Cuando en el futuro se estudie cómo fue fragmentada, cortada, seccionada y desconectada la información local e internacional que hemos recibido respectivamente las distintas poblaciones del planeta en estos tiempos, se observará seguramente que esa tendencia a tabicar los hechos y a no establecer correlaciones tuvo mucho que ver con el estado al que llegamos hoy.
Podemos caer en la tentación mediática de creer, por ejemplo, que la enorme crisis que afrontamos en la Argentina después del experimento macrista (un CEO en cada ministerio por primera vez en la historia de un gobierno del mundo, los buitres apoyándolos desde hacía años, el estupor ahora, ¿cómo se entiende ese estupor si vinieron a sacrificarnos y estaba a la vista?), no guarda ninguna relación con el fuego que acecha a la joya natural más preciada, la selva tropical más grande del mundo, el dorado de la multidiversidad y el hogar majestuoso de esas otras joyas que guarda en su seno la Amazonía: los más de doscientos pueblos que desde la (primera) conquista se habían preservado en su corazón, y no habían tenido aún ningún contacto con “la civilización”. “Los indígenas son un obstáculo para el desarrollo”, dice Bolsonaro. Así lo dice hoy mientras los matan.
Podemos creer, en esa confusión inducida, que Macri y Bolsonaro deben estudiarse por separado, y no ver en uno la avanzada del otro, o dos modos y estilos de alfas en sus más atroces versiones, elegidos por alguien antes que por sus propios electorados, para emerger al mismo tiempo y desatar en nuestros países los instintos más bajos, los resentimientos más profundos, los recelos más lacerantes ante las aplastantes mayorías y ante las minorías. Como fuere, no se puede pensar en la ruina argentina, sin vincularla en algún momento con el fuego que ha dejado internacionalmente expuesto a Bolsonaro como un bruto y un mentiroso. Es que es exactamente al mismo tiempo que la gran prensa mundial y la prensa hegemónica local están “descubriendo” que “sobreestimaron” a Macri, y le sueltan la mano.
La brutalidad del presidente brasileño que jamás hubiese llegado al poder sin el previo juicio político trucado a la ex presidenta Dilma Rousseff y sin el lawfare que mantiene preso a Lula, esta semana se dirigió con una torpeza inexcusable contra el presidente francés, Emannuel Macron. No se dirigió a él para refutar lo que Macron dijo en el G7 sobre el incumplimiento al compromiso que hizo y firmó Bolsonaro para la preservación de la Amazonía. El fuego de los bosques y las selvas vírgenes pasó al plano diplomático cuando Noruega, Alemania y Francia, primero, anunciaron que cortarían las ayudas financieras para esa región porque Bolsonaro estaba incumpliendo con su parte. Un argumento político.
Pero Bolsonaro no habita en mundo de la política ni el de la diplomacia. Bolsonaro habita en el desprecio. Y se burló de Macron porque tiene una esposa veinte años mayor que él. Y como si eso fuera poco, subió una foto de él mismo con su joven esposa, la misma que en plena campaña, cuando le preguntaron cómo era convivir con un hombre que amaba tanto las armas, dijo “Bueno, en el amor hay que temer también un poco”. La respuesta francesa llegó al toque. Macron, en conferencia de prensa, dijo que sentía tristeza ante la falta de educación de Bolsonaro, que sentía tristeza por el pueblo brasileño y que les deseaba que pronto tuvieran un presidente a la altura de las circunstancias”. También dijo que estaba seguro de que las mujeres brasileñas sentían vergüenza por ese desborde de su presidente. En efecto, al día siguiente, miles y miles de mujeres brasileñas levantaron un #DisculpasBrigitte que la primera dama francesa agradeció en portugués.
Si seguimos relacionando hechos o noticias que se nos presentan tabicadas, tampoco podemos dejar de relacionar a la adolescente sueca Greta Thunberg, sobre cuyo protagonismo inminente venimos insistiendo en estas notas, con los estragos que no sólo permite sino que alienta Bolsonaro (ya había advertido a las comunidades originarias que les daría armas a los terratenientes para que las usaran como quisieran), que rechazó la ayuda del G7 y sigue dejando arder el mundo. Greta llegó a Nueva York para la Cumbre del Clima que esta vez será global, en un velero y ya identificada como “la niña líder” de la generación de los actuales estudiantes secundarios. Casi todo lo que viene diciendo Greta en todos los estrados en los que la reciben se está cumpliendo con creces en territorio brasileño. Greta lucha contra la emisión de gases. Según los científicos, los más peligrosos son los que surgen de la ganadería a gran escala. Esa es una de las razones de la deforestación de la Amazonía.
Si se tratara de seguir hilando, podríamos seguir, porque estos estrepitosos fracasos de las ultraderechas no impiden que la ultraderecha siga su ruta como una bacteria resistente. Miren a Londres: al nuevo primer ministro se le ocurrió “cerrar” el Parlamento. Miren a España: Madrid cambió a Carmena por una mujer joven del PP que está preparada para privatizar la educación pública. El hilo de relaciones es infinito, porque la trama es la misma, el plan es el mismo, la deformación del sentido de realidad de los pueblos se produce a través de iguales y enormes dispositivos frente a los cuales las voces lúcidas se diluyen como estrellitas de navidad.
Pero finalmente, una relación más. Los que están dejando arder esa enorme porción de territorio precioso son los mismos que dejan arder los cuerpos de los mancillados en las calles, en los basurales, en las periferias. Son los mismos que en Brasil o en la Argentina o en España o en cualquier parte han concebido la posibilidad del mundo como puro objeto de renta propia, y han tomado a la política como rehén y han sido vendidos como autos de alta gama a cambio de mucha pauta. Lo que están destruyendo de un modo irreversible nuestro mundo tuvo guardianes ancestrales que ahora huyen desesperados sin saber hacia dónde correr, porque durante siglos y siglos se mantuvieron en contacto y armonía con lo que los rodeaba. Ninguna ONG, ninguna personalidad relevante, ningún premio nobel ha hecho tanto por la preservación del planeta como los pueblos originarios de América Latina.
Ellos tienen una llave que la civilización a la que pertenecemos nunca tuvo. Ellos, esa mixtura étnica de una terquedad bestial que ha sabido transmitirse a sí misma sus secretos, son asimilados a especies, a tantas otras especies cuyo fin el poder neocolonial ya ha decidido. Hubo una vez en que la colonización sobre esos pueblos vino a instaurar este modo de vida que hoy llega a su estertor. En esta nueva avanzada neocolonial, cuando veamos huir a los pueblos originarios corridos por el fuego, sepamos que para los nuevos colonizadores nosotros también somos indios. Si no los echamos harán arder todo a nuestro alrededor. No colonizan para reinar. Colonizan para vender.