La décimo quinta edición del Festival Internacional de Cine de los Derechos Humanos, que se celebró en la ciudad boliviana de Sucre entre el 12 y el 18 de agosto, tuvo un gran reconocimiento para una película argentina: La memoria y después, de Eduardo Feller, conquistó el premio PukaÑawi a la Mejor Película Latinoamericana y también el premio del público. La historia de Sara Rus, sobreviviente de la Shoá que se convirtió en Madre de Plaza de Mayo (Línea Fundadora) tras la desaparición de su hijo Daniel durante la dictadura 1976-1983, conmovió tanto a la platea de los cines de Sucre como al jurado integrado por César Oliveros Aya (Colombia), Demetrio Nina Santos (Bolivia)y Luis Javier Arce Blaichner (Bolivia).
El argumento de quienes decidieron otorgarle el galardón oficial fue el siguiente: “La narración supera de manera brillante, en la fuerza de su guión, los prejuicios que sobre dichos temas, tan reiterados en la filmografía mundial y regional, puedan concebirse, logrando impactar al espectador, con un personaje carismático cuyo cálido testimonio se forja en la resiliencia. Ello convierte esa mirada personal en un himno a la vida, un homenaje a la memoria y un ejemplo de educación, en términos de Derechos Humanos. Es, en medio del dolor, una celebración de la vida”.
La historia de Sara Rus comenzó en Lodz, Polonia, hace 92 años. Sara es sobreviviente de aquella etapa ominosa de la historia en la que un grupo de genocidas nazis decidió sobre la vida de millones de judíos. Guiados por el odio y el racismo, implementaron la maquinaria de exterminio más abominable de la humanidad. Pero Sara logró sobrevivir. Ella recuerda mucho de aquella época, en la que abundaba, además del horror, el temor a ser fulminado en una cámara de gas, donde no había deseos de ningún tipo más que el de la propia supervivencia, en la que el ser humano digno y compañero era incrustado en el más miserable de los terrenos.
También se acuerda de su llegada a la Argentina en tiempos en que el presidente era Juan Domingo Perón. Pasaron los años, llegó la dictadura de Jorge Rafael Videla y el hijo de Sara, Daniel, desapareció en 1977. De nuevo el horror se hizo presente en la vida de esta mujer, casi como un juego de espejos entre aquella maquinaria de exterminio nazi y la dictadura más aberrante y cruel de la historia argentina. Sara llegó a ser una Madre de Plaza de Mayo (Línea Fundadora). En La memoria y después –que se estrenó en Buenos Aires en diciembre de 2018-, ella cuenta su vida y testimonia parte de su familia, como su nieta Paula Scheinkopf. El documental es en primera persona porque la propia nieta de Sara Rus trata de armar ese difícil rompecabezas que significa su historia familiar, con su abuela materna sobreviviente del Holocausto y con los recuerdos de su tío Daniel, que desapareció cuando Paula todavía no había nacido.
“Para la película es súper importante poder recibir este tipo de reconocimientos por la temática que aborda, por la historia de Sara Rus, también por todo el trabajo que se viene haciendo desde hace muchos años en Argentina con respecto a los derechos humanos”, explica el director Eduardo Feller en diálogo con PáginaI12. “La película es el aporte que nosotros podemos hacer desde nuestro lado a este trabajo. Y ese reconocimiento tanto por parte del público como por parte del jurado, en parte, también se puede hacer extensivo al trabajo que hicieron y que hacen los organismos de DD HH, el trabajo de las Madres, de las Abuelas porque también son palabras del público que les tiene una admiración muy grande. Uno hace estas películas para que sean vistas”, agrega Feller.
-¿Qué comentaba la gente de la película que finalmente la eligió como la mejor?
-Era todo público local, de Sucre. Los comentarios del público fueron muy variados. Por un lado, estaban muy conmovidos por la historia personal de Sara, como sobreviviente de la Shoá y Madre de Plaza de Mayo. Muchos conectaban con los desaparecidos latinoamericanos, especialmente con los desaparecidos en Bolivia, pero también había jurados de México, de Colombia, que hicieron referencia a los desaparecidos de sus países. O sea, le permitió a la película abrirse a un montón de temas. Por un lado, hacían referencia a la historia personal del personaje de la película. También cómo la familia toma esa historia personal y la sigue llevando adelante. Por otro lado, hablaban de un aspecto didáctico. La película no tiene ese objetivo, pero la gente le vio un perfil didáctico porque nuestra producción trabaja mucho con qué hacer con la memoria. En ese sentido, también decían que es una película que tiene posibilidades de ser vista por estudiantes secundarios y universitarios; es decir, las nuevas generaciones, que deberían hacerse cargo de las historias locales.
-¿Tiene también un valor simbólico que el film triunfe en una muestra cinematográfica de DD HH.?
-Este festival tiene un concepto muy interesante que desarrolla su director, Humberto Mansilla: el cine es también un derecho humano. Eso nos direccionó puntualmente hacia este festival. Creo que el público lo vivió de esa manera, como que estaba viendo una película que hacía hincapié en la lucha por los derechos humanos a través de una familia. Haber ganado en un festival como éste fortalece nuestra idea de trabajar por los derechos humanos desde el cine. Creo que ese es el lugar desde el que nosotros podemos trabajar como cineastas.
-¿Sara Rus se enteró del premio?
-Sí, tengo una foto de cuando estuvimos en la casa. Estaba muy contenta. Le conté lo que había dicho el jurado y se emocionó. Tuvo que contener las lágrimas porque decía: “No puede ser que gente de otros países haya visto esto en la película”. Y el jurado hacía una referencia puntual a Sara y su historia. Así que estaba muy emocionada.
-El domingo se cumplieron ochenta años del fin de la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué reflexión le merece?
-El final de la Segunda Guerra Mundial puso a la vista una enorme cantidad de víctimas de masacres masivas de todo tipo. En el caso específico de nuestra película no podemos dejar de pensar en el alivio de nuestro personaje, Sara, por terminar un periplo de cinco o seis años de no saber dónde estaba parada, si iba a sobrevivir, si la iban a matar en cualquier momento a ella o a su madre. Después vino la búsqueda por reencontrarse con su gente querida. Entonces, del final de la guerra lo que yo puedo pensar es en el enorme alivio de los sobrevivientes y también en el dolor por enterarse que algunos de sus seres queridos no iban a volver nunca más porque fueron asesinados; como parte de mi familia también. La mayor parte de mi familia murió asesinada en la Segunda Guerra Mundial. No tengo ninguna referencia de ellos. Ninguna. Sólo sé quiénes vinieron acá y nada más.