Franco Verdoia se obsesionó con una serie televisiva que muestra el devenir de acumuladores compulsivos. Mezcló esa obsesión con otra, una temática que aparece siempre en sus producciones --fotográficas, cinematográficas, teatrales--: el interior del país. Así surgió Late el corazón de un perro, una obra con actores de “distintos orígenes” que bucea en una multiplicidad de tópicos: la acumulación que conduce al aislamiento en la propia casa, la idiosincrasia de las ciudades del interior y el vínculo entre una madre y una hija son algunos de ellos. Actúan Mónica Antonópulos, Silvina Sabater y Diego Gentile. El espectáculo se presenta los sábados a las 18 en Espacio Callejón (Humahuaca 3759).
Verdoia no dirigía teatro desde 2010, cuando estrenó Lo bueno por conocer. “Me chupó el cine. El año pasado, en esa espera medio agónica de la producción de cine, decidí retomar la escritura de teatro”, cuenta el multifacético artista oriundo de Las Varillas (Córdoba). Late el corazón de un perro es la historia de una mujer que padece síndrome de Diógenes. Acumula muebles, objetos, basura. Su hija abandonó el pueblo de la provincia de Santa Fe donde vivían y se volvió azafata. Después de varios años, debe regresar por una advertencia de la Municipalidad respecto al problema de su madre, sobre la que pesa una amenaza de desalojo. “Todo esto detona un conflicto histórico en el vínculo”, resume Verdoia. Un bombero del pueblo, enamorado desde siempre del personaje de Antonópulos (el de la hija), es designado para encarar el procedimiento de rescate.
El director cuenta, además, que se encuentra en la última etapa de realización de la película La chancha, sobre el abuso infantil, con Esteban Meloni y Gabriel Goity en los roles protagónicos. Aquí también aparece el interior: se filmó en Córdoba. El film estará terminado para fines de septiembre y comenzará un recorrido por festivales. “Es un thriller psicológico de mirada intimista, relatada desde el punto de vista de Pablo”, el personaje de Meloni, quien padeció un abuso en su infancia.
--¿Cuáles son los ejes de Late el corazón de un perro?
--La obra roza muchos temas: la acumulación, el encuentro entre madre e hija, la idiosincrasia de las ciudades del interior. La apariencia, el hecho de construir una imagen que uno no tiene por una necesidad fuerte de aparentar frente al resto. En el interior hay un anhelo de parecernos a las ciudades grandes. La obra roza algo que en lo personal me ha pasado, que es que mi ciudad ha crecido mucho y ha perdido su lustre romántico. Me fui hace 25 años en busca de este faro que es Buenos Aires, que me permitía desarrollarme profesionalmente. La obra es espejo de mi experiencia, de haberme ido, de ver cómo mi ciudad natal fue creciendo y perdiendo su impronta romántica de casitas bajas, que se fueron destruyendo dando paso a edificios. El progreso mal entendido aniquila todo tipo de romanticismo y apego al lustre del pasado. La madre de Late… edificó toda una vida para el afuera, simulada. Inventando viajes que no existieron, situaciones que no fueron tan así, embelleciendo la realidad. A partir de algo muy simple, se empiezan a abrir todas estas capas de sentido y de circunstancias que rodean a eso, como un embudo.
--¿Cómo trabaja la dramaturgia?
--En el teatro venía haciendo experiencias de laboratorio, juntándome con actores, trabajando alrededor de una idea, improvisando. Pero el cine me llevó a un proceso más de escritorio. Tomé la mecánica de guionista y me dediqué un año a escribir la obra. Una vez que la tuve entera empecé a ensamblar la posibilidad de hacerla. Coincidió con una convocatoria de una productora amiga que me dijo que estaba buscando material para Mónica. Todo coincidió, sin embargo es un material que fue ajustándose. De hecho el final tuvo varias versiones, lo sigo cambiando y modificando. Me gusta ir operando como escultor, modelar la arcilla. Es lo bueno que tiene el teatro a diferencia del cine. Tiene esa generosidad de ser un hecho vivo, que cabe que se siga moldeando, trabajando la materia para que tome una forma definitiva diferente a la que se pensó en un comienzo.
--¿Cómo es trabajar con múltiples disciplinas?
--Siento que estoy en un momento de mi vida, justo recién salgo de mi analista… le decía que siento que estoy en un momento de integración, que puedo dejar de pelearme con lo que soy. Dirijo cine, teatro, publicidad... Hasta hace poco estaba en Colombia dirigiendo una publicidad de shampoo con una celebrity y de repente aterricé en la Argentina y seguían los ensayos de la obra, y tenía una llamada de Brasil, país que coproduce mi película. Todo el tiempo voy rebotando en lenguajes. Hasta hace un tiempo tenía el complejo de culpa, sentía que tenía que decidirme por uno. Vivimos en una sociedad donde está de moda el “o”: sos una cosa o la otra. Estamos aprendiendo a incluir el “y”. Muchas veces a los que trabajamos en muchas disciplinas se nos estigmatiza, hacemos de todo o no hacemos nada. Hay cierta subestimación de esa posibilidad. El común denominador es una gran necesidad de decir, de expresar el universo de nuestras emociones, y eso sale con forma de foto o de texto teatral.
--¿Por qué en todos sus trabajos está presente el interior?
--Es mi común denominador. Creo que uno tiene que hablar de lo que conoce. No podría meterme con temas que me queden muy lejos en mis posibilidades de contar. Necesito hablar de mi barrio, de donde nací, mi pueblo, sus personajes. Voy echando mano a ese acervo, toda mi vida está en Las Varillas. Mi trabajo más conocido como fotógrafo fue Cuñadas, sobre la vida de mi abuela y dos tías abuelas, un trabajo que hice a lo largo de ocho, nueve años. Siempre estoy volviendo a ese origen y desde ahí despliego sentido. Es mi fuente de inspiración. Y en mis relatos siempre hay alguien que vuelve, un rencuentro, alguien que está llegando luego de haberse ido. Me pegó muy fuerte la migración, el desarraigo. Hacer una nueva vida se hace muy difícil. Necesito contar ese momento de diferentes formas.