Desde Salta
Escuchar radio para el llamado “interior” del país, desde la explosión de las “truchas” a fines de la década de 1980, implicaba encontrarse con un sonido familiar en las voces, en los relatos, en las retóricas, en las estéticas. Esa revolución sonora modificó el mapa auditivo de cada una de las regiones que trataron de superar la vieja prescripción de que debía usarse el lenguaje neutro propio de los locutores era el de “la Capital Federal de la República Argentina”. Ese mapa, que se horadaba poco a poco desde muchos años antes con programación local, está pasando por una nueva modificación por la influencia de la política comunicacional actual.
Sintonizar hoy FM de Radio Nacional Salta es encontrarse con los sonidos y los contenidos de la emisora “central” metropolitana. Justamente, el gran logro de la radiofonía en las dos últimas décadas del siglo pasado y los primeros quince años de este es el lugar elegido para modificar la política comunicacional por parte de las políticas de Cambiemos. La tarea de reproducir los contenidos y la señal de LRA1 en cada una de las emisoras del país es un índice de la tarea emprendida por el gobierno nacional. Precisamente la frecuencia que tiene mayor calidad de sonido, la que se repite en los centros capitalinos de las provincias es la que se elige para que se reproduzcan los contenidos centrales poniendo en valor las representaciones generadas en el centro del país.
¿El argumento? Una supuesta federalización de los contenidos que trata de evitar la disparidad y supuesta dispersión que se había generado en el gobierno anterior. Este modo de hacer radio por parte del Estado nos lleva a preguntarnos por la idea de nación que subyace en esta propuesta. Podemos concebir el modo de construir la nacionalidad básicamente de dos maneras: como un sistema reproductivo de lo que desde un centro determinado se considera que todos deben saber y conocer o como un sistema articulado de las diferencias existentes a lo largo del territorio. En un caso, la producción de sentido trata de cerrarse y controlarse desde un polo único generador de ideas y de imágenes mentales. Por el otro, se reconocen las diferencias existentes y se les brinda las posibilidades productivas de que esa diversidad se escenifique y adquiera valor. En el primer modo, se trata de anular la diversidad para evitar que las diferencias sociales, territoriales, de tonadas, de concepciones de mundo, entre otros aspectos, se expliciten. En el segundo se reconoce que la producción de contenidos y de programas locales es una puja de la distribución simbólica de la cultura en la que muchos modos culturales tratan de ser reconocidos en el espacio mediático. Un modelo apunta a que la imposición de contenidos únicos produzcan las adhesiones patémicas por parte de los habitantes y que se reconozca una modalidad cultural de una región del país como válida y la más importante. En la otra produce una diversidad de sistemas de representaciones culturales en las que los destinatarios puedan fluir por ellos como lo hacen en su vida cotidiana. Uno pretende la inclusión subordinada del llamado “interior” del país a las modalidades generadas por el centro hipervalorado mientras que la otra plantea modos de inclusión que parten de las formas circulantes territorialmente en el espacio de pertenencia.
Como en el cuento de Borges “Pierre Menard. Autor del Quijote”, la política comunicacional argentina de los últimos catorce meses es un ejercicio consciente de lo retrógrado. Así como el personaje borgiano que quería volver a escribir el libro de Cervantes y trataba de hacerlo de la misma manera más de tres siglos después. Esta política comunicacional intenta reproducir lo que fue exitoso y hasta justificablemente necesario a fines del siglo XIX y comienzos del XX: la unificación de contenidos escolares para que un país extenso y diverso geoculturalmente con una inmigración cada vez más importante tuviera una idea de nación más o menos homogénea y se generen sentimientos y relatos compartidos. Pero más de un siglo después, la misma política de unificación de contenidos radiales, esta vez en los medios del Estado, se parece a lo que decía Borges de Menard: “una técnica del anacronismo deliberado y de las atribuciones erróneas”.
Dos hipótesis circulan para tratar de explicar esta política comunicacional de la reproducción del centralismo. Una sostiene la planificación deliberada de un retroceso que plantea un modelo de nación reproductivo del pensamiento centralista y otra considera que, como dice la canción de Roque Narvaja, “hay fracasos que parecen crímenes organizados”. En cualquiera de los casos la puja distributiva por la existencia y el valor de las culturas no se acalla fácilmente. Las voces, los sonidos, las retóricas y las estéticas siguen circulando por las radios (públicas, privadas, comunitarias) mal que les pese a las autoridades de turno.
* Doctor en comunicación. Docente/investigador UNSA.