“Nadie inventó el rock nacional. Fue una creación colectiva, un acto de voluntad conciente”, es la intro en palabras que Mauricio Birabent utiliza para ponerle el marco preciso a Ayer, hoy y siempre, título centrado en un juego de palabras entre las que la primera pierde por una cabeza. Pudiendo sondear y revisar más en su pasado, Moris prefirió no abundar allí. Lo acotó a “Ayer nomás”, que escribió con su querido amigo Pipo Lernoud en 1967 y registró tres años después en el debut Treinta minutos de vida. E incluso esta vez le trocó las asperezas y rústicas vetas tangueras de la versión original por un sonido más fino y elegante. Otra canción con clivaje en días lejanos es “Tengo 40 millones”, rocanrolazo grabado en su mejor disco (Ciudad de guitarras callejeras, 1973), pero demarcado al minuto y medio que este viejo batallador de la libertad, la paz y el delirio creyó necesario. Las demás alusiones al pasado son una forma de presentarlo en copa nueva. O en versiones que a muchos les parecerán nuevas, porque no están en su panteón de clásicos.
Tal vez empujado por una intencionalidad vindicativa, Moris volvió a grabar “Golpea” (Sur y después, 1995) tema con impronta flamenca y una voz que parece remitir al Sandro más gitano. También salvó de aquel disco, cuya repercusión no estuvo a la medida de su hacedor, “(Princesa) Rubia sudamericana”, una balada melanco a la que le quita la primera palabra pero no su esencia, aromatizada ahora con bellos arreglos de vientos, y una recurrencia del trovador: la idea de cruzar sexos y clases entreverando una diosa “a veces” distante con un indio sureño. De aquel disco también trae ese tangazo del tándem Gardel–Romero llamado “Tomo y obligo”, que empieza como para imitar a los maestros, pero luego pega un viraje rítmico que lo transforma en un rabioso rock and roll, de esos que le gustaban, le gustan y le gustarán a él. Y que impera también en dos de los temas nuevos: “El gusano”, y “Rock para tu cuerpo”, réquiem pacifista que enlaza con las voces de Nicky Imazio, Joe Etecheverry y su hijo Antonio. “El rock nacional o ARG (argentino) es una rara mezcla de bolero, bossa nova, rock & roll y algo de tango... con orgullo podemos decir que se creó un estilo, que ya dio la vuelta al mundo”, escribe Moris en la lámina interna, que luego traduce a músicas en el resto de estrenos.
En “Nada a nadie”, un tema medio raro, atemporal, en el que este crooner urbano y romántico repite con intenciones de eternidad la frase “Uno no le debe nada a nadie”. En otro, más fuerte y comprometido, pide audiencia con el presidente para decirle cosas que cree apropiado decir, como eso de terminar con el desprecio de los ricos. Un tercer regalito se llama “La trampa” y, envuelto en sonidos modernosos (Lolo Micucci, el Colo Belmonte y su hijo conforman la banda) desliza diatribas contra las trampas de los “grandes señores” y las “grandes señoras”, a quienes ubica en una ciudad tramposa. “Mirá a los publicistas con sus trampas de creación” canta en una clave conceptual que recuerda a “Escúchame entre el ruido”, gema de 30 minutos de vida. “Bam Boom Bay” es una pieza lúdica que muestra a un Moris doblemente paradojal: gritando que la bomba va a estallar para que no estalle, y cantando mitad en castellano ¡y mitad en inglés!
El último disco que había grabado Moris fue junto a Birabent hijo hace seis años (Familia canción). Pero de su producción como solista hay que remontarse a Sur y después, dado que Cintas secretas, de 2005, contenía hallazgos de temas en vivo, u ocultos en cintas que la buena suerte le arrebató al olvido. Este es, entonces, el décimo episodio de un trayecto que cumplió cincuenta años. Tantos como cuando, junto a Pajarito Zaguri y un par de forajidos más, tocó casi desnudo en una fuente en pleno gobierno de Onganía.