Una contestación elegante a una pregunta largamente instalada y aún más debatida -“¿Hasta qué punto merece la pena la pérdida de privacidad a cambio de la promesa de una mayor seguridad?”-, es la que ofrece la joven diseñadora polaca Ewa Nowak con su reciente y multipremiado proyecto Incognito. Una joya facial cuidadosamente pergeñada que protege a las personas de los algoritmos de reconocimiento facial, impidiendo que sean identificadas. “Si frente a la creciente contaminación es cada vez más común en Varsovia que la gente use máscaras anti-smog, ¿no es lógico responder a la proliferación del monitoreo público protegiendo nuestras áreas vulnerables de igual modo?”, plantea esta muchacha graduada del departamento de diseño de la Academia de Bellas Artes de Varsovia, cofundadora del estudio de diseño industrial NOMA. A la que evidentemente le toca las narices que esta forma de tecnología intrusiva forme ya intrínseca parte de nuestro día a día. “Pueden identificar nuestro género, edad, también nuestro estado anímico. Pero es especialmente sorprendente cómo el desarrollo se está nivelando constantemente, porque aún si tenemos la cara parcialmente cubierta, pueden distinguirnos”, se inquieta Nowak, cuyo dispositivo utilitario puede -por caso- burlar las habilidades del software DeepFace que usa Facebook para distinguir quién es quién en cada foto.
Suerte de estilizada máscara de latón, Incognito se cuelga de las orejas (igual que un par de anteojos) y consta de dos círculos sobre los pómulos y una larga pieza adicional sobre la frente, que alteran las características prominentes del rostro humano. Como debe moldearse a cada usuario para que sea efectiva, no planea Ewa producirla en masa; al menos, no de momento, considerándola una obra conceptual. Por lo demás, cuenta E.N. que recientemente fue invitada a presentar trabajos para una muestra en un museo de China, donde efectivamente se aceptaron dos de sus obras, no así esta joya facial que cuida de la privacidad. “El rechazo fue terminante: no la admitían por razones políticas”, revela la diseñadora, sin necesidad de decir mucho más. Y es que, harto sabido, China es uno de los sitios donde más se ha extendido el uso de esta tecnología. La policía usa anteojos con reconocimiento facial para identificar a sospechosos, hay 170 millones de cámaras de videovigilancia instaladas, que sirven -entre otras cosas- para medir el comportamiento, la reputación de los ciudadanos (y si la valoración es baja, hay consecuencias concretas, como prohibirles comprar billetes de tren o de avión). “La idea de desaparecer entre la multitud ha dejado de existir. Y aunque pueda servir a la seguridad, no sabemos realmente qué dirección tomará el día de mañana esta forma de control”, dice Nowak.
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