El cruce entre el resultado de las primarias y la grave crisis económica ha creado un ente fantasmal: el gobierno de Alberto Fernández. No tiene ministros ni puede dictar decretos, no distribuye las partidas presupuestarias ni representa al país fuera de sus fronteras; pero de este “nuevo gobierno” parece depender la suerte de los argentinos durante este complejo pasaje de su historia.
La pregunta que funciona en esta extraña realidad es ¿qué va a hacer Fernández cuando deje de ser una esperanza, una amenaza o una sombra y efectivamente ejerza el poder institucional-legal? Y en consecuencia se espera que cada acto, cada palabra, cada silencio del candidato sea un signo del futuro que nos espera. Lo extraordinario, lo históricamente inédito de la situación es que será una elección –muy próxima y a la vez muy lejana- la que le otorgue o le niegue el gobierno. Y una elección si es democrática es conflictiva; las únicas elecciones que no lo son pertenecen a otro tipo de regímenes. Entonces no cabe hacerle al candidato las preguntas que podrían hacérsele a un presidente electo. Entre otros motivos la imposibilidad de contestar esas preguntas tiene que ver con la responsabilidad política: las respuestas podrían complicar mucho una transición de por sí nada sencilla. Lo más que se le puede pedir a Alberto, y no es poco, es que desarrolle la campaña electoral en ciernes y, al mismo tiempo, no contribuya a hacer crecer el fantasma de la ingobernabilidad en este raro calendario político argentino. O sea, una buena campaña para ganar la elección y mucha prudencia para no debilitar las instituciones. No es poca cosa…
Curiosamente la maquinaria mediática razona dentro de este tembladeral como si el presidente todavía en funciones no tuviera ninguna responsabilidad en la cuestión. Dan por descontada su derrota y se concentran en la preparación del día después de su desalojo de la casa de gobierno. Tan original posición tiene el fundamento, explícito o no, de que las zozobras del país se deben al triunfo del Frente de Todos en las primarias: la doctrina acuñada por el presidente la mañana siguiente a la elección. Macri es una hoja al viento, pero una hoja que no tiene que caer. No faltan algunos escribas que ensayan escenarios inverosímiles de recuperación, de vuelco electoral y otras ensoñaciones de ese tipo. Se entiende, la idea es presionar a Alberto con vistas a su debilitamiento para el momento de asumir y, de paso, mantener viva esa mínima esperanza que expresaron las personas que salieron a la calle hace unos días para apoyar al presidente.
La consecuencia del surgimiento de este gobierno fantasmal es que aparece otro curioso género: el de las especulaciones sobre la “interna” de la “administración Fernández”. Por supuesto que el plato fuerte de este otro espécimen imaginario es la relación entre el candidato más votado en las primarias y Cristina Kirchner. Como se sabe las especulaciones tienen como punto de apoyo la real e indiscutible diferencia en la trayectoria de ambos durante los últimos diez años (exceptuado el breve lapso pasado desde su reencuentro). La pregunta de tan desconcertante ejercicio del análisis político es cómo serán las relaciones entre distintos sectores que componen el frente de todos, una vez que lo virtual haya dejado paso a lo real.
Pero, claro, las especulaciones sobre lo que va a ocurrir dentro de noventa días no incumben en absoluto al futuro, sino que están destinadas a operar en el presente. Cuando Juan Grabois dijo que en el país hace falta una reforma agraria se puso en acción el mecanismo que alimenta toda esta imaginería, el proyecto de encerrar al frente en el interior de sus diferencias y debilitar la confianza pública en su próximo gobierno, no en diciembre sino desde ahora. Y de paso frenarlo aunque sea un poco en su esperado crecimiento electoral. No hay que olvidar en este punto que además del gobierno nacional y el de la provincia de Buenos Aires hay otro paquete muy pesado en juego, el del gobierno de la ciudad de Buenos Aires, la patria chica natal del macrismo.
Como era de esperar, la respuesta a esos dichos fue la aclaración desde muchos importantes referentes del Frente del carácter individual de las declaraciones de Grabois. Sea por las declaraciones o por las aclaraciones, el suceso tiene un impacto en el interior de los vencedores de agosto. Lo más fácil –casi un reflejo condicionado- es decir que el responsable de la situación es quien hizo esas declaraciones. Y eso es completamente natural porque la prioridad de hoy es mantener y si es posible incrementar el caudal electoral del peronismo y sus aliados, a lo que podrían no contribuir los dichos del dirigente social. Ahora bien, se podría mirar la cuestión desde otro ángulo. Porque el Frente se ha presentado en sociedad como unidad en la diversidad y en eso consiste su potencia; eso es justamente el gran triunfo del campo popular de los últimos meses bajo el impulso central de la decisión de Cristina que construyó la fórmula. Si eso es una riqueza, un activo ¿por qué negarlo de modo vergonzante? Por otro lado, la reacción violentamente descalificadora por parte del establishment político-mediático tiene una estrategia detrás de sí, la de extorsionar a Alberto, la de hacerle llegar el mensaje que dice que su suerte está atada a una serie de condiciones. La primera de ellas es que no produzca ningún gesto favorable y ni siquiera ambiguo ante propuestas, frases o lo que sea, que puedan comportar un riesgo aunque sea mínimo para las posiciones históricas de los poderosos del país, como si esos sectores no tuvieran nada que ver con este desastre.
En una entrevista concedida al diario italiano La Stampa, el papa Francisco dijo que el aporte de cada uno a la unidad es su propia identidad. Puso el ejemplo del diálogo ecuménico al que él, sostuvo, solamente puede aportar desde su condición católica. No está mal la frase para la realidad del Frente. La experiencia de la unidad no puede funcionar si se ahoga la diversidad. Por supuesto que la diversidad no equivale a la discusión y la agitación interna permanente. Pero el rumbo será exitoso si contiene a todos. Más aún, si incorpora a quienes hoy están afuera. Seguramente cuando el gobierno de Alberto deje de ser un fantasma y se convierta en realidad material e institucional, lo que organizará esa diversidad será la necesidad de la urgente reparación hacia los sectores más lastimados. La cuestión entonces no será moderación o extremismo sino eficacia o no a la hora de producir las reformas necesarias para transformar drásticamente y en los tiempos más breves posibles esta dura situación.