El seleccionado juvenil, hace 40 años, le ganaba 3-1 a la URSS en el Mundial y se consagraba campeón. Desde Buenos Aires, y en el apogeo de la dictadura militar, José María Muñoz convocaba a celebrar a la Plaza mientras la CIDH tomaba denuncias por los desaparecidos.
“Vayamos todos a la Avenida de Mayo y demostremos a los señores de la Comisión que la Argentina no tiene nada que ocultar”, arengaba José María Muñoz, el Relator de América, desde Radio Rivadavia, hace 40 años. El 7 de septiembre de 1979, tras el 3-1 ante la URSS en la final, convocó al país a festejar el título Mundial Juvenil en Japón obtenido por el seleccionado argentino, dirigido por Menotti y liderado por Maradona. El día anterior había llegado una misión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para recabar testimonios sobre violaciones a los derechos humanos.
Epoca de plena dictadura militar, y apoyado por Muñoz, el presidente Videla asomó al balcón de la Casa Rosada. La multitud -entre ellos muchos estudiantes- lo vitoreaba. Tal como ocurriría tres años después con Galtieri, cuando se intentó recuperar las Islas Malvinas. José María Muñoz era el periodista deportivo más popular de aquellos tiempos. Su influencia puede ser comparada sólo con Bernardo Neustadt. Uno en el deporte, otro en la política. Pero ambos con incidencia social de peso, y con cualidades para acomodarse a los poderes de turno.
Aquel equipo jugaba bárbaro y contaba con un plantel genial. Además tenía a Ramón Díaz como goleador. Se había empezado a armar, cuenta el periodista Guillermo Blanco en su reciente El fútbol del sol naciente (Ediciones Al Arco), justo un año antes, el 7 de septiembre de 1978, meses después de ganar el primer Mundial. Ese día Menotti y Ernesto Duchini se juntaron en el Viejo Gasómetro para planificar el torneo que después ganarían nuestros chicos. “Yo en la Selección juvenil me limito a recibir informes, espiar y preseleccionar”, cita Blanco a Duchini. “Uno como periodista que anduvo bastante por el mundo siente que tuvo la responsabilidad y la necesidad de recrear historias colectivas que dejaron algo en el corazón, en la sensibilidad social”, refiere Blanco a Líbero cuando habla de su nuevo libro.
También recuerda los madrugones para ver los partidos por televisión, ya que se disputaban a altas horas de Argentina: “Jugaban un fútbol que tenía que ver con la historia, con la genética del jugador argentino. Desde ese lugar quedó en el corazón de la gente. Con la anécdota de que para seguir al equipo había que madrugar”. “La gente, ahora que está el libro en la calle, recuerda la claridad que le daban esos chicos al país en un momento tan oscuro”, agrega Blanco.
Entonces, mientras Muñoz enarbolaba las banderas de la dictadura, el general Harguindeguy decía: “No nos hemos confesado ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Nos hemos limitado a exponer los hechos. La Argentina sólo se confiesa ante Dios”. Un periodista con cojones como Robert Cook, director del Buenos Aires Herald, ese año tuvo que irse del país tras sufrir amenazas y atentados. Luego de ser torturado, su colega Jacobo Timerman siguió el mismo camino.
La revista Humor parodiaba al Relator de América. En julio de ese año lo ilustraba como antihéroe en su portada, disfrazado con un ajustado traje de Superman y llamado José María Superplom. Su rival era Culturín, en alusión a sus errores gramaticales, de dicción y de cultura general.
Dante Zavatarelli, su compañero de trabajo, no ocultaba diferencias. “Fue un idiota útil de los genocidas” y “sumiso del poder”, lo refirió. Además, afirmó que el relator y la radio hicieron en conjunto la convocatoria a celebrar el campeonato. El historiador Osvaldo Bayer recordó que 1979 fue "el año más estable y orgulloso de la dictadura”, y remarcó la coincidencia del título juvenil con la visita de la CIDH. “Dos argentinas”, definió Bayer en referencia a la soledad de las Madres que hacían fila en Avenida de Mayo 760 para hacer sus denuncias. El 20 de septiembre de ese año, y tras recibir 5.580 denuncias, la CIDH pidió a Videla información sobre los desaparecidos y que los menores de edad, y los nacidos en centros clandestinos de detención cuyos padres habían desaparecido fuesen entregados a sus familias. El informe oficial fue presentado el 14 de diciembre. En abril del '80, la dictadura respondió bajo el título Observaciones y comentarios críticos del gobierno argentino al informe de la CIDH sobre la situación de los derechos humanos en Argentina. En sus páginas cuestionaba la forma en que la CIDH había hecho el informe.
El día del título, Muñoz fue llevado en andas por quienes lo fueron a alentar al estudio de Radio Rivadavia, en Arenales y Pueyrredón. En sus habituales almuerzos televisivos, en esa misma jornada Mirtha Legrand recibía la visita de Doña Tota -la mamá de Diego- y sonreía mientras Andrea del Boca y el elenco de la novela Andrea Celeste daba una vuelta olímpica en los estudios de ATC. Muñoz también se dio el gusto de entrevistar en simultáneo a Menotti y Maradona desde Tokio, y conectarlos con Videla, Galtieri y Camps.
Muñoz fue legendario por su apego al poder de turno durante su carrera. “En cuanto a mí, yo iba atado nada más que al deporte, de manera que recién ahora me entero de ciertas cosas. Los periodistas que hacen política, en cambio, estaban más al tanto que yo”, dijo en su intento de defensa. Cuando murió, el 14 de octubre de 1992, ni él ni el país eran lo mismo. Víctor Hugo Morales hacía años que le había ganado el liderazgo de las transmisiones radiales. El Gordo ya no tenía poder y su imagen había quedado ligada al gobierno militar. De nada sirvió que cuando volvió la democracia haya dicho sentirse “defraudado” por el proceso, ni que contara que su foto con Videla la tenía guardada. Dicen que en su casa se la habían prohibido.