En un tira y afloje entre la parsimonia ritual de las costumbres rurales y la urgencia plástica de los hábitos urbanos, la justicia francesa decidió autorizar finalmente al gallo Maurice a seguir cantando, luego de rechazar la demanda de vecinos que acusaban al plumífero de despertarlos demasiado temprano. La sentencia, claro, fue interpretada como una victoria de las tradiciones rurales en Francia.
"Maurice ganó y los demandantes tendrán que pagar a su propietaria 1.000 euros por daños y perjuicios", declaró Julien Papineau, abogado de Maurice por traslación de su propietaria, Corinne Fesseau, al salir del tribunal de Rochefort (suroeste).
"No tengo palabras. Ganamos. Es una victoria para toda la gente en mi misma situación. Espero que cree jurisprudencia", dijo satisfecha la dueña del gallo, baluarte internacionalizado como un símbolo.
"Todo el mundo va a ser protegido: las campanas, las ranas", agregó aludiendo a otras demandas similares contra los ruidos del mundo rural, que opone a menudo a los habitantes de siempre con los neorrurales.
"¿Y si se hiciera una ley Maurice para proteger los ruidos rurales?", propuso entusiasmada, ya sin freno, Corinne Fesseau.
Maurice se ha convertido en un símbolo de la resistencia rural en Francia, donde una petición para "salvarlo" consiguió más de 140.000 firmas. Su mal llamado cacareo (se trataría de un quiquiriqueo) al alba molestaba a los propietarios de una residencia habitualmente utilizada por turistas en la isla de Oleron, en el suroeste de Francia, que lo acusaron ante la justicia de "perjuicio sonoro".
No es un juicio de "la ciudad contra el campo. Es un problema de perjuicio sonoro. El gallo, el perro, la bocina, la música... se trata de un caso sobre el ruido", sostuvo el abogado Vincent Huberdeau, que representa a los demandantes, en una vista el pasado 4 de julio, aunque no haya registro de denuncias por decibeles urbanos.
La dueña del gallo argumentó ante el tribunal que nunca antes había recibido quejas por el canto de Maurice. "Los gallineros siempre han existido. Entre 40 vecinos, solo molesta a dos", apuntó.
Para Fesseau, "el campo tiene derecho a sus ruidos. El gallo tiene derecho a cantar, los gallos no cantan desde las 4.30 indefinidamente", explicó sacando a relucir su reloj.
El caso de Maurice, aunque anecdótico, ilustra los temores de que desaparezca el mundo rural en Francia, debido al declive de la actividad agrícola y ganadera y al éxodo de los jóvenes hacia la ciudad.
Bruno Dionis du Séjour, alcalde de la pequeña localidad de Gajac, en el suroeste de Francia, publicó una enardecida carta para defender el "derecho" de las campanas de las iglesias a repicar, de las vacas a mugir y de los burros a rebuznar.
La alusión a las campanas se debe a una disputa acontecida en 2018 en un pueblo de la región de Doubs (este), donde los propietarios de una residencia de turistas (siempre los turistas) se quejaron de que éstas repicaban a las 7 de la mañana, demasiado temprano a su entender, y a su sueño.
Bruno Dionis du Séjour promueve incluso que los ruidos del campo sean clasificados como "patrimonio nacional" francés. No está claro si podrá avanzar la idea. Lo cierto es que con Maurice quedó abierta la letra de la canción que dice que "si cantara el gallo rojo, otro gallo cantaría".