Deudólares restructurados, reperfiladas, reprogramades y defaulteados-pero-que-no-se-note de mi patria:

¡Estamos viviendo momentos increíbles, alucinantes, apocarriólicos, de esos que ni Julio Verne, ni Philip Dick, ni Asimov, ni Fredric Brown, ni Ray Bradbury, ni Arthur Clarke, ni los mercados, ni el FMI, ni siquiera Durán Barba, pudieron anticipar!

Y, sin embargo, lo lograron. No pudieron poner la bandera en la Luna, pero sí mandar los precios a las nubes. Lograron que una parte no menor del país creyera que los alfacentaurinos habían tomado Venezuela y desde allí estaban mandando sus tentáculos hacia nuestra patria, con el fin de capturar al ex-sumo Maurífice y su descendido mejor equipo, abducirlos y estudiarlos para entender cómo fue posible que llegaran adonde llegaron y evitar que vuelva a suceder, o, si esto no fuera posible, aislar a nuestro planeta para que no se viralizase el neoliberalismo tremens.

Lograron que parte del pueblo argentino, a falta de victorias, festejase las derrotas por goleada. ¿De qué otra manera se explica, si no, la marcha del 24 de agosto a Plaza de Mayo? Un amigo me dijo: “Fueron los gorilas a despedir a su líder”. Otra sugirió: “El ex-sumo Maurífice, en un ataque de piedad, no quiere decirles a sus seguidores que perdió, para que no se pongan tristes y sigan pagando la luz con alegría”. Personalmente, creo que está muy bien: comenzar a festejar las derrotas es un paso hacia la madurez política, y ya que están, se van acostumbrando, porque parece que se les viene otra, en poco tiempo.

Pero en todo caso, lograron emocionar al ex-sumo, que, para demostrarles su condición de líder natural del pueblo, se abrazaba a sí mismo y luego extendía los brazos, y así, repetidamente. ¡Vaya uno a saber lo que quiere decir, en código de mercado!

Son bichos raros: no festejan cuando ganan (el 10 de diciembre de 2015 no fue a nadie a la Plaza), pero sí –y ruidosamente– cuando son derrotados.

Quizás esto sea coherente con otra de sus costumbres: esquiar en verano, según explicó Lilitazepam. “Los votantes están en Europa, esquiando; los funcionarios, acá, esquivando”, podría ser un resumen de la situación.

El Gobierno decidió que era hora de considerar al probable nuevo presidente como si ya estuviera en ejercicio de sus funciones hace rato, a fin de poder culparlo si todo saliera muy mal, y atribuirse el mérito (dada la legalidad) si algo llegara a salir bien (cosa improbable, pero quizá simulable).

Lo cierto es que, en un momento que no sabemos si era de lucidez o de teleprompter, el Gobierno se puso a producir. Tenía que ser algo exportable, ya que acá nadie tiene un mango para comprar nada, y afuera, los únicos dispuestos a comprar algo eran los del FMI.

¿Y qué se les podía vender a los del FMI que ya no tuvieran? El gobierno pensó…, pensó… y llegó a una conclusión: “votos macristas”. Si lograban vender una buena cantidad, capaz que conseguían un contrato a cuatro años.

Entonces, los empresarios amigos decidieron invertir 5000 mangos en cada voto, solo pagaderos contra entrega del bastón presidencial. Pero el problema fue que cualquier posible beneficiario del plan Cohechar hizo la siguiente cuenta: “Me dan cinco lucas por mi voto, que lo lleva a tener cuatro años de gobierno. O sea, 1250 pesos por cada año. Dividido 12: 104 pesos por mes”.

¿Se da cuenta, deudólar, de por qué jamás iba a resultar? Que un laburante se banque cuatro años de mauriciado por 104 pesos por mes, solamente cabe en la mente de un… de un… No, no, no seamos agresivos, que después nos acusan de ser artífices de una conspiración humorísticocaribeñoveganonumismática, ¡y andá a cantarle a Patricia!

Hasta la que viene…

@humoristarudy