En San Petersburgo, el 9 de enero de 1905, una muchedumbre de obreros se manifestó por mejores condiciones de trabajo. El carácter pacífico de la marcha lo atestiguaban los íconos religiosos que muchos de los presentes sostenían en alto. No obstante esto, las fuerzas del zar Nicolás II respondieron con una feroz represión que pasó a la historia con el nombre de Domingo Sangriento. Esta circunstancia aparece como necesario telón de fondo en Neva, obra del chileno Guillermo Calderón que Hernán Márquez (recientemente premiado con el Trinidad Guevara Revelación por su puesta de La voluntad, teatro a distancia, de Eva Halac) acaba de estrenar en el Teatro IFT (Boulogne Sur Mer 549, domingos a las 20.30) interpretada por Natalia Laphitz, Laura Wich y Federico Grinbank. Son los tres actores, entre ellos Olga Knipper, reciente viuda de Antón Chejov, que en un teatro a orillas del río que da nombre a la obra, esperan a que llegue el resto del elenco para comenzar el ensayo de El jardín de los cerezos.

Mientras crece la conciencia de que los ausentes pudieron haber sido víctimas de la violencia de afuera, en la sala teatral se plantea una serie de consideraciones acerca de los resortes de la emoción y la verosimilitud en escena. Poco después, las reflexiones toman otro rumbo y toda disquisición estética pasará a otro plano. “¿Quieren hacer algo que sea de verdad?”, se pregunta uno de los personajes, “Salgan a la calle y vean la fuerza simple de la violencia política, el fin del régimen”. En conversación con PáginaI12, Hernán Márquez cuenta que el autor, cuando supo que él realizaría el montaje de esta obra, le escribió: “Pensé que Buenos Aires era la ciudad perfecta para Neva, porque siempre en la calle hay una marcha. Y porque toda persona que va al teatro tiene que decidir 'esta noche, ¿teatro o marcha?'”.

-El tema de la muerte es uno de los resortes de la obra.

-Podríamos pensar que el teatro salva a esos actores de la muerte, de la represión que sucede afuera mientras que, por otro lado, representan la muerte utilizando una metodología (la de Stanislavsky) que les garantiza verosimilitud. Creo que Calderón decide ubicar la acción en la Rusia pre revolucionaria, en un momento histórico anterior a la aparición de las vanguardias, para poner en cuestión una línea de actuación que luego terminó siendo canónica. Y muy fuertemente aquí en Buenos Aires.

-¿Qué dos formas de actuación encarnan las dos actrices?

-Olga Kinnper (Natalia Laphitz), primera actriz del Teatro de Arte de Moscú, representa lo que Stanilslavsky desarrolló en una de sus etapas y que luego conocimos como “el método”, una actuación ligada a las emociones del actor y a la idea de “verdad” en escena, mientras que Masha (Laura Wich) una actriz de menor rango, despliega una serie de técnicas asociadas a un teatro más físico, a la construcción desde lo corporal.

-Paralelamente a esta reflexión a veces paródica sobre cómo representar lo verdadero o lo verosímil, la obra aborda una crítica al teatro mismo. ¿Cómo se traslada a nuestro presente?

-Pienso que hay un teatro independiente que parece patotear al espectador con sus pretensiones de cultura. Y que muchas veces el teatro alternativo termina siendo consumido por aquellos que lo producen, como un perro que se muerde la cola. Finalmente puede resultar una experiencia aburrida al servicio del goce del propio artista.

-¿Qué pasa en esos casos con el espectador que no hace teatro?

-Ese espectador queda relegado, asistiendo a un divertimento ajeno, a la fiesta de otro.

-¿Neva es una obra que termina invalidando al teatro?

-No, por el contrario lo reivindica y lo considera necesario, más allá de su forma. Y como reflexión final plantea la pregunta acerca del sentido de hacer teatro.

-¿De qué se trata ese patoteo cultural que antes mencionaste?

-Está relacionado con un teatro que intenta domesticar el pensamiento, que se olvidó de lo que se plantearon las vanguardias del siglo XX. Porque aunque haya espacios de formación teatral que propician la reflexión sobre esto mismo, finalmente el teatro termina institucionalizándose y repitiendo formas canónicas. O cree que puede superarse industrializándose, copiando formatos que son los del teatro comercial. Así se va generando un teatro obsecuente, mendicante y a la vez funcional a lo que pide el mercado, a lo que se supone que quiere ver el público.