El default de Macri es inédito cuando se repasa el archivo de cesaciones de pagos de Argentina. Es el octavo de la historia nacional (el inventado por el juez Griesa no se contabiliza porque no fue una decisión soberana el no pago) con la particularidad de que éste es con deuda emitida por el mismo gobierno. Los anteriores fueron por deudas heredadas de administraciones anteriores. Es un indicador contundente de la velocidad y magnitud del desastre provocado por la economía macrista. En menos de cuatro años, después de recibir una economía desendeudada, Macri la entregará en default. O sea, endeudó y defolteó. Es una marca notable para un ciclo económico tan breve. No pagar la deuda emitida en su propia gestión no es el único factor que hace a este default excepcional. Se le debe sumar que el incumplimiento será con la deuda nominada en pesos, o sea en la moneda que emite el país.
El gobierno hubiera podido atender esos compromisos porque no tiene restricciones para emitir pesos; diferente es con la deuda en dólares, divisas que obviamente no emite y no tiene en cantidad. No es usual que los países informen a los inversores que no pueden pagar la deuda pública en su propia moneda. Son casos de quiebras soberanas dramáticas.
Declarar el default de deuda en pesos de corto plazo refleja el agobio en que está hundido el gobierno de Macri, desesperación que lo arrastra a reaccionar sin evaluar consecuencias. Fue una decisión sólo motivada por el temor a que, mientras se vayan concretando los vencimientos de esos pasivos públicos en pesos, esos recursos se destinen a la compra de dólares. Y como las reservas de libre disponibilidad se están liquidando a rápida velocidad, la respuesta de Hacienda fue improvisada, lo que terminó acelerando la corrida.
La tendencia de la pérdida de reservas está adquiriendo una dinámica que proyectada entrega como resultado que las arcas del Banco Central estarán vacías antes de la entrega del gobierno el 10 de diciembre próximo.
Atrapados
El “corralito” de la deuda pública en pesos, con cronograma de desembolso para personas jurídicas, generó un desquicio de proporciones en los Fondos Comunes de Inversión. El economista Christian Buteler publicó un tuit fulminante: “Las pérdidas que ha provocado Lacunza en los FCI por sus medidas son impresionantes”. El patrimonio de los Fondos bajó de casi 250 a 155 mil millones de pesos del 27 al 30 de agosto. Precisó que “38 por ciento bajó el patrimonio administrado en 3 días producto de los rescates”. Señaló que algunos Fondos bajaron hasta el 62 por ciento en ese lapso e indicó que los bancos que más vieron caer sus Fondos son BBVA, HSBC, ICBC y Banco Nación. La suspensión de las operaciones el día posterior al anuncio del default y el derrumbe posterior del valor de las cuotapartes fue el puntapié al nerviosismo que atrapó a ahorristas por el destino de sus depósitos.
Las finanzas de provincias y de empresas industriales, servicios y comercio también recibieron un golpe demoledor con el “corralito de las Letes”. Colocaron parte del capital de trabajo para evitar su desvalorización en instrumentos de deuda de cortísimo plazo del Tesoro Nacional, a tasas más elevadas que las de plazos fijos, y ahora tienen el dinero atrapado.
La compra de Letras del Tesoro fue la estrategia financiera del sector privado en un contexto de derrumbe del consumo y del mercado interno. Las empresas buscaron una salida de emergencia ante el naufragio macrista utilizando al Estado (necesitado de pesos para cubrir el bache fiscal) como financista ahogado. Este estuvo pagando intereses elevadísimos, fondos que facilitaban a las firmas hacer frente a los salarios deprimidos de sus trabajadores y a los compromisos con proveedores. El ingreso financiero conseguido con las Letras colaboraba en la administración diaria de una economía en crisis.
Esas Letras también fueron utilizadas como garantías en el circuito de préstamos en el mercado bursátil (las denominadas cauciones), operaciones que también quedaron en un limbo.
Varias provincias imitaron el comportamiento de empresas privadas, al destinar excedentes del presupuesto a la compra de Letras en pesos y en dólares, para recibir una renta que les permita hacer frente al pago de salarios, aguinaldo y compromisos con proveedores. De acuerdo a un informe oficial, diez provincias tienen en total el equivalente a unos 1250 millones de dólares en esos instrumentos de deuda de cortísimo plazo. La Provincia de Buenos Aires de María Eugenia Vidal quedó atrapada del “corralito de Letes” con unos 500 millones de dólares.
El default de la deuda en pesos es otra muestra más que al dogmatismo neoliberal y al conservadurismo político, además del plan negocios desplegados para amigos, familiares y testaferros, se le agrega un abrumador grado de impericia en la administración de la crisis. Ese anuncio fue el disparador para aumentar la intensidad de la corrida cambiaria y para comenzar la bancaria.
