Habíamos estado colando tripa a lo guaso, onda dos semanas, maestro, de larguirucho. Un loco que paraba con nosotros en la pensión, Birome, pintó con una plancha de bicicletas y unas doble gota o micropunto, ya ni sé qué mierda eran, pero eran una bomba. A veces nos pintaba y bajábamos a Defensa a tirar el paño, medio al pedo, guaso, porque no había una moneda.
Estábamos relocos, corte que muy sacados. Y Rolo que no paraba de mirarse las manos, era lo único que le cabía al loco, mirarse los dedos así, horas y horas. ¿Qué mierda hacés, culiao? Y Rolo: me miro las manos, ¿y vos? Naa, yo naa. Alto cuelgue nos pegamos así. Charuto, chicha, tripa, y cuando pintaba la lija, papeábamos lo que encontrábamos. Total los duendes no salían ni a palos, se nos cagaban de risa en el paño. Mucho calor en la yeca. No había un alma, San Telmo parecía La Rioja, así de seco. Todos secos. ¿Quién poronga nos iba a comprar los duendes de Parsecs? Ma sí, Rolo, mirate las manos, ¿queda chicha? ¡Qué calor, culiao! ¡Qué sed, maestro! Y nosotros de cotolengo, bicicleteando por Defensa. Dos semanas al recontrapalo estuvimos. ¡Altos barriletes!
Y alto bardo se armó cuando volvió Birome, que se había rescatado en la casa de la vieja en Castelar. El guaso la vino a pudrir, onda, si no me pagan las pepas que me cortaron los voy a cagar a corchazos. Andaba de caño Birome, el guaso se lo chantó en la boca al Rolo y que si no me garpás te la doy, gato puto, boqueaba. Y Rolo: eh bigote, que te pusiste la gorra, que así no se trata a los amigos. Y yo, que estaba todavía de tripa mal y no entendía si el chabón estaba cabreado de posta o nos estaba haciendo una joda, me empiezo a cagar de risa porque Rolo parecía que estaba chupando una pija negra con ese coso cerca de la boca. Y Birome que de toque se arrebata y me apunta a la cara, y ahí me arrebato yo. ¿Quién te pensás que sos, culiao? ¡Dale, enfierrame, tirá tragaleche, acá en el pechito, a ver si tenés las pelotas! Entonces se quiso hacer el loquito picante, pateó las sillas, dio vuelta la mesa y salió de la pieza boqueando giladas. Que se curta, por zarpado. ¡¿Qué boqueá, gil?!
Eh amigo, ¿tené una moneda pa la birra? Rolo quería seguir barrileteando, pero a mí me había pintado alto bajón después del rollo con Birome, y corte que la tripa ya estaba aflojando y no teníamos nada más para colar porque el puto de Birome se había llevado las poquitas que quedaban en la plancha. Así que naa, le digo, estás para el Borda, amigo, son como las cuatro de la tina, andá solo, yo me voy a tirar a la catrera hasta que se me pase el tembleque. Y Rolo, que me voy para la plaza a ver si coloco unos duendes y pego una chicha. Imaginate la plaza a esa hora, culiao, si no había un alma de día. Me tiré y estuve un buen rato eléctrico, hasta que me hice una tota y caí frío como si me hubieran apagado de un corchazo.
