Si te dicen que tu novia se fue a China es como si te dijeran que ahora vive en Marte o en el fondo del mar o en una cárcel en las islas Feroe: se trata de una mujer que está tan lejos que hablarle por chat o Skype es como hablar en sueños o adentro de una película o a la heroína de un libro. Todas cosas que los enamorados saben y sin embargo repiten, acaso porque el amor es un sueño, una película o un libro.

Xia dijo que había once horas de diferencia horaria entre Beijing y Rosario, y que ella prefería hablar al final del día, por la noche y desde la computadora, no por el celular. Me pareció bien, las doce del mediodía en Rosario, yo almorzaría antes. Aunque si me hubiera parecido mal, tampoco hubiera tenido alternativa: Xia me amaba con disciplina, con tenacidad, con orden y yo era más bien el enamorado de la esperanza, de la ilusión y eso me hacía el más vulnerable y obediente.

Ella dijo que era verano en China, un estío de 33 grados como el de Rosario, y que ella trabajaba todo el día en el puesto de flores del mercado central de Qianmen Dashilan (un barrio de dos millones de personas en Beiginj, una ciudad que tiene veintidós millones de habitantes), y debía atender clientes, proveedores y una especie de vivero de cristal con una nave de quince metros, que era su kiosco y no podía distraerse como hacía su tía Nancy en el súper chino de calle Ayolas. Cuando dijo Ayolas, hizo un mohín de risa y el significante pareció sacarla de la celda de las islas Feroe, entonces ella revoleó su melena corta de recién bañada y unas gotas del cabello llovieron sobre la pantalla. El pelo mojado de Xia desde Manchuria a Rosario, el olor de los cerezos cuando abren, aunque en realidad los vi como en el arte de una estampa ushiko sobre el agua: el perfume de los lirios.

¿Ves? dijo ella, con el celular no podría mandarte cabello mojado. Prefiero estar en casa, bañada y tranquila para hablar… además estoy casi desnuda, apenas tengo un camisón liviano y hace tanto calor que duermo sin… pero no lo dijo. Justo donde iba el final de la frase, la lencería o la desnudez, pasó el ventilador que rotaba lento y silencioso por su pieza y le movió las puntillas de seda de las solapas del negligé como si fuera a desnudarse el pecho, pero en realidad no alcanzaba la velocidad de las aspas que debían estar en mínimo o en medio, esa lentitud esencial, el aroma del tiempo de vernos verse, más mía que de ella, como unos amantes Moebius a través de pantallas, redes, delays, traducciones.

-Aquí casi es jueves -, dijo ella (en inglés).

-¿Cómo fue el miércoles?

-El miércoles empezó con caléndulas zinnias y terminó con mis clases de Historia del Arte en la niebla.

-¿Qué son zinnias?

-Unas flores silvestres poco perennes, como de cementerio. En México les llaman Mal de ojo y en Perú, Zinnia. En tu país les dicen "chinitas", como yo, y hay en el norte, desde Córdoba hasta Jujuy. En verano salen con naranjas y amarillos saturados. Tengo una clienta, Miuki, que viene a comprarlas a primera hora todos los miércoles, una mujer medio loca, de amor o de otra cosa, es moza en el bar de la calle Huntong y merced al ahorro estricto de las propinas, junta los veinte yuanes y me golpea el vidrio del kiosco, somnoliento a esa hora, y me sorprende, a veces bajo la lluvia, y dice, "ramito naranja, chinitas anaranjadas, paquete Van Gogh".

-Van Gogh… -dije con embeleso rogando que el ventilador se acelerara.

-Con helechos verde Lautrec.

-Y papel de envolver magenta Frida Kahlo.

-En una maceta roja Rothko.

-Para una pared negro Goya.

-Con el piso de mayólica azul Picasso.

-Y un dorado a la hoja de Klimt.

-El blanco de la luna de Lorca.

-Naranja Tarsila tus pechos…

-Celestes Hopper tus ojos…

-Y siempre que llueve…

-Juan Gris… - dijo ella por la pantalla, a treinta mil kilómetros de distancia, en Marte, en la Atlántida Perdida o en las islas Feroe, la tierra o el tiempo infinitos en que mi mano alcanzaría a abrir el camisón.