Ya no hay gobierno, en la acepción de que se comanden cosas determinantes que despierten mínima confianza.
Pero en el ámbito analítico profesional, aunque nadie más que los voceros oficialistas y exceptuando, por supuesto, a la gente que pasa hambre o padece de otros modos esta catástrofe, hacemos como que.
Hacemos como que alguien gobierna en el sentido orientador de la palabra. En el aspecto de que aún quedase alguna figura, al frente, con eficacia básica.
Al Presidente gracias si le guardarán respeto los mozos de su servicio personal.
Desde el núcleo de las grandes empresas que le dispensaron expectativa favorable -sólo en público, porque en privado nunca dejó de ser el hijo de Franco- advierten que al “reperfilamiento” lo descubrieron para no decir que se la chorearon.
Heidi y el alcalde porteño, la una perdida por perdida y el otro porque ve venir que la ola es capaz de arrastrarlo, se despegan de Cruz Diablo ya manifiestamente.
La panquequería periodística oficial acaso se inquiere, tarde y sin solución posible, si el mercenarismo tiene salida.
El escrutinio definitivo aumentó la distancia del Frente de Todos a 16 puntos. En el colmo de la ensoñación, con Macri balconeando en soledad absoluta, delante de unos adherentes que apenas se abigarraban hasta la pirámide de la Plaza, en Casa Rosada decían que había mejorado el ánimo de Ex Cambiemos.
Hacemos como que Macri no es De la Rúa porque se trata de que complete su mandato, para no cargar con el sayo de que se lo cascotee en dirección “golpista”.
Hacemos como que es cuestión de escrutar la respuesta de los mercados, cual si no fuera que el mundo entero habla del default argentino.
Hacemos como que vale la pena interpretar a fondo la cifra del riesgo-país, en modo de que no sean lo mismo alrededor de 800 o 2500 puntos siendo que la lluvia de inversiones macrista es la del país emergente más aislado del mundo.
Hacemos como que no se sabe que Macri es un sujeto derrumbado, sin reacción, según confiesan ya sin mayor ocultamiento quienes acceden a él. ¿Hay algo peor que no contar con la solidaridad cardinal de quienes lo acompañaron hasta acá, que apenas si piden el off the record?
Hacemos como que no puede ser que todo vuelva a terminar como se sabía de sobra que terminaría, de vuelta.
Un par de tuits, que circularon en las últimas horas, resumieron el espectáculo del derrumbe macrista con una mordacidad óptima.
En orden cronológico, uno dijo que este el único gobierno de la historia que, cuando llegó, le echó la culpa al que estaba; y que, cuando se va, le carga la culpa al que viene.
El otro apuntó que Juntos por el Cambio cambió su slogan. Ahora es Juntos por el Control de Cambios.
Este último tiene tanto de chiste como de trompada que interpela a los engañadores seriales de la alianza gorila.
Incluso los gurús habituales del pensamiento económico “ortodoxo” -es decir, los neoliberales fanáticos que hasta acá surtieron de argumentos a la banda de CEOs gobernantes- piden restricción al casino de entrada y salida de capitales.
Acaba de ocurrírseles que urge frenar la sangría de dólares. Que el Estado intervencionista debe volver de alguna manera. Que cabe eludir llamarlo “cepo”. Que el kirchnerismo en una de esas tenía razón. Que el inepto es Macri.
O el oficialismo quema por fin su manual del mundo inversor que apoya al amigote (relativamente) inservible, como para jugar la última carta de llegar hasta diciembre (¿dónde queda diciembre?), o esto podría acabar antes de “tiempo”. Es una probabilidad a contemplar, ante la que tampoco debe hacerse como que no existiera.
Nada que no se conociese: la derecha endeuda salvajemente y después tiene que venir el “populismo” a salvar las papas.
Este horrible final de Macri representa, por un lado, el destino inevitable de una sarta de ignorantes que leyeron al capitalismo actual como la simpleza del apoyo corporativo al bandido amigote. Pero Macri, si es por eso, ni llegó a ser Menem.
Por otro lado, y por la positiva, escenifica que en el pueblo argentino hay una sustancia simbólica, de lucha, de memoria bien a que a veces temblequeante, de mucha historia distintiva, susceptible de generar sorpresas cuando se cree que todo está decidido.
