Será por lo de hiper o lo de inflación - que deviene en hinchazón, en explosión, en comezón - pero 2 historias de amor con 20 años de diferencia nacieron mientras los mercados azuzaban al país y se agitaba el fantasma de la fundición que nada que ver con fundación pero algo de esa letra que se escapa puede confundir a catroshos y catroshas de estas pampas. Asediaba el calor de ese diciembre de 2001 que quedó pegado a la palabra corralito y más dolorosamente a varios muertos en las manifestaciones de un pueblo exigido y bastardeado hasta el hartazgo. En plena barra de un coqueto bar porteño un joven abogado austríaco volvía de comprarse un sweater que había visto esa misma mañana a un precio irrisorio pero terminó pagando casi el doble por la tarde y se hacía ojitos con un bombón tucumano que andaba con diario bajo el brazo buscando una changa vaya a saber hace cuánto, un laburito que le permitiera seguir en la ciudad de la furia y o conseguir para el bondi que de Retiro lo llevara a una ciudad donde tampoco se sabía lo que valían las cosas ni su trabajo. Ahí nomás esos ojos se inflacionaron (los dos pares, las cuatro pupilas) y el mercadeo de los gestos en alza mezclado con la fuga de capitales en los bolsillos de los pantalones cercanos a la zona de compra y venta hizo que todo sea posible. Este país se va a la mierda acercó uno mientras el austríaco en perfecto porteño deslizó: si se acaba el mundo, ¿sabés lo que dicen no? El Tucu, como le decían en la pensión dónde vivía, le contestó no, no lo sé, ¿me lo contás? y la erre del final de la respuesta del austríaco (que no reproduzco por pudor) se hizo todavía más intensa cuando este mismo Tucu te cuenta la historia de ese amor que aún dura y se inició mientras estallaban las bombas en Plaza de Mayo y él se la pasó garchando con el rubio de su vida, con el que lo eligió cuando el país se iba a la mierda y esos besos sí que sufrieron inflación pero hoy tienen la moneda fuerte como en Austria o más o menos, porque el Tucu sigue abrazado al de los ojitos mientras vos le contás de la que te gusta, de esa a la que le laikeas todo y le comentás con corazoncitos platos de comida o paisajes grises. Esa a la que le querés adivinar la mirada, a la que apostás más que al dolar estable hasta fin de año. Esa que te escribió hace unos días cuando el riesgo país estaba por pegar el pico de default: "soñé que eras mi novia, pensé que con un dólar a 60 estaba bien que te lo dijera".
Vos tan sin saber qué responder, casi como Lacunza cuando le preguntan por el plan B, o tal vez con el ímpetu de huida cual Dujovne que enchastró todo y se las tomó. Pero respondiste - como dice Alberto que va a responder- y le pusiste, contame más de tu sueño que saqué los ahorros de la caja y los tengo calentando el colchón. ¡Perdón! Se te escapó lo del colchón, es que el rojo del riesgo país te sube por la entrepierna también cuando por enésima vez pispeas sus fotos y entonces le preguntás ¿cuántas birras con nuestros devaluadísimos sueldos de tortas argentinas podremos comprar? Ella, casi como el economista austríaco del Tucu te dice que mejor apurarse porque no sabemos hasta octubre qué más puede pasar y entonces apuradísima, resuelta a salvar tu patria corporal, corriendo más que para sacar el plazo fijo, te calzás las botas, agarrás los puchos y te metés la débito en el corpiño para ver si se alimenta de algo. En el subte te ponés los auriculares y escuchás: “Soy un adicto a tus encantos, doblo la cotización, oro, oro en polvo yo te adoro.” Es el virus del deseo, que sube y como la fiebre, inflama.