Desde el encargo de Ptolomeo II a los 70 sabios de Alejandría para que el Antiguo Testamento pudiese leerse en griego, la traducción de textos es una discusión en perpetuo movimiento. No se habían inventado las mesas de café, las academias ni las cátedras universitarias y ya había agarradas acerca de las proporciones entre obediencia, libertad y creatividad que podrían estimular y legitimar una traducción. Hablando de música, la traducción y sus posibilidades –con más propiedad, la transcripción– ha sido fuente pródiga de nuevas obras. Los vihuelistas españoles del Renacimiento tomando a los polifonistas flamencos, Bach transcribiendo a Bach y, más acá en el tiempo, los estatutos de las tradiciones oral y escrita que se entreveran, podrían ser ejemplo de las maneras en que la idea de obra se balancea entre la certeza del texto y los azares de la interpretación. Idea que se ha tensado hasta llevar a pensar que interpretar ya es traducir, y en todo caso la literalidad no es sino una invención.
Sobre algunas de estas ideas, Escalandrum acaba de publicar Sesiones ION. Obras de Mozart y Ginastera, un disco con estimulantes lecturas de obras del genio de Salzburgo y el maestro argentino. Se trata del resultado de dos sesiones en el mítico estudio de la calle Hipólito Irigoyen, con la dirección técnica del también mítico Osvaldo Acedo, que utilizó dos micrófonos de cinta Royer 121 según la técnica de Alan Blumlein, precursor en la década de 1930 de lo que más tarde se llamó “estéreo”.
¿Quiénes son Mozart y Ginastera para Escalandrum? En principio una fuente, claro, que Daniel Pipi Piazzolla (batería), Nicolás Guerschberg (piano y arreglos), Damián Fogiel (saxo tenor), Martín Pantyrer (clarinete bajo), Gustavo Musso (saxo alto y soprano) y Mariano Sívori (contrabajo) proyectan más allá de las notas traducidas o, hablando de jazz, de lo que podía ser el Rhythm changes para los músicos del bebop.
En la equilibrada combinación entre individualidad y grupo, Escalandrum logra una obra sobre la obra, se desprende con personalidad de las fuentes que no dejan de ser evidentes. Así, en una “traducción poética”, la música de Mozart y Ginastera son poco más que los planos que conducen a la música de Escalandrum.
Dos momentos del Concierto para piano y orquesta en La mayor K488, el tercer movimiento de la Sonata para piano N°11 en La mayor K331 –el conocido Rondó alla turca–, el Lacrimosa del Requiem K626 y el primer movimiento de la Sinfonía n°40 en Sol menor K550, son las piezas elegidas de Mozart. En general abordadas con una contención por momentos demasiado respetuosa –como si de la tradición escrita se hubiese transcripto también el proverbial “miedo al error” que el jazz no conoce–, en el Mozart de Escalandrum los pasajes más interesantes podrían encontrarse en las excursiones solistas. Así es como en el momento más irreverente de esta parte del disco, el Rondó alla Turca, los ritmos irregulares y el amplio espacio para solos se acercan maravillosamente al aura mozartiana sin renunciar a la identidad de una formidable banda de jazz de estos tiempos.
En este sentido, el encuentro con Ginastera, con su producción más temprana, la del nacionalismo objetivo, resulta más franco. Las adaptaciones del Malambo del ballet Estancia Op.8, la encantadora Danza de la moza donosa –la segunda de las Danzas argentinas Op.2–, el Malambo para piano Op.7 y Canción del árbol del olvido Op.3, funcionan mejor, traducen con propiedad los humores de la música de Ginastera, sus honduras y ligerezas y en la ejecución dejan su propio sello.
La música del disco deriva de trabajos que habían sido oportunamente encargados a Escalandrum –que ya había realizado una operación similar sobre la música de Astor Piazzolla–, y que fueron presentados por el sexteto el año pasado. Lo de Mozart fue para Segundo Festival de Música Clásica de la Fundación Konex y lo de Ginastera fue un encargo del Ministerio de Cultura de la Nación, como parte de la conmemoración del centenario de su nacimiento. Son estos los desafíos que caracterizan a Escalandrum, y que más allá de gramáticas y estilos hacen propio un rasgo esencial de cualquier música que aspire a la trascendencia: el riesgo.