Estuve dormido bocha, onda que cuando me levanté ya era jueves. La cabeza me retumbaba. Bum, bum, bum, bum, bum, bum. Qué mierda, un guaso balde tenía, la resaca de tripa es brava, brava, amigo. Trasca el calor que hacía adentro de la pieza. En un tiro me agarró un ataque de sed de la concha del carajo. Caché la botella al lado de la cama, la empiné y me bajó el culito caliente de espuma de chicha. ¡Puaj! Culiao, qué arcada. Me paré de un saltó, volé por el pasillo, una flecha, maestro, y me volqué la vida. Un pato importante. Carajo. Bum, bum, bum, bum, bum, bum. No se iba, no paraba. ¿Y Rolo? Lo busqué, lo llamé de queruza en la pieza de Mechita, porque sabía que se estaba comiendo a la mocosa del Bola. Naa, ningún Rolo, apareció el Bola mismo con el palo del colectivo,ese que usa para tantear la presión de las gomas. Mamita que es feo el Bola. No se entiende qué hace la pendejita con ese. Y lo más raro era el bum, bum, bum, bum, que no aflojaba y ahí caí que no venía de adentro, no estaba en mi cabeza, era posta, era bondi de afuera. ¿Y, Bola? –le digo–, ¿no viste a mi cumpa, el Rolo? El Bola me mira, así, corte: ¿qué le pasa a esté limón? Me llevó hasta la ventana de la pieza que daba a la calle y abrió los postigos y era un flash, culiao. Bocha de gente, viejas, guachines, guasos de todos los talles habían copado la yeca y subían para el lado de Belgrano dele que te dele golpeando cacerolas. ¡Qué carajos, empezaron las murgas! pensé. ¿Cuánto estuve dormido? Hice cuentas, faltaba un pedazo para febrero. Naa. Lo pensé en serio, maestro. Hace un par de años conocí a un guachín en Traslasierra que había estado una semana dormido, se había dado vuelta de floripondio y cayó en un coma de sueño. Se levantó con barba el guaso, por eso no me cerraban las cuentas, si me hubiera desmayado dos meses me tendría que haber despertado peludo como gorila. Naa, era otra cosa. Bum, bum, bum, bum, bum. ¿Pero qué carajo? Cantaban, estaban cantando. La gente cantaba: Ohhh, que se vayan todos, que no quede, ni uno solo, ohhh…
¿Qué hay, amigo? Le pregunté a un vaguito que estaba parado en Avenida de Mayo con otros guachines. Tenía la remera en la cara y un palo como el del Bola en la mano. Alto bondi con la gorra, me dijo y apuntó al humo al final de la avenida. Se veía raro. Piedras en la calle, lleno de gas el aire y una humareda negra al fondo. Todo mal, culiao, pensé. Había un baño, esos de plástico, atravesado en la calle, prendido fuego. Se escuchaban tiros del lado de la plaza. Pum, pum. Cuetazos, culiao. Estaba trillado, corte, que me volvió a subir el ácido, maestro. No podía ser lo que estaba pasando. Aparecieron unos guachines por la esquina de Tacuarí, gurises culiao, fa, fa, fa, rompían las vidrieras de los negocios a cascotazos y atrás de ellos venían más, chabones mas pesuti, aguantando los trapos y tirando piedras. Había un vago con una honda que apuntaba con la rodilla en el piso, corte cascoteador profesional. Entonces escuché en el medio del bondi de gritos y tiros y bardo, ese ruido que si lo escuchaste antes no se te olvida. No te lo podés sacar más de la cabeza. La primera vez fue en Obras, en un recital de los Piojos. Estaba con un par de cumpas quemando y en eso se arma un bondi cerca, y al toque escuché los martillazos en el asfalto. Herraduras: chac, chac, chac, chac. Cuando me quise rescatar ya tenía el pingo encima y el milico cagándome a gomazos. Unos lingazos por el lomo, maestro, que me tuvieron un mes doliendo. Naa, en cuanto escuché el chac, chac, salí picando. Me fui con todos para la 9 de Julio.
Nos replegamos, culiao. Así, corte guerra, se hablaba. Había varios capos, cada uno con su banda, y daban órdenes. ¿Todo piola, amigo?, le pregunté a uno de anteojitos y chiva candado que tenía los ojos afrutillados del gas nervioso. Es la voz del pueblo, compañero, es lo que pasa cuando no la quieren escuchar, dijo, y se pasó limón alrededor de los ojos y después se mandó el gajo al buche y me dio un gajo a mí, y me lo puse, culiao, porque te digo que picaba el aire. Me estaban llorando los ojos y la nariz me ardía como si hubiera tomado un birulo de fafa cortada con vidrio, y sentía la lengua prendida fuego. ¡Viva Perón! gritó el guaso de la chiva candado, y se largó de nuevo para el lado de la Plaza.