Eso, sin embargo, es ante todo para el consumo de la sociología política. Interesante, estimulante, pero no sirve a las urgencias justamente sociales.
Digámoslo de una vez. U otra vez, porque ya fue señalado tras el resultado de unas elecciones en que billetera mató galán, encuestas amañadas y estrategias de comunicación digital invencibles, según las cuales el hambre y los padecimientos masivos cederían paso a que el gobierno más corrupto de la historia democrática impondría a su lucha contra la corrupción.
Digamos de una vez que la responsabilidad de no promover la salida anticipada del Gobierno tiene el límite de que cada día, con tamaña ineptitud y perversión en cabeza del Ejecutivo, continúe sumándose ahogo popular.
Es una angustia que no cambiaría, en sufrimiento cotidiano concreto, si el Presidente renuncia y se adelanta unas semanas la elección de octubre. Pero tampoco es racional que pueda seguirse así, con un gobierno que ya no es tal.
Las emergencias alimentaria y sanitaria deben ser implementadas de inmediato, a través de mecanismos que decisión política y pericia técnica dirán. Da vergüenza reiterarlo. No hay otra prioridad que enfrentarse al hambre.
Más luego, no puede o no debe ser que la salvación “institucional” sea a costa de seguir manteniendo la mentira de que hay gobierno. Y de que el discurso oficial llama al diálogo y la responsabilidad opositores, mientras simultáneamente se convoca a la violencia de decir que la culpa es de los Fernández.
Lo que se vio en la patética conferencia de prensa de Hernán Lacunza, al anunciar el default “selectivo” o -más fácil y según lo define Alfredo Zaiat- el corralito para las Letes, es casi indescriptible.
No hay antecedentes de un ministro que haya iniciado anuncios, de medidas urgentes, con un panfleto mal disimulado de acusación a los vencedores electorales. Trastabilló en cada oración. Leyó lo que él mismo no creía porque los sentimientos no se leen. Se cuentan.
Se le busca la vuelta a si el Fondo Monetario desembolsará los 5400 millones de dólares que iban a llegar en septiembre; a por qué un tuitero compulsivo como Trump permanece en silencio sobre la situación argentina desde el 11 de agosto; a la solidez de unas reservas que siguen quemándose a mansalva, a cambio de nada que no sea dejarle al futuro gobierno un muerto inédito. Pero no hay vuelta.
Es una falta de respeto al mejor sentido común afirmar que la oposición no hace todo lo posible para evitar incendios mayores.
¿Qué pretende el oficialismo, además? ¿Que se permanezca mudo frente a las agresiones permanentes de sus voceros más reconocidos? ¿Que se calle la obviedad de que están desangrando al país? ¿Que se le exprese al Fondo la vocación de asistir impávidos a la debacle?
Como escribió el colega Martín Rodríguez, a quien vale volver a citar (“Los sobrevivientes”, La PolíticaOnline), “Cambiemos estaba íntegramente preparado para todo menos para una oposición sensata, que se ‘desengrietó’ a sí misma (…) Mauricio Macri es un hijo de la democracia. Lo sabe y lo mastica. Pero el día después de la derrota Macri fue Macri. No fue un político. Aunque todos los políticos tienen un día así. Macri no lo podía creer. Pero lo tuvo que creer. Salió con los tapones de punta a confirmar los cientos de prejuicios que se amasaron a su sombra. Recuerda el periodista Mario Wainfeld que el papa Juan Pablo II sufrió un atentado que casi le cuesta la vida. Como todo Papa, vivía forzado al manejo de un puñado de idiomas, por lo pronto el italiano, y muchos recordamos que supo también esbozar el español. El día que le dispararon, mientras su vida empezó a colgar de un hilo, esto subraya Wainfeld, gritó en polaco. En polaco. En su lengua madre. El día después de la derrota, mientras su carrera y su futuro político empezaron a colgar del hilo, Macri habló en su lengua: la de su clase. Macri se irá gritando en polaco”.
Mientras tanto, el Presidente, sus adláteres y sus militantes del odio deberían agradecer profundamente a la oposición, al sindicalismo, a los movimientos sociales, que no precipiten lo inexorable.
Aunque nunca a costa de ser cómplices.