La Orden de la Brillante Brevedad (OBB), una especie de secta integrada por escritores que cultivan el género más breve del mundo, celebra la presentación de la Biblioteca de Microrrelatos “BibVal”, este lunes a las 18 en la sala Pública de la Biblioteca del Congreso, acompañada por la muestra ABC de las microfábulas, los microrrelatos de Luisa Valenzuela vistos por el artista Lorenzo Amengual. La “BibVal” es la primera biblioteca de este tipo en el mundo de habla hispana, aunque en Tucumán la Biblioteca David Lagmanovich (1927-2010) tiene un importante sector dedicado al género. “David fue el gran precursor del microrrelato en la Argentina, como lo son hoy Ana María Shua y Raúl Brasca. Cualquiera de ellos merecería más que yo que esta biblioteca llevara su nombre, pero se dio así por una concatenación de circunstancias”, cuenta Valenzuela a Página/12.

Como presidenta del Centro PEN Argentina, la escritora soñó con organizar un centro de documentación del microrrelato y donó los numerosos ejemplares que tenía. Gabriel Súnico, el secretario de prensa del PEN, le acercó la propuesta a la Biblioteca del Congreso, que la recibió con entusiasmo y le insistió a la autora de El gato eficaz y Cola de largatija que llevara su nombre. Entre el orgullo y el pudor, Valenzuela la rebautizó “BibVal”. Los materiales son de muy diversas procedencias y la lista se enriquece con volúmenes de la editorial Macedonia, especializada en el género, dirigida por el microrrelatista Fabián Vique; libros de la editorial Micrópolis y también de la Librería Pública Gildo D’Accurzio de Mendoza. No podían faltar títulos emblemáticos de la autora como Brevs, Juego de villanos, Zoorpresas zoológicas, Conversación con las máscaras y el ABC de las Microfábulas.

--¿Cuál fue el primer microrrelato que escribiste?

--Mi primer microrrelato no fue pensado como tal. En realidad fueron dos, uno hoy emblemático, “El abecedario”, que junto con “El pecado de la manzana” apareció en mi primer libro de cuentos Los heréticos. En 1967 ¡imaginate! Y más tarde escribí unos “Textículos” para leer en Radio Municipal. Pero recién me desayuné sobre el género como tal en Salamanca en los 90, cuando intrigada fui a escuchar una mesa al respecto y mencionaron esos dos cuentículos. El bichito me picó desde entonces, y digo bien, bichito, porque pienso que el microrrelato es como un jején, un mosquito de nada pero su picadura te arde durante días. Es decir, te deja pensando, rebota en tu cabeza y se enriquece. Volviendo a “El abecedario”, en aquel entonces sólo pensé haber escrito un cuento ultracorto, como los aviones ultralivianos, fenómeno –si podemos llamarlo así- que se repitió en mi libro de cuentos Aquí pasan cosas raras diez años después. Sólo que “El abecedario” ya delataba mi profunda fascinación con el lenguaje, que culminó como su nombre indica en el ABC de las microfábulas donde todas las palabras, salvo ciertas preposiciones y artículos, empiezan con la misma letra: “Astuta Aracné, araña arquetípica, ambientalista, al atardecer…”.

--¿Qué es lo que te fascina del género?

--Resulta exultante escribir microtextos, esas sorprendentes miniaventuras del lenguaje. Es como acceder a un nuevo programa de computación, y así novelistas o cuentistas encontramos la síntesis absoluta para narrar lo que podría ser el germen de una larga historia. Hay una dicha en eso, y los congresos de microrrelato son mucho más divertidos y creativamente espontáneos que los de literatura general, a pesar de que participan las mismas personas. Por eso alguna vez dije que los microrrelatistas constituimos una secta: la OBB, Orden de la Brillante Brevedad. Sandra Bianchi y Fabián Vique la pusieron en marcha. El microrrelato es un juego de complicidades, entre quienes escriben y quienes leen, entre nosotros y los demás que asumen el desafío y enriquecen la trama.

--¿Hay un boom del microrrelato como género? ¿Tiene que ver con la brevedad en los tiempos de Twitter?

--No creo que boom sea la palabra, si bien es cortita y eficaz. Debería de haber una sed, una necesidad. Porque efectivamente, es un cuestión de escaso tiempo y rapidez, pero no tiene en absoluto la impronta fugaz y efímera del tuit o del chat. La maravillosa condición del microrrelato es su permanencia en la mente de quien lo ha leído. Su constancia, ductilidad y capacidad de transformación. Los microrrelatos son nanomecanismos de hacer pensar. Especiales para mentes dispuestas, inquisidoras. Son organismos vivos, un soplo de misterio con patitas. Es como si bailaran. No son para gente ansiosa, son para quienes, aun apuradísimos, necesitan alimentar su cacumen y ponerlo en constante funcionamiento. Pensemos en el paradigmático “El dinosaurio” de Tito Monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Lauro Zabala recopiló un libro entero de glosas y réplicas y disquisiciones al respecto. Por todo lo que el microrrelato genera y despierta, cuando en PEN Argentina tuvimos un subsidio para llevar a cabo una acción social, decidí destinarlo a enseñar el microrrelato en lugares carenciados. No para que aprendieran el difícil arte de la síntesis preñada de sentido, sino para que tomaran conciencia de la riqueza y ductilidad del lenguaje. ¡Cuanto más conocemos al respecto, menos nos pueden engañar con noticias falsas!

--¿Qué debe tener un buen microrrelato? ¿Qué consejos le darías a alguien que quiere incursionar en el género?

--Le daría algunas consignas: Pocas palabras de alto peso específico. Menos es más. Cortázar dijo que la novela es el árbol y el cuento es la bellota o semilla que contiene al árbol. Continuando la metáfora botánica, propongo que el microrrelato es una espora que vuela con los vientos, microscópica pero capaz de originar un organismo simple y nuevo. Se trata de una inmersión total en el lenguaje con oído atento y mucha lectura, cualquiera sea el formato o género. Hasta una fórmula química o un decreto puede despertar un microrrelato. Muy bienvenido es el sentido del humor, negro o de cualquier tono, siempre que el minitexto no se limite a un chiste, de eficacia fugaz. Y, demás está decirlo, todo microrrelato requiere dedicada atención a la gramática y a la puntuación. Un signo de más o de menos arruina la elegancia (en el riguroso sentido matemático del término) de la diminuta obra. Y un consejo al margen: papel y pluma o tablet en la mesa de luz. Al despertar no hay interferencias en la conexión con la musa, para llamarla de alguna manera. La musa o la musaraña, la que capta la murmurante música de nuestras musitaciones.