La obra se llama By heart, y se presentó hace poco en el festival de artes escénicas de Montevideo. Su formato es bien singular: un actor portugués invita a subir al escenario a diez personas del público que deben memorizar un texto. El espectáculo trata de los libros prohibidos y de los escondites seguros que pueden hallar en la memoria y en los corazones.

Las diez sillas del escenario de la sala Zavala Muniz del Teatro Solís comenzaron a ser ocupadas de inmediato. Desde adolescentes hasta personas mayores decidían participar. Quedaban dos asientos libres cuando súbitamente me levanté de la butaca para ocupar uno. No sé qué fue: cualquier espectáculo que tenga una cuota de interactividad, en general, produce incomodidad. Mi ascendente en Leo, el del fuego creativo y la exposición, debe haber influido. O serían simplemente las ganas de vivir algo fuera de lo común. Esas ganas que se exacerban en los viajes; todo viaje es también al interior de unx mismx.

En un principio, la experiencia estuvo signada por la incomodidad. Pero no tanto por el cambio de roles que el dispositivo exigía sino porque olvidé tirar el chicle y una vez en la --también incómoda-- silla no sabía qué hacer con él. En algún momento iba a tener que pronunciar mi parte del texto y me exigí que fuera con clara dicción. No ahondo en detalles ya que, en todos los lugares del mundo donde se presenta, el espectáculo apela a la sorpresa y lo inesperado. Luego de esconder el chicle en diferentes rincones de la boca, ya casi al borde de que se deshiciera, lo tragué.

Tenía al lado a Tiago Rodrigues, el actor portugués, en una silla más alta. Esa cercanía acentuaba la sensibilidad. De hecho, el tramo final fue al borde del llanto. Lo ahogué: llorar en público da vergüenza. La influencia leonina no llegó a tanto; quedaron el nudo en la garganta y los ojos algo empañados. No sólo fue el aura melancólica de Montevideo sino que el de By heart --que significa “de memoria”-- era un viaje emocionante por múltiples citas y anécdotas, con mucho humor y cuidado por los ¿espectadores? que coincidíamos en el escenario. Era más rito que espectáculo. Más magia que teatro.

Y era un esfuerzo tremendo, tanto individual como colectivo, resguardar versos mientras Tiago mezclaba referencias en apariencia caprichosas a Boris Pasternak, George Stainer, Ray Bradbury, Joseph Brodsky y Shakespeare con asuntos de su vida personal. (Quedará la duda de si estos hechos eran reales o ficticios: poco importa. Es preferible creer que eran de verdad.) Todo aquel despliegue se volvía caótico mientras la mente custodiaba para que la memoria no defraudara: éramos soldados de una causa, los “valientes” de la sala, según Tiago. Afortunadamente en el grupo se encontraba la actriz uruguaya Mané Pérez que, aunque no estuviera trabajando, ponía empeño técnico a la misión. De ella me copiaba si olvidaba algún fragmento en los momentos corales.

Después crucé a Tiago un par de veces en el ascensor del hotel. Todas las veces saludó y agradeció. Yo también. No pude decirle nada más. La relación duró lo que el rito. Aunque al día de hoy todavía cruzan por mi cabeza algunos de los versos que me encargó. Por esos días tuve la oportunidad de charlar con Celso Curi, uno de los primeros periodistas que en Brasil escribió sobre género y sexualidad. Se exilió en Alemania en los tiempos de la dictadura, con poco más de 20 años. También había quedado conmovido por la obra: mientras vivía en Frankfurt vio Fahrenheit, la película de los libros quemados que por obvias razones se menciona en el espectáculo.

He aquí el nudo de By heart: a punto de quedar ciega, la abuela de Tiago le había pedido que la ayudara a memorizar un texto para después tener la sensación de que podía seguir leyendo.

Salí del Teatro Solís pensando en la memoria, en los libros de la buena memoria, en los libros prohibidos, en los libros quemados. Pensé en mi abuela, con la que puedo conversar poco y a la que cada tanto le hago elegir números de páginas de los libros que llevo en la mochila, para compartirle algún poema o párrafo. También pensé en el hábito de la lectura, en las dictaduras y la memoria de los pueblos. En el esfuerzo que la memoria implica, en la memoria que nos quieren arrebatar. Y en que todavía el teatro es un poderosísimo refugio de lo humano.