Treinta y cuatro años después, Cobra Kai dio vuelta la taba de lo que parecía asunto sellado en la inolvidable Karate Kid de 1984. Después de que la serie How I met Your Mother propiciara el encuentro del rubio malo de la película y el alumno del entrañable Señor Miyagi, quedó en el aire la concreción de una buena idea: torcer el destino de los personajes del clásico de los ‘80. Y, mejor aún, transformarla en una de las mejores series de los últimos años, sin exagerar. Colgada en la plataforma de YouTube Red y con el infalible marketing del “boca en boca”, Cobra Kai encierra filosofía, mensaje y guión, siendo el punto más alto el desarrollo de los personajes.
En Cobra Kai no hay buenos ni malos: Johnny Lawrence (William Zabka) y Daniel LaRusso (Ralph Macchio) desdoblan sus problemas internos y se retan en situaciones conflictivas que los enfrentan y los unen a la vez. Otra perla que funciona para nostálgicos y también curiosos son las constantes referencias a la película: territorios, situaciones y frases van y vienen en el tiempo. Si Stranger Things pretende con guiños anclar en los ‘80, Cobra Kai lo hace deliberadamente, desde el presente y sin ingenuidad. El gancho para fans está a la orden del día con personajes icónicos que regresan al final de las dos primeras temporadas, que estarán disponibles en YouTube completamente gratis desde el 11 de septiembre. Y en la tercera, que comenzará en 2020, volvería quien fuera la chispa que encendió la rivalidad entre los dos “chicos karate” en 1984: Ali Mills, interpretada por Elisabeth Shue.
Si en la película Johnny Lawrence era un ganador, al margen de que Daniel LaRusso lo venciera en el torneo final con la inolvidable técnica de la grulla, en la serie regresa en forma de white trash. Acabado, pobre y añorando una época que no volverá, el ex chico rico revive el dojo de karate Cobra Kai en un local de un barrio pobre de Reseda, California. Allí le da clases a un adolescente migrante cansado del bullying que, por supuesto, será pieza fundamental en la historia.
Daniel LaRusso, en cambio, regresa como un ganador. Atrás quedó la figura desgarbada y esa personalidad insegura que el Señor Miyagi ayudó a fortalecer. Ahora es dueño de una concesionaria de autos y exitoso padre de familia, según la heteronorma, con dos hijos y una mujer espléndida que derrocha sensatez cada vez que Daniel San derrapa o cree saber que entendió todo lo que su maestro le mostraba en el pasado.
Entonces ocurre el encuentro de los tradicionales enemigos. En las antípodas están las ideologías de cada uno en cuanto a llevar adelante sus vidas, representadas en el karate. El lema de Cobra Kai –“Ataca primero, ataca fuerte, sin piedad”– se convertirá en un punto débil que revisará Lawrence. Pero el falso equilibrio que pregona LaRusso también quedará en evidencia. Y acá, una vez más, sucede lo humano y lo verosímil. No se puede ganar sólo teniendo una actitud defensiva, como pregona LaRusso, pero tampoco es tan simple golpear primero y sin piedad. ¿Cuál es la verdad? ¿Quién tiene la respuesta de cómo vivir?
Durante toda la serie los conflictos son por malentendidos o coincidencias del guión, generalmente propiciadas por terceros. En ambas temporadas pareciera que los eternos adversarios se acercarán. Pero es sólo un amague. Como en los mejores culebrones televisivos, sucede algo que ni siquiera es provocado por ellos, y seguirán enfrentados. Cobra Kai es una serie espectacular, un caramelito de media hora que va al hueso en cada capítulo. El karate es la excusa pero el foco es develar que la vida no es una cosa homogénea, quieta, sino que tiene movimiento. Si en 1984 los chicos y las chicas querían ser como Daniel-San, un loser discípulo de un viejo sabio, que knockeaba al chico popular; en 2019 esas estructuras aparecen difusas, se mueven los márgenes. Por eso, por lo que aquí no se espoilea y por lo que viene, un pedido: Cobra Kai, nunca mueras.