En estos casi cuatro años han estado pasando como funcionarios en el área económica referentes del establishment, desde Alfonso Prat Gay, Federico Sturzenegger, Luis Caputo, Nicolás Dujovne, Guido Sandleris hasta Hernán Lacunza, y uno peor que otro en la gestión pública, para terminar generando otra de las grandes crisis argentinas, como fueron el Rodrigazo, la tablita cambiaria de Martínez de Hoz, la hiperinflación y el estallido de la convertibilidad. Cada uno de ellos, como sus más estrechos colaboradores, se acomodará rápidamente en consultoras de la city, en empresas, universidades privadas locales o del exterior o en organismos internacionales. Antes y ahora, esos economistas gozan de la impunidad conferida por el poder económico, y así se van repitiendo las crisis.
Marzo 2018
La cesación de pagos de la economía macrista fue en marzo del año pasado . No fue declarada oficialmente en ese momento. Pero en ese mes el gobierno de Cambiemos se quedó sin acceso al financiamiento voluntario del mercado internacional. Fue cuando el entonces ministro de Finanzas, Luis Caputo, el responsable de haber gestionado este desaforado ciclo de endeudamiento, fue a Wall Street a pedir más dólares y le cerraron la puerta.
Para continuar con la bicicleta financiera y el pago de la deuda no había dólares suficientes. Para evitar caer en el abismo, el presidente Mauricio Macri corrió en forma desesperada a los brazos del Fondo Monetario Internacional. Recibió un inmenso crédito de 50 mil millones de dólares y luego ampliado a 57 mil millones de ese organismo dominado por Estados Unidos. Fue el pulmotor que mantuvo vivo al oficialismo con la expectativa de ganar las elecciones de octubre.
Con el resultado de las PASO, el FMI mostró otra vez que no sólo fracasó en las propuestas económicas para impulsar el crecimiento (no podía ser de otro modo porque postuló las medidas recesivas de siempre), sino que también falló en su apuesta política electoral. Por presión de Estados Unidos, con el objetivo geopolítico de sostener un gobierno de derecha en la región como freno a lo que denominan despectivamente “populismo”, entregó el préstamo más grande de su historia para financiar la campaña electoral de Macri.
Su candidato recibió una paliza memorable, que todavía sigue exhibiendo preocupantes síntomas de negación del resultado. El FMI decidió entonces cerrar también el grifo. El desembolso de 5400 millones de dólares previsto para el 15 de setiembre fue postergado y no hay fecha para concretar el giro.
Pasaron 17 meses desde marzo del año pasado para que el flamante ministro de Hacienda, Hernán Lacunza, reconociera formalmente que la economía macrista no puede pagar 101.000 millones de dólares de capital e intereses de la deuda en las condiciones pactadas.
El 28 de septiembre del año pasado, cuando el gobierno cerró el segundo acuerdo con el FMI, Macri le dijo a la cadena de finanzas Bloomberg que “no hay ninguna chance de que Argentina caiga en default”. Otra promesa incumplida.
Fanáticos del naufragio macrista lo denominan “reperfilamiento”. Lacunza presiona para que en el debate público se hable de “reestructuración", término que resulta más amigable para el mercado. Los inversores que no cobrarán al vencimiento saben que Macri se despide declarando el default de gran parte de la deuda. Más allá de la inútil estrategia de maquillaje del oficialismo, los medios internacionales especializados en finanzas y las calificadoras de riesgo sentenciaron que es un default
Dinamita
El 4 de enero de 2018 fue la última emisión de bonos públicos en el mercado internacional por 9000 millones de dólares. Fue el aporte final de Wall Street. Los principales fondos de inversión y bancos fueron inundados de papeles de deuda argentina. Cuando en marzo de ese año Caputo no logró convencer a sus amigos de seguir entregando dólares a la economía macrista, el primero que empezó la retirada fue el JP Morgan. El gigante financiero estadounidense desarmó su posición en Lebac (la bomba especulativa creada por el entonces presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger) y compró dólares en cantidad. Fue el disparador para el inicio de la huida de grandes fondos de inversión. Hubo dos que siguieron creyendo en Caputo y hoy se arrepienten, puesto que esa apuesta le reportó contabilizar quebrantos inmensos: Templeton y BlackRock .
Esas dos firmas integran el selecto lote de los más grandes fondos de inversión de las finanzas globales. Fueron las que acumularon más papeles de deuda argentina al ser los principales compradores de los bonos Bote y PeDo (bono dual, Pesos/Dólar), en mayo del año pasado.
Los registros de grandes fondos de inversión internaciones de las tenencias declaradas de títulos públicos argentinos, en pesos y en dólares, a mediados del año pasado, anotaban un total de 28 mil millones de dólares. De este total, Templeton concentraba 6200 millones y BlackRock, 3700 millones. Al tope del podio de ese ranking se ubicaba Allianz SE (Pimco), con 6400 millones de dólares.
Esos fondos estuvieron descargando de su cartera una porción de esos bonos desde que comenzó la corrida, pero igual mantienen todavía gran parte, lo que significa que están contabilizando pérdidas pesadas por esas inversiones.
La relevancia de esta situación no es que, en esta oportunidad, estos gigantes del negocio financiero perdieron apostando a bonos argentinos, sino que la economía macrista ha aniquilado la posibilidad de conseguir financiamiento inmediato en el mercado de capitales internacional. Y lo hace con un mundo financiero con tasas bajísimas, lo que facilitaría las operaciones de renovación.
