El silencio en el espléndido salón oval del Palacio Paz se hizo más que atento, total. Javier Ortega Smith, el secretario general del grupo español de derecha dura Vox, ya tenía a la audiencia encantada cuando les tiró algo irresistible. El español, que es un orador muy convincente, explicó que hace cinco años “25 locos” habían fundado Vox “alrededor de una mesa” y que hoy tenían cincuenta mil afiliados, tres millones de votantes, eurodiputados, bloque propio en las Cortes y algunos cientos de alcaidías. Entre los mármoles se escuchaba a nuestros derechistas soñando.

Ortega Smith es un hombre alto, de cincuenta años, bien vestido, soltero, abogado de buena familia madrileña con fuertes lazos argentinos. También fue militante juvenil en Falange Española/JONS y brevemente comando militar, lo que le permite fotografiarse de boina verde. Su anfitriona en el Círculo Militar fue Victoria Villarruel, la abogada que preside el Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas, CELTYV, y que parece actuar en público en un estudiado contraste con Elisa Carrió: todo sonrisas y amabilidad, hasta cuando propone las cosas más peludas.

El encuentro fue por invitación en el club de los militares retirados, que pusieron a su presidente, el general retirado Carlos Estevez, en primera fila del evento. General, anfitriona argentina e invitado español quedaban justo debajo de un escudo del Ejército Argentino, una institución de nuestro estado que así terminaba pegada con un plan de batalla ideológico. Y no se exagera, ya que el motivo del encuentro era definir la Batalla Cultural que la derecha quiere dar y que, con Vox presente, cree que puede ganar.

Villarruel, de brillante blusa amarillo-PRO, inauguró la velada haciendo un listado de enemigos modernos, que arrancan con la profusión de derechos. La abogada enumeró los “supuestos” derechos a la igualdad, a la ecología, a “los LGTB” y al aborto como enemigos de todo orden y sentido de sociedad. Para “la derecha”, como ella misma definió en todo momento, estos supuestos derechos enmascaran intereses internacionales ocultos que buscan herrumbrar soberanías, disolver sociedades y llevarnos por el mal camino, el de la debilidad. Una novedad fue escuchar a Villarruel hablar contra los derechos indígenas y aborígenes, también definidos como un atentado a la soberanía nacional. Si esto suena un poco importado deber ser porque es un eco del miedo español a “los separatismos”, que por aquí no existen.

Pese a la blusa, Villarruel fue crítica con el gobierno de Mauricio Macri, pero el tono de sus observaciones fue “de adentro”, asumiendo que si no todos, buena parte de los presentes lo habían votado. ¿Cuál es el pecado de Cambiemos? Quedarse cortos, no ir a fondo, no desarmar lo construido por “el populismo de izquierda”. La abogada, como presidente del CELTYV, ya tuvo encontronazos con el gobierno por cosas como que Argentina siguiera pagando su bastante modesta cuota de pertenencia a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que no se cancelaran las compensaciones a las víctimas del terrorismo de Estado y los juicios a los torturadores y secuestradores, y no hubiera una amnistía. Ni siquiera se cerraron lugares como la ESMA.

Ortega Smith se mantuvo fuera de estos andurriales locales, como corresponde a un visitante extranjero. Pero terminó revelando algo muy interesante, la enorme nostalgia por una supuesta era “de orden” que tiene esta derecha. Para el español, en política “hay que hablar de amor”, amor a los amigos, a la familia, a la patria. Y hay que restaurar el respeto “a la autoridad”, a maestros, médicos (sic), militares, al Estado y nuevamente a la patria. En este ideal, se respeta a los que saben más, a los que tienen más, a la bandera, a los que ya están por encima. Hay jerarquías y por lo tanto hay orden.

El español es un buen orador, que aprendió largamente a tensar y relajar a su audiencia, y que busca convencer. El vocabulario que usa, con tanta patria, bandera y jerarquía, suele salir a los ladridos, con carácter de obligación, pero Ortega Smith lo presenta como un ideal asoleado, una sociedad más tranquila, deseable. No hay ni visos de que ese vocabulario era el de la larga dictadura de Franco y de nuestras verde-oliva. No hay rastros de la violencia con que se sostuvo ese orden y esas jerarquías.

De hecho, lo que resultó llamativo de la velada en el Círculo Militar fue la absoluta falta de toda mención a los militares, excepto al pasar, y el ensordecedor silencio sobre la Iglesia católica. Es como si ese mundo jerárquico y ordenado en el que todos sabrían su lugar no tuviera religión. En parte esto es porque la derecha dura no confía en el actual papa, en parte porque se comprobó que el cirio en la mano es piantavotos. Tampoco, entre tanto temor a la soberanía bajo ataque, se mencionó siquiera al Fondo Monetario Internacional, cuyos muy reales inspectores estaban esta misma semana arqueando las cuentas soberanas del país.

Juan José Gómez Centurión era de los que escuchaba atentísimo, viendo a otro militar-candidato al que le había salido mucho mejor que a él en las recientes PASO. Lo que se estaba explicando era la idea de Antonio Gramsci de cambiar el sentido común: combatir el lenguaje “políticamente correcto, que en realidad es incorrecto”, la normalización de “derechos falsos”, la intrusión de la educación sexual y la agenda de género en las escuelas. Este viraje a la derecha fue hecho por Vox con votantes que antes se escondían en el voto simplemente conservador del Partido Popular. La lección sería radicalizar a los que por aquí votan a Cambiemos.

Y fue el español el que paradójicamente puso el contexto local en el tema: todo esto había que hacerlo ahora “para frenar a la izquierda radical que es el kirchnerismo”. Es que al contrario que España, Polonia o Brasil, Argentina no está virando hacia la derecha dura.