Esta crónica sobre los hechos que prologaron uno de los veranos más calientes que nos tocó vivir, me la regaló un artesano con el que coincidí en la feria de San Marcos Sierra durante otro verano, el de 2010. No era la primera vez, ni supongo la última, que Roque la contaba. En realidad había viajado hasta allí puntualmente para encontrarme con él, pero esa es otra historia más larga y retorcida que involucra a un poeta desaparecido, no por las fuerzas oscuras del Estado sino por propia voluntad, alguien a quien admiro y –sobre todo– temo. Antes de despedirme de Roque, elegí de su paño un anillo con un adorno en forma de ojo hecho con un citrino engastado entre dos párpados de plata. De alguna manera, en el anillo estaba cristalizado el relato de Roque que no me decidía a escribir, me bastaba mirar su piedra color cerveza para recuperarlo. El anillo me acompañó unos años, a veces me lo sacaba y lo perdía de vista un tiempo, hasta que una noche ingrata de octubre de 2014 lo extravié definitivamente en el baño de La zorra, una taberna oscura de Adrogué. Sin la excusa del anillo no me quedó más remedio que escribir su historia.
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