Dos grandes indicios diplomáticos pasaron inadvertidos en la Argentina. Uno vino de los Estados Unidos y otro de Brasil.

"Estados Unidos espera continuar nuestra sólida asociación con el pueblo argentino y su liderazgo electo, sea cual fuera el candidato que el pueblo argentino elija como su próximo presidente", dijo al periodista Rafael Mathus Ruiz, de La Nación, un vocero del Departamento de Asuntos del Hemisferio Occidental del Departamento de Estado. Hemisferio Occidental es la denominación usada para el continente. La declaración fue formulada el miércoles 28 de agosto, en medio de la crisis financiera argentina y de las acusaciones de Alberto Fernández contra la responsabilidad del Fondo Monetario Internacional. Para el candidato del Frente de Todos el FMI, junto con el Gobierno, es culpable de lo que definió como “catástrofe”. La lectura es evidente. Washington acompañó a Macri hasta la puerta del cementerio y allí se quedará. Mientras tanto analiza cuál es el escenario futuro.

El otro indicio vino del vicepresidente de Brasil, el general Hamilton Mourao. El viernes 30 de agosto, en un discurso frente a la Asociación Comercial de Río de Janeiro, dijo Mourao: “Es obvio que nos gustaría que el Presidente Macri, quien tiene una relación muy buena con nuestro gobierno, venciese en la elección. Pero hay indicios muy fuertes de que la victoria será de Alberto Fernández y de Cristina Kirchner”.

El Presidente Jair Bolsonaro había dicho que “delincuentes de izquierda comenzaron a regresar al poder”. Mourao, en cambio, recordó que “la Argentina es nuestro mayor socio comercial”. Dijo que “gran parte de nuestros productos manufacturados se exportan a la Argentina y por eso tenemos que mantener esos lazos”.

El general no pertenece, precisamente, al Partido de los Trabajadores de Lula. Expresa la línea conservadora y liberal de la elite brasileña que derrocó a Dilma Rousseff. Pero mantiene diferencias con Bolsonaro, hasta ahora de estilo y vaya uno a saber si serán de fondo en el futuro. Su mensaje, como el de Washington, debería ser leído igual. Con Macri, solo hasta la puerta del cementerio. Si Macri logra escapar de su muerte política, los generales verán qué hacen. Si no, tratarán con quien gobierne la Argentina aunque esa relación sea distante y carezca del afecto personal y político que se tuvieron Lula y Néstor Kirchner o Raúl Alfonsín y José Sarney.

El gobierno argentino parece ajeno a esas dos pistas fuertes provenientes de los Estados Unidos y de Brasil. Como los fabricantes de malas salchichas, Mauricio Macri comete un error imperdonable: compra lo que vende. En su caso, imágenes y campaña en lugar de política y economía. Por eso el Gobierno no entiende la realidad. Tal vez tampoco quiera entenderla. Las derrotas son para políticos curtidos. Incluso para soñar con el milagro de un 27 de octubre distinto de la PASO, el macrismo debería hacer la prueba de romper con su propio guión. El problema es que, pese a su discurso en apariencia realista y pragmático, el Presidente encabezó la administración más ideologizada de la historia argentina. Compró lo que vendió.

Ni siquiera terminó bien la relación entre el Gobierno y el FMI, su gran financista de campaña para usar la expresión de Fernández dicha al diario The Wall Street Journal. Prueba de ese final intempestivo es otro indicio subinterpretado. Después de las PASO Nicolás Dujovne, el ministro de Hacienda comprometido con el Fondo, renunció con una carta a Macri en la que se autoelogia y destaca la esperanza de que “nuestro querido país pueda finalmente torcer un rumbo de décadas de fracasos”. Termina así: “No tengo más que palabras de respeto y agradecimiento hacia vos, tanto en lo personal como en tu función de líder político”. En todo el texto, que comienza con “querido Mauricio”, no figura la palabra “Presidente”. Otra pista de que Dujovne, y quizás también el Fondo con el que selló su destino, hayan dado por terminada una etapa.

Macri está aislado. Sin embargo, todavía dispone del poder que supone el dispositivo de la jefatura del Estado. Juega con una ilusión y un Plan B. La ilusión es pasar al ballottage o, de mínima, no perder el enorme bastión de negocios que supone para su grupo de pertenencia la continuidad de Horacio Rodríguez Larreta en la CABA. El Plan B es el que viene aplicando desde las PASO: infligir, como vendetta, el mayor daño posible a los argentinos.

 

[email protected]