Siete años de vacaciones. Esa fue la distancia que necesitaron los músicos de Árbol para volver a encontrarse en una sala de ensayos. Siete años para dedicarse a sus familias, a proyectos que crecían en paralelo, a recorrer otras latitudes. Para dejar en suspenso esa maquinaria frenética e insaciable en que se había convertido su banda. Mucho antes de la salida de su último disco, No me etiquetes (2010), ya habían alcanzado un promedio de más de doscientos recitales por año. Y sintieron que ese camino estaba a punto de destrozarlos. “Era una locura. Hacíamos lo que nos gustaba pero no podíamos estar presentes al cien en todo eso”, recuerda ahora el cantante y guitarrista Pablo Romero, sentado en un bar de Colegiales, sobre los motivos que los llevaron a poner un freno. “Llegás a un lugar y no sabés si es Catamarca, La Rioja, Chubut. Querés disfrutar, pero no te da la cabeza para asimilar las cosas a esa velocidad. Necesitábamos tomar distancia”. Durante siete años dejaron descansar a Árbol. Hasta que las raíces empezaron a agitarse de nuevo.

Los primeros signos vitales llegaron en 2017. La salida del single “Tiembla el piso” volvía a mostrar ese sonido armado de riffs eclécticos y coloridos, el empuje de sintetizadores recargados y el coro de voces que se abre hacia dimensiones inesperadas. Un año después, ya con recitales en Paraguay, México y cerrando el festival Ciudad Emergente en Argentina, lanzaron “La vida es todo lo que vos quieras”, una canción donde volvían a explorar esas zonas luminosas abiertas por las heridas. El combo de explosividad latina y sensibilidad suburbana que habían construido seguía latiendo. “La cuestión es que nunca nos separamos. Seguimos siendo amigos. Lo único que dejamos de hacer fue tocar juntos”, aclara el baterista Martín Millán. “En aquel momento tuvimos que bajar de a poco. Había que aterrizar ese avión sin estrellarlo. Y ahora lo estamos haciendo despegar otra vez”.

La prueba que faltaba en este nuevo despegue era la de enfrentarse a un recital propio en la Capital Federal. Un encuentro al que finalmente le pusieron fecha: este viernes a las 21 en el Teatro Vórterix (Av. Federico Lacroze 3455). “Para nosotros se trata de un recital que va a ser un antes y un después”, lo define Millán. “Finalmente estamos volviendo a un show grande en la ciudad”. Será además el espacio para testear algunas de las canciones de Caminos Cruzados, el disco que están por lanzar, primero con tres singles y luego en su totalidad. “Volvimos muy fuertes y potenciados, porque paramos en buenos términos. Aprendimos de los errores y no se diluyó la banda”, asegura Romero. “Si lográs sobrevivir así al tiempo, tenés la certeza de que la amistad y el amor eran verdaderos. Y todo eso se ve reflejado en la música y es lo que hace que llegue más allá”.

Entre esas ramificaciones imprevisibles se encontraron hace poco con una obra de teatro armada íntegramente con sus canciones, que se convirtió además en la posibilidad de refrescarlas. Raíces (actualmente en cartel en La Tangente) cuenta la historia de cuatro amigos cuyas vidas se separan y se entrelazan –con banda en vivo– a través de los versos y la música de Árbol. “Fue algo loquísimo. Nos llamaron para que hagamos una especie de ‘padrinazgo’ y fue como entrar en una de esas sesiones de constelaciones familiares”, explica Millán. “Buscábamos a ver quiénes éramos nosotros en esa historia. Y los pibes metían mash-ups de nuestras canciones, les daban un sentido nuevo que no nos imaginábamos”. Salieron “volados” de la obra y propusieron el enroque: le pidieron a la violinista de la banda que se acerque a uno de sus ensayos. Llamaron también a un tecladista recomendado por Ca7riel y Paco Amoroso, el dúo de traperos del que se hicieron fanáticos. Ésa fue la manera que encontraron para darle a la banda una nueva vida.