El default macrista clausuró aún más esa puerta, que ya estaba cerrada pero con una pequeña chance de reabrirla; ahora será muy difícil, lo que suma un elemento más a la pesada herencia que recibirá el gobierno 2020-2023.
Macri terminó dinamitando la posibilidad de conseguir recursos inmediatos en el mercado financiero del exterior para un eventual gobierno de Alberto Fernández.
El esquema de default presentado por Lacunza libera fondos por el no pago de deuda de 10 a 12 mil millones de dólares. Recursos que el Banco Central tendría disponible para atender la demanda del mercado cambiario. Pero ese monto de vencimientos fue transferido al programa financiero 2020, que tiene un faltante de unos 18 mil millones de dólares. O sea, el gobierno de Macri quiere hacer todavía más pesada la mochila de la deuda para Fernández. No sólo eso. Pretende que la fuerza política más votada en las PASO apruebe un proyecto de ley que posterga pagos de bonos sin presentar cuáles serían las condiciones de la reestructuración. La secuencia razonable sería primero conocer cuál sería el esquema de negociación con los acreedores, para luego reclamar el apoyo político del Congreso. El gobierno de Macri lo hace al revés, para comprometer a Fernández en su propio default.
Plétora de capital
La crisis macrista enseña que se necesita romper el hechizo que ejerce la ingeniería financiera para la administración de la economía, que en estos años tuvo su máximo exponente a Luis Caputo, responsable del más vertiginoso ciclo de endeudamiento de la historia argentina. En este periodo político neoliberal fue habitual escuchar que “genios” de las finanzas, redefinidos como el “Messi” del mercado, son lo suficientemente listos como para generar estructuras inmunes a las tormentas de la economía. No fue así. Siendo uno de los arquitectos de este desastre financiero, Caputo estuvo en el Ministerio de Hacienda el día que el ministro Lacunza informó las características del default de Macri.
Esa magia queda desnuda ante las debacles, cuando aparecen las excusas y los lamentos. El régimen de especulación financiera y posterior crisis ya ha sido estudiada como “la plétora de capital ”, proceso que ocurre cuando se verifica una expansión desmedida del dinero que se multiplica en la esfera de las finanzas (por la tasa de interés o la valorización de activos inmuebles o bursátiles) sin ser acompañado de una expansión similar de la inversión y de la actividad productiva. Las crisis con el consiguiente crac de activos financieros vienen a destruir ese “dinero ficticio” sin contrapartida en el valor de bienes tangibles.
Corrida
Como se sabe, este tipo de crisis tienen tres fases (financiera, económica-sociolaboral y política) que se van realimentando hasta alcanzar un pico máximo, que es cuando se produce un estallido de consecuencias dramáticas.
En contextos traumáticos anteriores, esos picos fueron julio de 1989, cuando la hiperinflación fue devastadora, y diciembre de 2001, cuando la corrida contra el peso derivó en corralito, posterior default y, finalmente, megadevaluación. Es un interrogante cómo será esa instancia final de la crisis macrista, que está recorriendo semanas críticas.
La fase financiera de esta crisis, cuyo disparador fue la fuerte devaluación que se inició a fines de abril del año pasado, ahora no tiene como epicentro la cotización del dólar. Es una variable que ya se descontroló y los intentos para domarla, en las actuales condiciones, son infructuosos. Tampoco lo es el monto de las reservas. Cada vez hay menos dólares en el Banco Central que se dedica diariamente a rifarlos. Ni resulta ya un aspecto nodal el derrumbe de acciones y bonos, colapso de las cotizaciones que provocó un efecto pobreza financiera impactante.
El frente crítico en estos momentos se encuentra en los depósitos en pesos y en dólares. El resto de las variables ya detonaron. El peso con una devaluación gigante; las reservas con una sangría que no se detiene hasta que no quede nada en el Banco Central; acciones y bonos con caídas récord del 60 al 70 por ciento; y la declaración del default de parte de la deuda por un total de 101.000 millones de dólares.
El Banco Central y el Ministerio de Hacienda deben dejar de correr detrás de los acontecimientos, porque si permiten que el pánico sea lo dominante en el mercado, lo peor de la fase financiera de la crisis puede precipitarse. El objetivo primordial debería ser evitar que la corrida cambiaria y contra activos bursátiles se extienda a una bancaria.
El último reporte de la consultora PxQ de Emmanuel Alvarez Agis explica que una suba del tipo de cambio y/o caída de reservas, disparará una mayor salida de depósitos en dólares, que puede contagiarse a los depósitos en pesos. Advierte que “esta dinámica podría poner en riesgo el balance del sistema financiero en su conjunto”.
En crisis de estas dimensiones, cuando el poder político se diluye y la economía real está paralizada, el abordaje de la cuestión financiera tiene que ser integral, dejando de lado el dogmatismo ideológico liberal. Economistas de formación académica diversa coinciden entonces en la necesidad de imponer el control de capitales especulativos y un sistema de restricciones para el acceso a la compra de dólares. Macri terminaría de ese modo restaurando un régimen de administración y control de acceso a la moneda extranjera.