos de cada viñeta, e incluso ante la elección del traductor de referirse a un “comercial” cada vez que sus protagonistas hablan de un “vendedor”. Pero pese a estos deslices, Vendedores Clyde en la versión de Salamandra es un auténtico acontecimiento, a la altura de esa obra maestra que Seth construyó mirando los restos del pasado a través de una vidriera olvidada de Toronto.