El DNI de Gino Tubaro informa que tiene 23 años, aunque por todo lo que hizo podría tener unos 50. Prefiere el mote de “inventor” antes que el de “emprendedor” y en su baticueva de Parque Patricios, realmente, se respiran buenos aires. Dos habitaciones de techos altísimos repletas de impresoras 3D, dos computadoras portátiles, algunos cuadros y prótesis que descansan por todos lados componen el paisaje. Quienes lo conocen lo llaman “Capitán Atómico” porque “transforma chicos en superhéroes”. Su principal objetivo es que la brecha entre tecnología aplicada y salud se vuelva cada vez más angosta, hasta que algún buen día consiga desaparecer. Como todo hombre de acción desprecia la burocracia. “Hay gente que lava guita con las fundaciones y las constituyen enseguida; mientras que a nosotros, que somos unos pobres changos que queremos laburar para ayudar, nos cuesta muchísimo. Algo ridículo”, afirma entre risas cargadas de ironía y se acomoda como puede en un banco de altura. En el cuarto contiguo hay albañiles que, desde diciembre pasado, echan mano al pico y a la pala para renovar el ambiente. “Será un escuela para inventores, esperamos inaugurarla en septiembre”, suelta confiado y levanta la pantalla de su notebook con la inercia de todo movimiento automático. Una escuelita muy similar a la que su madre, Marta Beatriz Vega, lo llevaba cuando tenía apenas 5 o 6 años.
Nació en Pompeya, su papá se fue de casa cuando tenía 4 y él se acostumbró a concentrar el cariño en una sola persona. La “Bety”, como la conocen en el barrio, tenía un locutorio al que el pequeño Gino asistía con frecuencia para no aburrirse y canalizar el tiempo libre en una actividad placentera: inventar. A los siete años había diseñado una aspiradora con un parlante, trompos con sifones de soda, un organizador de bolitas, robots de todo tipo e impresoras que funcionaban a baterías. “Mi vieja conseguía basura electrónica y me pasaba horas desarmando equipos y viendo cómo podía hacer algo distinto, algo innovador. A veces lo hacía con un destornillador y cuando no había calentaba un cuchillo en una hornalla para abrir planchas, lavarropas, impresoras”, describe. Y continúa, excitado: “A los 7 u 8 años fabriqué un limpiador de pisos que tiraba detergente con agua, pasaba el trapo y también tenía una esponja para fregar. Siempre quise hacer cosas que le sirvieran a la gente”, explica.
Los chicos se divierten con juguetes que hacen otros, pero Gino procuraba hacerse los propios. Tenía calor e investigaba durante días para armarse un ventilador portátil; los adultos le enseñaban a cruzar la calle y buscaba la forma de armarse su propio semáforo hasta que, claro, finalmente lo lograba. Era tal su pasión que Bety accedió a llevarlo todos los fines de semana a una escuela de inventores en Colegiales. Se tomaban el 42 y ahí se quedaba, hipnotizado por horas, concentrado hasta el hartazgo, casi en terapia. En paralelo, empezó la primaria en el colegio Bernasconi, después cursó en el Fray Luis Beltrán y luego accedió a una beca para estudiar en ORT. Ahora cursa Ingeniería Electrónica en UTN, realiza seminarios de diseño industrial y programación online. Si bien no espera conseguir un título universitario, tampoco está dispuesto a pasarse un solo minuto de su vida sin aprender.
Si de niño demostró precocidad, cuando llegó a la adolescencia, sus ganas y su curiosidad lo empujaron aún más. A los 16 había cosechado varios premios por sus creaciones y se moría de ganas de diseñar una impresora 3D. Utilizó la poca plata que tenía guardada, se endeudó temporalmente con algunos familiares, le pidió la tarjeta de crédito a una prima y compró en el exterior los insumos que le faltaban. “Me llevó cuatro meses armarla; quería ser un inventor profesional, desarrollar mejores productos. Para ser sincero no me iba muy bien, pero un mensaje de Facebook me cambió mi vida. Era la madre de Felipe”, dice.
Proyecto Limbs
Felipe Miranda (ahora tiene 13) es de Tres Algarrobos (a unos 500 km de CABA) y nació sin una mano. Es el primer niño que recibió la prótesis impresa en 3D y a los pocos días grabó una serie de videos que se hicieron virales. “Cuando vi que le había servido para modificar sus rutinas de vida me sentí muy contento. Además, la actitud de Felipe fue fundamental; mostraba todo con tal emoción que empujó a muchas personas a obtener la suya. Compartimos el video en internet y tuvimos una repercusión increíble. Un montón de gente nos pedía que la ayudemos. Una semana después nos llamaban de canales de TV, radios y diarios para conocer la historia”, narra.