Onda que me quedé cortado, maestro. Me puse a pensar, ahí, en el medio de ese altísimo bondi. La concha de mi madre, pensé, tengo que ir. Corte, no daba para quedarse atrás. . . Ma sí, dije, y me mandé a la Plaza.
Llegué a la barricada de Bolívar entero, tuve mucho ojete, amigo, de pedo escabullí al hidrante que peinaba Yrigoyen. Resulta que unos guasos habían puesto una soga atravesando Perú, al toque de la esquina con la diagonal. Los guachines estaban organizados, maestro, una bandita se trajo a los cobani de la montada, que venía también a los bastonazos pero por la diagonal. Los guachines les tiraban cascotazos para provocarlos y los gorras al final picaron, pastelazos, se les fueron al humo y en cuanto entraron en Perú, los locos tensaron la soga y los pingos se embrollaron y la gorra quedó desparramada en el asfalto. Eso nos sacó de encima a los del hidrante que nos perseguía a nosotros, maestro, los que veníamos por Yrigoyen, y así pudimos llegar a la barricada enteros.
Había dos grupitos, corte, de un lado los que iban al frente y del otro el chusmerío, los caretas. ¿Todo piola, amigo? le digo a uno que era más feo que el Bola. A la gilada ni cabida, me dijo. Tenía un balde con vinagre, el chabón cobraba dos mangos si querías humedecer la remera o el pañuelo para aguantar mejor el gas. Era para guantearlo ahí mismo, culiao, pero la gente ni se molestaba. Tenemos que recuperar la Pirámide, decía un chango con el cuero lleno de balazos de goma, la Plaza es del pueblo, hay que sacar a estos hijos de puta.
La cosa se puso muy chiva, los seis o siete que estábamos enteros salimos primero de la barricada. Era la guerra, culiao, la puta guerra. Las sirenas de las trullas estaban en todos lados. Gorra por todos lados: en hidrantes, en pingos, en helicópteros, en motos, a gamba, la gorra salía como hormigas, amigo, te digo que nunca había visto tanto milico cebado. Por Rivadavia venían unos ratis de la motorizada, eran dos extraterrestres, el que iba atrás pajeaba la itaca y pum, dele meter corcho, pum, pum, bajaba guachines. Nos separamos, algunos siguieron para la Rosada donde se estaba cocinando un bondi importante. Yo me quedé un toque en la fuente, maestro, casi no podía respirar del gas nervioso. Algo se incendiaba al lado de la pirámide, un baño químico parecía, porque las palmeras ya estaban negras, quemadas. Unos guachines estaban metidos en la fuente, en pata. Se refrescaban, se lavaban los ojos, cantaban: ¡Qué boludos, qué boludos, el estado de sitio, se lo meten en el culo! La gorra se venía en banda y se llevaba a los vagos de los pelos. Había de todo, corte, chaboncitos que habían salido de las oficinas, pendejos y pendejas, señoras, jubilados, turistas, todo el mundo cantaba, puteaba y tiraba cascotes a la gorra. ¡Paredón, paredón, a todos los corruptos que vendieron la Nación!, cantaban.
En un tiro veo a otro cobani arrastrando a un guachín de los pelos. ¡Eh largá, puto, gato, concha e tu madre, lárgalo al guachín! Pum. Me tiró un corchazo y me la dio en una pata. Bala de goma, maestro, un dolor de la recontra concha del carajo. ¡Vení a sacarme, tragaleche, vení que te guanteo, bigote, vení, tirá si tenés huevos, tirá puto! Pum. Pifió. Ratis con máscaras antigases, estos sí que eran aliens, nos tiraban con granadas de gas nervioso y nosotros aguantábamos los trapos a los cascotazos. Cantábamos: ¡No se va, el pueblo no se va, el pueblo no se va, no se va! En eso veo a una vieja, culiao, corte que pensé, lo primero que me vino, fue: mi vieja. Estaba echada en un banco, se había morfado unos palazos y estaba descompuesta la pobre vieja. Alta mala leche, maestro. No daba. Corte que me le acerco rengueando como un perro y le pregunto: ¿Cómo la ayudo, doña? Y la vieja, muy golpeada, guaso, le habían dado con ganas, pobre, me señala con el dedo al piso. Tirada al lado del banco había una caña de pescar con una bandera atada. Hacela flamear, no dejes que te la hagan bajar, me dijo. La quise ayudar a que se sentara, pero me sacó, andá, andá, me dijo. Entonces cacé la caña y agité el trapo, como en la cancha, como si fuera un trapo de Independiente, pero no era Avellaneda, era la Plaza, y mi trapo no era del Rojo, naa, era la Celeste y Blanca.
