Nadie cree que Patricia Bullrich vaya a modificar su discurso sobre la realidad. Pero no se puede negar que a la ministra del camuflaje se le corrió otra vez el telón de la "inseguridad" con el que oculta la otra escena, la del hambre, la de las familias arrojadas a la calle, la de las fábricas cerradas, la de la salud pauperizada, la de la otra inseguridad, más profunda, la del otro miedo.
Hace unos días, la falsedad de un grupo de policías de la Ciudad, para encubrir a un colega que mató a un hombre al descargarle una patada "reductora" en el pecho, reveló que las proclamas de Patricia Bullrich en defensa de las fuerzas de seguridad, las de Macri reflexionando sobre la necesidad de "proteger a quienes nos protegen", fueron y son asimiladas por sus integrantes como una liberación de ataduras, una "facilidad laboral", una pérdida de valor de lo que significa la preparación profesional frente a la imaginaria sensación de poder que da el estar armado. La experiencia muestra -el caso de la patada mortal es un buen ejemplo- que las palabras de los máximos referentes de seguridad en la Nación se expanden sin fronteras, también entre los policías porteños de Horacio Rodríguez Larreta, que no mencionó ni una palabra del hecho por temor a quedar pegado al tornado de las PASO.
Pero la realidad no se limita a los uniformados. Se levantó otro pliegue del pesado telón de la inseguridad. La frase "este es un país donde el que quiere andar armado, que ande armado", que arrojó liviana e intencionalmente Bullrich, tiene eco en alguna parte de la sociedad. Y la respuesta es trágica y esperable.
Estimulado por el permiso, un grupo de vecinos de Villa Ballester decidió tomar venganza por un robo. En las películas, cuando se pone un arma en la escena es para usarla. En la realidad también. Su presencia no es gratuita. Los resultados son diferentes.
Personas con facilidad sanguínea, con miedos legítimos pero atravesadas por el discurso que enerva el odio, con permiso moral para usar armas, dispuestas a tomar venganza, enredadas en el telón montado, y sin espacio para pensar, sólo están en condiciones de suponer que tienen el derecho de "terminar con su problema" de inseguridad del que legítimamente se consideran víctimas pero que ilegítima y no tan sorpresivamente los transforma en victimarios.
Si la víctima de Villa Ballester hubiera sido el ladrón, tendríamos a Bullrich proclamando el éxito de su "solución contra la inseguridad", sin medir que atravesar el margen del derecho no es gratuito ni es derecho. En una previsible voltereta que la urgencia de la emocionalidad le da a la pausa del razonamiento, el discurso punitivista logra transitoriamente establecer que si se es ladrón no se es víctima. Se resume: solo tienen derecho aquellos que son considerados "con condiciones" para detentar ese derecho. Dos personas del plural: los nuestros y los ellos. Unos merecen el derecho. Los otros, no. De los muchos problemas que esto atañe me voy a referir sólo a dos.
Primer problema: puede ocurrir que, como dice la canción, la tortilla se vuelva. Los perseguidores serán los perseguidos con "justicia" (momentánea). Ocurrió, la historia del país es un diccionario abierto.
Segundo problema: aunque no se dé vuelta, la premisa punitivista es transitoria porque, a diferencia de las películas, el guión es imprevisible. Resulta que salir de caza alentados por el permiso moral a usar armas que da el poder (ejecutivo en este caso), puede terminar en un final tan sorpresivo como anunciado. Matar a uno del propio campo, a un vecino, a un amigo, a un familiar. Una muerte capaz de sacudir y parar de golpe cualquier intención de cacería. El golpe será tan o más brutal según la capacidad de insensibilidad que permite a alguien salir a matar. La noción del vacío que produce esa muerte se aparecerá con toda su crudeza cuando ese vacío sea real, cuando se le da (cuando se le puede dar) sentido.
Pero eso es para la gente. Para quienes elaboran el discurso es otra cosa. Es política, es la construcción de sentidos con un objetivo determinado. Por eso, no hay que esperar que Bullrich salga a reprobar a los policías que mintieron, ni a los vecinos que mataron a uno de los propios. Reprobarlos sería levantar el telón y mostrar la otra escena.