“Los pibes llegaron al ensayo y se sabían todos los temas. Como unos ingenuos les preguntamos cómo habían hecho para estar tan preparados y ellos nos decían: ‘es que son los temas con los que crecimos’. Empezaron a meter algunos detalles en los temas y les dieron la frescura que necesitaban”, recuerda Romero y Millán lo completa. “Nosotros no inventamos nada, simplemente tenemos nuestro sello personal. Creo que la banda ayudó a que muchos chicos después armaran las suyas, tuvieran ese sueño, porque lo nuestro siempre fue muy lúdico. Siempre nos manejamos con un instinto diferente. Un grupo no decide parar teniendo éxito. Nosotros siempre pusimos la cuestión humana por delante de todo”.

-¿Qué factores los ayudaron a tomar la decisión de frenar y encontrar esa calma que buscaban?

Pablo Romero: -Hay gente que se cansa de la rutina, se va del trabajo y se lleva el mismo problema a otro lado. Nosotros no queríamos arrastrar nuestros problemas y trabajamos mucho con un psicólogo de grupos, Fernando Ulloa, que trabajó veinticinco años con Les Luthiers. Era una eminencia. Nos vino a ver a nuestros recitales más importantes: en el Luna Park, en el Salón Blanco de la Casa Rosada. Él nos repetía esto de que somos “cuatro solistas bien afiatados”. Afianzados, seguros. Apuntar a que en un momento puede manejar uno y después el otro. Para eso necesitás tener mucha confianza como músicos y como personas. Y nos dimos cuenta que la tenemos.

Martín Millán: -Uno cuando se obstina en ir hacia un lugar, y aparece una piedra atrás de otra, tiene que esforzarse para saber por qué pasa eso. Si uno se queda con la traba y no la puede trascender, se termina desviando del camino por el que quería ir. "Haz de tu error una intención oculta", esa frase de un maestro siempre me quedó grabada. Si hacés esa lectura y resignificás lo que te estaba trabando, lo convertís en una fortaleza.

-¿Y con qué se encontraron al volver a tocar juntos?

P.R.: -Lo más fuerte fue darnos cuenta de que Martín marcaba cuatro y era como si hubiésemos tocado los temas ayer. Nos dimos cuenta de que teníamos todo en común, como siempre.

M.M.: -Algo muy loco fue que Martín (Mazalán), el director de la obra, nos decía que para él las canciones de Árbol eran simples y cuando las empezó a laburar se dio cuenta de que era bien complejas. Algo que nosotros tampoco sabíamos (risas).

P.R.: -En realidad tienen una estructura simple, pero cuando te querés meter, tocarlas, interpretarlas, es un quilombo por las diferentes métricas. Son canciones con muchas capas que no respetan métricamente los cambios, sino que se mueven en función de lo que queremos decir en cada letra.

-Árbol estuvo siempre ligado a esa idea de “rock alternativo”. ¿Cómo se sienten hoy en una escena donde lo “alternativo” parece estar alejado del rock?

M.M.: -Ahora hay una movida muy fuerte del trap y la música urbana en la que nos estamos metiendo de a poco. Somos inquietos y empezamos a vincularnos con los chicos que están en otro canal. Y a su vez volvimos a grabar para este disco con Gustavo Santaolalla como productor. Tenemos esa suerte de poder movernos con pibes que hoy están armando una movida nueva y con gente de mucha experiencia. Al final somos más alternativos que antes (risas).

P.R.: -Un efecto concreto en lo musical es que pusimos las máquinas más al frente. Porque así lo sentimos. Y a su vez nos damos cuenta de que sigue sonando a Árbol. El grupo tiene que moverse por distintos géneros con su propio ADN. Una vez que te encontraste con esa manera de decir las cosas, ya no tiene importancia el nombre que le pongan.