La llevé para el lado de La Rosada y se las mostré a los cobani, miren, putos, esta es nuestra bandera, nuestros colores, ortivas, ¿quién les paga para cagar a palos al pueblo? Nos llovieron granadas de gas nervioso, maestro, y todos empezamos a recatarnos, corte, había que correr y yo ya estaba en una gamba, y encima tenía que llevar el trapo, porque no lo iba a dejar ahí ni de puta. No pensaba dejarles el trapo, corte, dejo la vida, culiao, antes que el trapo a la gorra. Total que atrás de las granadas, vinieron los de infantería metiendo corchazos de goma a lo guaso. Pum, pum, pum, pum. Paja y paja de itacazos. Me la dieron por la espalda, maestro, me sacaron el aire del pecho, amigo, dos impactos. Quedé tirado, corte, que si no me rescataba la gente, la montada que venía atrás de la infantería me aplastaba la cabeza. Chac, chac, chac, ya podía escuchar la previa de los gomazos que se me venían. Sentí que los guachines de alrededor me agarraban de los timbos y me arrastraban, no sé cuánto. Ahí volvieron a pintar los corchazos. Pum, pum, pum picaban y eran plomos, guaso. Eran plomos ahora. La gorra tiraba a matar al pueblo. Por eso digo, no eran ratis, eran aliens, culiao. Los guachines que me estaban arrastrando me largaron de toque y ahí sí, maestro, pensé que cagaba la pera. El último antes de rajar me preguntó el nombre. Soy Roque Montenegro, dije, deciles que me busquen, acordate. Se lo dije pero el otro ya había picado y no sé si llegó a escucharme bien. En eso siento que el chac, chac, chac de las herraduras se apagaba adentro de otro bondi. Era un fierro, una moto, una alta moto, amigo. Cartón lleno, la motorizada, pensé.
Pero no, ningún motorizada, era una bandita de motoqueros, un escuadrón, decían ellos. Me frenó al lado uno, me tiró el brazo y dijo:subite atrás. Me subí como pude. Me acomodé la remera en la cara, y el guachín le dio al acelerador y la moto pegó una arada y arrancó. Me di cuenta que todavía tenía la caña en la mano, la levanté y todos nos miraron. La Celeste y Blanca flameaba como en un sueño en el medio de la nube de humo, de las sirenas de la gorra y los tiros. ¡No se va, el pueblo no se va! Cantaban y nos saludaban. Y la yuta puta, la yuta hija de puta, que nos quería voltear. Siempre fui loco, un indio loco, amigo, tengo la locura en la sangre, a mí no me corren con fierros ni con palos, yo me corro si quiero.
Las barricada de Bolívar estaba prendida fuego y la tuvimos que atravesar con la moto por el medio, corte peli yanqui, para poder escaparnos por Yrigoyen. Volaban cachos de basura prendida fuego que iluminaban como bengalas las nubes de gas nervioso. Soy Gastón, me dijo el vago y se levantó el casco, y se rio con todos los dientes y los ojitos afrutillados por los gases.