De aquel momento en adelante, el esquema de encargos y envíos es más o menos el mismo: las personas hacen la solicitud a través de la página Limbs y a cambio se les pide que envíen una foto del muñón sobre una hoja cuadriculada para optimizar el diseño. Según el tipo de amputación, las prótesis tardan en estar listas entre 16 y 35 horas; están destinadas a personas a las que les faltan todos los dedos, a las que tienen algunos, así como también a las que no tienen antebrazo. Son realizadas en PLA, un material ecológico y derivado del maíz, que evita la sudoración, el picazón y el enrojecimiento. Todos los modelos son chequeados previamente por ortopedistas que certifican su validez médica.
El lema es “transformar chicos en superhéroes” porque, con el tiempo, advirtió que era posible acudir a formatos más atractivos para los pequeños. “Un día vi que los chicos que ayudábamos adquirían nuevas capacidades que antes no tenían. Comenzaban a sujetar vasos, usar cañas de pescar, andar en bicicleta y tocar instrumentos. Entonces, pensé que sería lindo reforzar el costado simbólico. Y la verdad es que me gustan mucho los superhéroes, así que fui por eso y, por suerte, funcionó muy bien”, relata convencido. Con esta iniciativa creó la mano de Ironman, se postuló y ganó el concurso “Una idea para cambiar la historia” de The History Channel. También llegaron galardones de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual y el Departamento de Estado de Estados Unidos. En marzo de 2016, Obama viajó a Argentina y en un encuentro con jóvenes, realizado en la Usina del Arte, bautizó a Gino como “un ejemplo a seguir” en medio de la multitud. “Cuando me nombró, mi vieja lo miraba por TV y no lo podía creer. Me puse traje y todo. Me llamó llorando apenas terminó con mezcla de incredulidad y emoción. Grabó un video que nunca compartí y se ve perfecto cómo le tiembla la mano; estaba más nerviosa que yo. Eso nos abrió las puertas a un montón de empresas y contactos. Así funciona el mundo, viste”, sostiene.
Hoy el equipo que lidera con el proyecto Limbs --“extremidades” en inglés-- desde “Atomic Lab” ya entregó más de 1150 manos. Funciona de manera colaborativa a través de núcleos de despliegue con embajadores y voluntarios que trabajan desperdigados por el país. Gino ha entrenado en el uso de estas impresoras a decenas de jóvenes en escuelas y cárceles (Ezeiza y Marcos Paz). “Les enseñamos a imprimir con el objetivo de que su reinserción los encuentre con aptitudes técnicas para desarrollar tareas que mejoren su calidad de vida. Se van con un certificado de 120 horas de laburo y eso contribuye a mejorar sus relaciones con el afuera. Ayudar es muy gratificante”, admite.
La trampa del sistema
Viajó por todo el mundo, entregó prótesis en 44 países y el año pasado se dio el gusto de manejar por todo el territorio argentino. A través de un nuevo proyecto --denominado “Argentinaton”-- repartió manos a lo largo de 25.400 kilómetros en 110 días. Anduvo sin parar y grabó un documental que estará listo en los próximos meses. “Nunca me sentí atraído por el rédito económico. Podría haberme puesto un local en Palermo y vender las prótesis a 2500 pesos, pero las entrego gratis porque me hace feliz. Las profesionales pueden llegar a costar 15 mil dólares. Hay gente que no se puede comer ni un plato de fideos; yo no puedo cobrarles esa guita. Cuento con el apoyo de algunas empresas y eso nos sirve para trabajar duro y concentrarnos en esto”, indica.
Prefiere ser inventor y no emprendedor porque el emprendedurismo, desde su perspectiva, se desliga de factores que son definitivos. “Hoy le dicen emprendedor a la persona que se arma un negocio en la calle. Da lo mismo si inaugura una cervecería artesanal o cualquier otra cosa. Se popularizó el término y perdió el sentido. El gobierno te da semillas y te convierte en ‘emprendedor’ pero no es así, porque se requieren años de experiencias y conocimientos en desarrollo, modelos de marketing, saberes en economía y propiedad intelectual. Con el propósito de tener una ‘nación emprendedora’ invierten 150 mil pesos por persona y en 60 días esperan obtener una multinacional”. Allí radica la trampa del sistema, pues se genera la sensación de que todas las personas, si se lo proponen, están en condiciones de llevar adelante sus sueños. Si tan solo dependiera de las ganas y no de las trayectorias particulares de cada quien -si la meritocracia fuera efectiva-, habría muchos más casos como el de Gino y su vida dejaría de ser noticia.