Desde el inicio de la gestión del actual gobierno algunos advertimos sobre la crisis a la que nos conducirían las decisiones de política económica tomadas. Decisiones inconexas, descoordinadas y contradictorias, pero con factores comunes: el incremento en la vulnerabilidad de la economía argentina y la concentración de la riqueza. No se trató de un conjunto de errores no forzados sino que el Estado montó, con lógica corporativa aunque desordenada por la voracidad, un conjunto de unidades de negocios atendidas por sus propios dueño que generaron las reglas de juego necesarias para la maximización de la rentabilidad de las compañías vinculadas con cada una de esas áreas. El argumento teórico, con disfraz de ideológico, que posibilitó el saqueo, fue el del libre mercado, la explicación monetarista de la inflación y la reducción del Estado a su mínima expresión, aunque presente para proveer las garantías a los actores más poderosos.
Con ese diagnóstico es posible entender por qué el BCRA desmanteló todo el aparato regulatorio sobre los flujos de capitales especulativos en primer lugar para luego potenciar la emisión de letras (Lebac) a altísimas tasas de interés. Argumentó que lo hacía para retirar pesos del sistema y así reducir gradualmente la inflación (mientras las tarifas subían a ritmo desenfrenado provocando inflación de costos). Sin embargo, se trató de un mecanismo de transferencia de recursos hacia sectores financieros, locales e internacionales, que usufructuaban altísima rentabilidad en dólares mientras se sostuvo la estabilidad cambiaria, para luego retirarse, llevándose las divisas conseguidas por el mega endeudamiento. La desregulación y el comportamiento de nuestro Banco Central, les permitió hacerlo.
La bomba de tiempo de las Lebac se transformó en otra bomba: las Leliq. Esa cambio permitió que los capitales que se había ido con un dólar en 20, volvieran con un dólar por encima de 40, devenguen tasas de interés del 70 por ciento con el dólar artificialmente estable, para volver a irse, generando un nuevo salto devaluatorio, esta vez hasta los 60 pesos.
Cada uno de estos movimientos, tienen impacto directo sobre la economía real. Las altísimas tasas de interés, necesarias para el negocio de la especulación financiera, impactan sobre la actividad económica. Los saltos devaluatorios sin ningún tipo de contención en cuanto a su traslado a precios, y sin atender el lado de los ingresos, implican pérdida de poder adquisitivo de los salarios, debilitando el mercado interno y llevan la economía a un círculo vicioso, donde la constante es el deterioro de la calidad de vida de los argentinos. No de todos. Los sectores representados por sus alfiles en el Estado Nacional, resultaron los grandes ganadores de esta lógica predatoria a la cual fuimos sometidos.
El deterioro se iba evidenciando, y la explosión de una crisis se tornaba cada vez más evidente y cercana. El crédito del FMI para evitar caer en default en 2018 sólo consiguió empeorar las cosas, la recesión y la inflación se aceleraron, y la incertidumbre no logró alejarse en el frente financiero. La construcción de un realismo mágico de parte de un conjunto de encuestadoras, siempre atentas a las necesidades del poder económico, propició un clima muy lejano a la realidad de la economía y la sociedad argentina. El contundente resultado de las PASO llevó a que aquellos inversores financieros, que movilizados por la codicia elegían no observar la realidad, quitaran el velo de sus ojos y prestaran atención a los números de una economía que no ingresa dólares de manera genuina, destruyó su aparato productivo, muestra profunda del consumo, no genera inversiones, destruye empleo y enfrenta un perfil de vencimientos de deuda que, a todas luces, resultaba imposible de enfrentar.
La semana pasada, un gobierno shockeado desde el 11 de agosto y asustado por las circunstancias que marcan la implacabilidad de los negocios, tomó decisiones erradas, sin tener en cuenta consideraciones técnicas básicas (como el hecho de poner en jaque a la industria de fondos comunes de inversión), e ignorando el comportamiento que esto iba a despertar, tanto en inversores como en el público en general. Avivaron el pánico y trajeron impensadamente a nuestra actualidad fantasmas del pasado. Transformaron una corrida cambiaria en yna corrida bancaria. Nuestra historia económica nos condena, los comportamientos en el marco de incertidumbre, crisis y stress, resultan muchas veces irracionales. Las autoridades deberían conocerlo. Se tuvo que llegar a una situación límite autoinfligida para reaccionar y atender los problemas de fondo, regulando los flujos de capitales, instrumentando controles de cambio sobre los grandes movimientos, y obligando a los agro exportadores a ingresar de manera urgente sus dólares al país, para compensar la oferta sólo generada por un Banco Central, que se desangra, que nos desangra.
A partir de ahora probablemente se logre atravesar el perìodo hasta las elecciones de octubre en una tensa, artifical y restringida calma cambiaria, con precios de activos por el piso, e incertidumbre sobre una reestructuración, pero con la certeza de una economía real que atravesará una pésima situación, con recesión, alta inflación, desbalances en todos los frentes, un aparato productivo destruído, y una muy crítica situación social, que habrá que atender a partir del 11 de diciembre.
Si algo no se puede evitar de las decisiones que se toman, son sus consecuencias, tarde o temprano llegan, y aquel futuro triste que hace más de tres años podía predecirse hoy se hace presente. El futuro ya llegó.
*AD Consultores