Gastón me lo señaló. La montada lo tenía rodeado, le estaban dando palazos y más palazos, culiao. Los encaramos con la moto. Los de la motorizada que nos perseguían nos venían tirando plomo de atrás pero Gastón, alto piloto el guachín, volanteó para Florida y los perdimos y dimos la vuelta de manzana. Subimos a la vereda y nos mandamos por una galería y cortamos por atrás del Cabildo y volvimos a encarar al grupo de la montada porque los caballos estaban pisando al pobre cristo ese, maestro. Nos fuimos encima de los caballos y se abrieron los putos, y entonces me tiré de la moto y medio rodé, guaso, y los corchazos de la gamba y la espalda me dolieron como la concha peluda de tu vieja, y cuando paré de rodar llegué a ver que los de la montada se iban atrás de Gastón y se perdían en una cortina de gas nervioso. Lo agarré al chabón de los sobacos, era un chabón grande, podía ser mi viejo, pensé. Lo llevé hasta un árbol y lo apoyé en el tronco. Estaba muy lastimado, para mí que tenía las gambas quebradas, amigo, tenía sangre en la cara y en las manos, y lloraba el chabón. Lo sacudí de los hombros, le pregunté si estaba bien. El viejo me miró, se pasó la mano por la cara y se manchó de sangre la nariz. ¿Qué hiciste, pelotudo?, me dijo. Te salvé, maestro, le dije. Un carajo, me salvaste, ustedes, pendejos, nunca van a salvarnos, me dijo y se le pusieron en blanco los ojos y se desmayó. Entonces levanté la vista, el gas nervioso ya no estaba, allá al fondo vi la Kawa de Gastón tirada y corrí, y ya no sentía la pierna del corchazo, ni los corchazos de la espalda, maestro, no podía dejar de correr como un indio loco. Encontré a Gastón tirado al lado de la moto. Tenía un agujero en el pecho y estaba blanco como un fantasma, pobre guachín. ¡La reputa madre que los re mil parió, hijos de putas! grité y los ojos me lloraban, y yo me quería convencer que era por el gas nervioso, que era por esa mierda, que necesitaba limones, y me fregué los ojos con la remera, y le acaricié la frente a Gastoncito, y entonces empezó a llegar más gente y me ayudaron a cargarlo, amigo. Lo llevamos al pasto, en la Plaza, y al rato llegó la ambulancia. Bajaron dos guasos de guardapolvo verde y le hicieron respiración. Ahí estaba, tirado en el pasto, con el chabón del SAME dándole golpes en el pecho, pero yo sabía que el guachín se nos había ido y todos nos dimos cuenta de lo que había pasado, y un gordo, un guaso de cincuenta y pico, en cuero, con bermudas, gritó: ¡La puta madre que los parió, los tenemos que matar a todos estos hijos de puta! Y tenía razón.
A la tardecita llegó el helicóptero y bajó en la Casa Rosada, y la gente empezó a chiflar, y después aplaudió un rato largo y una banda, había viejas, vagos y guachines, se largó a cantar el Himno. Me puse a caminar para el lado del bajo, para San Telmo. Me dolía tanto el cuerpo que arrastraba los pies y tenía que parar a cada rato a descansar, corte un lisiadito. La gente ahora había empezado a salir de las casas y ya no llevaba cacerolas. En la esquina de Balcarce y Chile lo encontré a Rolo, rengueaba y tenía un corte feo en la frente, pero se lo veía contento. ¡Culiao! Nos abrazamos. Estábamos en un maxikiosco, el dueño estaba regalando birras, había algunos guachines como nosotros, golpeados, medio aturdidos del gas, había chicas, negras lindas, contentas. Empiné mi chicha y tragué, culiao, a lo guaso. Un guachín que andaba en un Súper Europa tuneado abrió el baúl del coche y prendió el estéreo a las chapas. La música nos devolvió el alma al cuerpo, era cumbia, la más maravillosa música. Cumbia para todos, maestro, y nos pusimos a bailar, y bailamos y seguimos bailando. Y cantamos el estribillo con las gargantas destrozadas por el gas, pero no nos importaba nada, cantábamos, culiao: Lo que dejamos atrás, en esta vida, lo que dejamos atrás, nunca se olvida, lo que dejamos atrás, lo que dejamos atrás, ahí en el tiempo. . .