Alejandro Rabinovich es doctor en Historia y Civilizaciones por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, investigador del CONICET y profesor de Historia Argentina en la Universidad Nacional de La Pampa. Estudioso del período independentista, se focaliza en la historia social de la guerra, “un campo más o menos reciente en la Argentina, que rompe con la historia militar tradicional”, aclara.

Es autor de numerosos artículos académicos y también de libros dirigidos al público general como Ser soldado en las Guerras de Independencia. La experiencia cotidiana de la tropa en el Río de la Plata 1810-1824 y Anatomía del pánico, donde narra la derrota de la batalla de Huaqui que puso en riesgo el éxito final de la revolución sudamericana.

-¿Qué aportes puede dar la historia social de la guerra para el estudio del pasado y presente de nuestro país?

-Por un lado, creo que nos ayuda a entender de manera mucho más profunda el proceso de formación del Estado y de la sociedad moderna en nuestro país y en la región. Por dar un ejemplo, hasta hace algunos años, las explicaciones del comportamiento autoritario y disruptivo de los militares a lo largo del siglo XX en Argentina se remontaban como mucho a la década de 1900 y a la influencia prusiana. Hoy sabemos que eran el fruto de la experiencia colectiva de un siglo de guerras, algunas de ellas muy intensas, con grados de militarización inéditos a nivel internacional, lo que reconfiguró a la sociedad y a sus actitudes frente a la violencia y a la política. Por otro lado, a un nivel más general, la historia social trata de aportar lo suyo en la resolución de las grandes preguntas sobre la guerra: por qué peleamos, cuáles son las causas y consecuencias de los conflictos, cómo se puede lograr la paz.

-En tus trabajos se destaca que durante el siglo XIX Sudamérica estuvo en guerra casi permanente mientras que en el siglo XX fue virtualmente una “región de paz”. ¿Cuál sería el sentido práctico, simbólico y social de mantener fuerzas armadas en el actual contexto del subcontinente?

-Lo que la teoría señala es que los Estados y sus ejércitos hacen la guerra y generan violencia, pero a medida que se van consolidando crean un “interior” pacificado cada vez más amplio, donde los ciudadanos aprenden a no tener que vivir con las armas en la mano, y que incluso en la arena internacional los conflictos tienden a ser menos frecuentes. La pregunta es, llegados al momento actual, en qué medida siguen siendo necesarios los ejércitos. Y la verdad que no hay muchas experiencias en las que basarse más allá de la conjetura. En nuestro continente el único país desmilitarizado es Costa Rica. Ahora bien, cuando uno lo visita se da cuenta de que tiene una policía fuertemente armada que cumple funciones que nosotros llamaríamos militares, y que todo funciona bajo el paraguas de la protección estadounidense, que ejerce un efecto disuasorio. Lo que sería deseable es avanzar en la constitución de una fuerza militar regional, es decir, apuntar a extender el “interior” desmilitarizado a todo el subcontinente, con un ejército común preparado para ejercer la disuasión a nivel internacional y nada más. El único problema grave que tenemos puertas adentro es la mal llamada “guerra contra el narcotráfico”, que sigue desestabilizando a Colombia y México y empieza a hacer estragos en Brasil. Ese conflicto no tiene solución militar posible y hay que cambiar de política inmediatamente.

-¿Cómo fue mutando en la sociedad actual el proceso de militarización tan marcado que hubo en el siglo XIX?

-En una sociedad militarizada los jefes del ejército suelen ser vistos como líderes naturales. Durante buena parte del siglo XIX los presidentes y gobernadores fueron militares. Este fenómeno se prolongó con oficiales que no sólo llegaron al poder mediante golpes de Estado, sino gracias al voto popular, como Bartolomé Mitre y Julio Argentino Roca, Agustín P. Justo o Juan Domingo Perón. Hoy resulta raro pensar el peronismo como un movimiento fundado por un militar, pero para los contemporáneos del primer peronismo la idea de Perón como un “general” era obvia y poderosa.

-En los estudios de las batallas del pasado se habla de pánico, de gloria y de honor militar ¿Cómo se conjugan esos conceptos con la idea actual de “guerra inteligente”?

 

-La tradición guerrera occidental, que viene de la Grecia clásica y está constituida alrededor de ideas como la gloria, el honor y el coraje marcial, encontró sus primeros traspiés en la segunda mitad del siglo XIX con la irrupción de nuevas armas de fuego (Guerra de Secesión norteamericana, Guerra del Paraguay, Guerra de Crimea) que provocaron un número de bajas demasiado alto, y entró en crisis en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Ante la industrialización del campo de batalla (las ametralladoras, la artillería, los gases) el coraje individual se volvió irrelevante y el soldado comenzó a percibirse como carne de cañón, deshumanizado. Estallaron así gigantescas rebeliones (entre ellas la Revolución Rusa) y la idea de la guerra gloriosa quedó impugnada por primera vez. Desde entonces la repugnancia de los soldados ante el combate fue creciendo y los Estados empezaron a invertir sumas gigantescas en desarrollar armamento que permitiese luchar cada vez a mayor distancia, sin contacto humano. En 2001, un militante pakistaní que cruzaba la frontera para luchar en la guerra de Afganistán, con una enorme hacha, estaba entusiasmado por mostrar por TV su coraje frente a los marines como lo venían haciendo desde hacía siglos contra todos los invasores. Es probable que a ese guerrero tribal lo haya matado un misil disparado por un dron operado a control remoto a 12.000 kilómetros de distancia, por un piloto sentado cómodamente en un sillón con aire acondicionado y una gaseosa. Ese choque brutal de culturas muestra lo lejos que estamos de los duelos caballerescos, pero el veredicto del campo de batalla en este caso le da la razón al pakistaní. Tras 18 años, miles de muertos y billones de dólares gastados, Trump tiene que negociar con los talibanes. Pese a toda la tecnología y a los presupuestos militares siderales, la guerra sigue siendo en buena medida un fenómeno cultural, que afecta a las sociedades en su conjunto, y del que seguimos sabiendo demasiado poco.